Fuego en derredor: una consecuencia más de la negación del calentamiento global
En Estados Unidos de América, Elon Musk ha defendido una drástica reducción del personal meteorológico del Servicio Meteorológico Nacional, una decisión que ha comprometido las previsiones de las devastadoras inundaciones que han azotado Texas.
En Europa, Ursula von der Leyen, por su parte, ha dado marcha atrás en algunas disposiciones del Pacto Verde, retirando normativas contra el greenwashing y suavizando las normas sobre pesticidas y emisiones.
Y España arde y se quema… de vacaciones.
Los políticos y los representantes institucionales parecen ignorar a menudo la gravedad de la crisis climática, subestimando sus implicaciones medioambientales, sociales y sanitarias. En la misma línea se sitúa también una parte de la población mundial, que sigue negando el fenómeno o minimizándolo.
Pese al escepticismo incrédulo de algunos los científicos llevan mucho tiempo lanzando una alarma unánime: el cambio climático existe y está causado por la actividad humana. Un mensaje que, lamentablemente, no siempre se recibe debido, sobre todo, a creencias erróneas, desinformación e intereses partidistas.
Como señalan muchos psicólogos, la emergencia medioambiental se considera a menudo una cuestión alejada de la experiencia cotidiana. La palabra clave en este caso es «distancia»:
1.- En primer lugar, una distancia temporal, ya que el futuro catastrófico que se avecina se percibe como lejano, un hecho que, en todo caso, afectará a las próximas generaciones.
2.- Luego, una distancia espacial, que lleva a localizar las crisis más graves en lugares remotos, como el deshielo del Ártico o las inundaciones en Asia.
3.- Por último, la distancia social: la vulnerabilidad percibida disminuye cuando un problema afecta a la colectividad y no al individuo. En grupo, nos sentimos más seguros y audaces, mientras que solos tendemos a ser más prudentes. En otras palabras, el riesgo compartido parece menos peligroso.
A la percepción de la distancia se suman otros elementos, que los expertos denominan sesgos cognitivos, es decir, automatismos mentales que conducen a conclusiones rápidas y a menudo distorsionadas.
1.- Entre ellos, el optimismo irrealista, es decir, la tendencia a creer que el futuro será más prometedor de lo que podría ser, y la procrastinación, que lleva a posponer las medidas preventivas útiles, privilegiando las ventajas inmediatas frente a los beneficios futuros, aunque sean más importantes.
2.- Y luego está la confirmación, que lleva a interpretar la realidad en función de las creencias preexistentes, seleccionando la información que confirma las propias ideas e ignorando o minimizando todo lo que es discordante.
3.- Por último, el hábito: cuando los fenómenos climáticos negativos se vuelven comunes, nos adaptamos sin comprender su gravedad.
Además del nivel individual, existe el colectivo, en el que muchos subestiman el consenso social hacia las acciones en favor del clima.
A esto se suma la responsabilidad de los medios de comunicación, que, por un lado, sensibilizan a la opinión pública y, por otro, corren el riesgo de caer en el llamado equilibrio artificial. Históricamente, no pocos medios de comunicación, sobre todo anglosajones, han concedido un espacio excesivo a los escépticos, presentando el debate como si hubiera dos opiniones equivalentes. Además, existe la cuestión de la cobertura insuficiente.
Una forma estructurada y a menudo deliberada de rechazo, más arraigada que las convicciones individuales y más organizada que las incertidumbres colectivas, es el negacionismo climático, una postura que se convierte en parte de la identidad de pensamiento.
Para defender sus argumentos, los negacionistas recurren, de forma selectiva, a algunos argumentos: el clima siempre ha cambiado por sí solo, en la Edad Media la Tierra era más cálida que hoy, un solo vuelo aéreo no supone ninguna diferencia, los verdaderos responsables son China y la India. Por supuesto, detrás de afirmaciones como estas se esconden intereses económicos e industriales.
Sea como fuere, los negacionistas siguen estando estrechamente vinculados a la política. Los partidos y líderes conservadores a menudo cuestionan las medidas medioambientales para proteger su ideología.
Por ejemplo la negación afecta a los partidos: los conservadores utilizan la duda climática como tema electoral, adoctrinando a parte de la opinión pública y debilitando el consenso en torno a las medidas medioambientales, mientras que los progresistas defienden acciones contundentes. Esto crea fracturas que complican la adopción de políticas coherentes: cuando el tema medioambiental se polariza, las intervenciones se vuelven más fragmentadas.
Vivir en la negación ayuda a reducir el malestar a corto plazo, pero a largo plazo será nuestra ruina. Tendemos a esconder la cabeza bajo el ala, pero debemos sacarla, y rápido.
Ante esto es necesario gestionar mejor los mensajes transmitidos por las instituciones, organismos y asociaciones. Algunos expertos sugieren reducir la distancia, insistiendo en los peligros inmediatos y concretos, como las olas de calor, los incendios y las inundaciones... En realidad hoy son los incendios... mañana lo será la gota fría...
Para invertir la tendencia, se necesita un sistema de información capaz de transmitir al público mensajes constantes sobre la gravedad de la crisis, con el fin de contrarrestar las noticias falsas y los vídeos conspirativos que circulan en las redes sociales.
En definitiva, es necesario crear una realidad compartida, sin cansarse de desmentir activamente los mitos del negacionismo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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