jueves, 14 de agosto de 2025

Las vacaciones como ligereza que recrea y regenera.

Las vacaciones como ligereza que recrea y regenera 

El mes de agosto en el que nos encontramos es también complejo y difícil por el peso de los acontecimientos que siguen marcando la agenda de la historia política y social. En este contexto, se pueden decir unas palabras sobre la realidad de las vacaciones que, a pesar de todo, aunque quizá de forma diferente a la habitual y, sin duda, con mayor sobriedad para una grande mayoría, marcan estos días. 

Mi respuesta es «sí» a las vacaciones, y la justifico con la necesidad, nada superficial ni evasiva, de experimentar una «ligereza» regeneradora. Una reacción al peso de vivir: la búsqueda de la ligereza. La constatación de que la vida cotidiana puede resultar pesada para muchos, por sus ritmos y sus compromisos, es tan evidente que no parece necesitar pruebas: y si esto es válido en cualquier época, me parece que lo es aún más los días presentes de nuestra vida. 

En definitiva, me parece que la necesidad de evadirse hacia espacios de ligereza ya sea por una especie de deber hacia uno mismo o por un deseo de hacerlo por los demás, no es en absoluto injustificada. 

Por supuesto, también hay quienes disfrutamos con tranquilidad y despreocupación de la ligereza del tiempo de vacaciones, logrando refrescar el espíritu y reponer fuerzas. No es, pues, una simple ironía sobre la idea de las vacaciones lo que me lleva a reflexionar sobre la ligereza que estas buscan: al contrario, es el deseo de ofrecer un pequeño estímulo para vivir bien los días que hemos decidido regalarnos a nosotros mismos o a los demás, por pocos que sean, para afrontar mejor el reto de los tiempos que nos esperan a la vuelta de septiembre (y que son, mutatis mutandis, los mismos o muy parecidos a los que dejamos cuando cogimos las vacaciones). 

¿Qué es, pues, esta ligereza que, más o menos conscientemente, perseguimos? En su genial capacidad expresiva, San Agustín nos ayuda a definirla: la ligereza que todos necesitamos no es la de la «vanitas», sino la de la «veritas». 

La vanidad es exterioridad, aturdimiento, huida: lejos de resolver los problemas, los oculta y los evita. Incapaz de mirarse al espejo, quien intenta aliviar el peso de la vida persiguiendo una máscara tranquilizadora, tarde o temprano se queda inevitablemente vacío: los ejemplos —desde los escenarios de la política hasta los de la llamada «cultura del espectáculo», desde las sonrisas televisivas hasta la consigna del charlatán de turno, que apunta a «tranquilizar siempre», a cualquier precio, sobre todo a costa de la verdad— no dejan de mostrarse a quien quiera razonar con su propia cabeza, mirando el mundo sin ceder a la tentación consoladora y empalagosa. 

La ligereza que se busca en la «veritas», en cambio, es la que despoja a la vida de lo superfluo, la que apunta al centro y al corazón de lo que importa, la que no huye de las preguntas verdaderas, sino que ama planteárselas para pensar en grande y buscar en lo alto. 

Es la ligereza de un tiempo vivido como un regalo, recibido y ofrecido de nuevo en relaciones redescubiertas, diálogos reencontrados, reconciliaciones buscadas y, a veces, logradas. Es el espacio para lecturas para las que nunca hay tiempo y que, en cambio, hacen que el tiempo sea más ligero y más rico en recursos interiores. 

Es un nuevo encuentro con la naturaleza, con su belleza y su silencio, con la correspondencia que a veces revela con los deseos más profundos del corazón. Es la ligereza de una experiencia espiritual renovada, que abre a la escucha del Otro y a la búsqueda de su rostro oculto, del cual —como dice el mismo San Agustín— nuestra inquietud existencial necesita más que el aire que respira nuestro cuerpo: «Nos hiciste para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti» (Confesiones I, 1). 

No se trata, pues, de huir de los problemas cotidianos o de los dolores del tiempo, presentes en la experiencia de la mayoría y difundidos por la información diaria: la ligereza no es evasión. Al contrario, se trata de volver a nosotros mismos, de recordar lo que importa y por lo que vale la pena estar aquí, de reencontrar los lazos que hacen bella la vida y la hacen parecer digna de ser vivida. 

No se trata tanto de cambiar de lugar, sino de cambiar «por dentro», purificando nuestra forma de ver las cosas y de vivirlas. Se trata de cumplir una tarea sencilla, necesaria: en los momentos en que el reino de lo humano me parece condenado a la pesadez, pienso que deberíamos volar a otro espacio. No me refiero a huidas en sueños o en lo irracional. Quiero decir que debemos cambiar nuestro enfoque, debemos mirar el mundo con otra óptica, otra lógica, otros métodos de conocimiento y de verificación... 

En el Evangelio de Marcos, a los apóstoles angustiados por todo lo que han hecho y enseñado, Jesús no duda en decirles: «Venid vosotros aparte, vosotros solos, a un lugar desierto, y descansad un poco». El evangelista subraya que «había mucha gente que iba y venía» y que «ni siquiera tenían tiempo para comer». Para describir luego, con escasa esencialidad, el tiempo ligero, o si se quiere, sus «vacaciones», vividas en respuesta a la invitación del Maestro: «Entonces se fueron en la barca a un lugar desierto, apartados» (Marcos 6,30-32). 

La ligereza regeneradora es también recogimiento, experiencia de soledad amorosa y sabia, silencio. La pregunta de Martin Heidegger sigue inquietante: «Lo que importa es solo que la verdad del Ser llegue al lenguaje y que el pensamiento llegue a este lenguaje. Puede que entonces el lenguaje requiera, en lugar de una expresión precipitada, un silencio adecuado. Sin embargo, ¿quién de nosotros, hombres de hoy, puede imaginar que sus intentos de pensar se sienten cómodos en el camino del silencio?» (Carta sobre el humanismo, 110). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Abuso en la Iglesia: algunos apuntes de reflexión.

Abuso en la Iglesia: algunos apuntes de reflexión   Los abusos de poder, de conciencia y espirituales representan en la Iglesia una herida p...