jueves, 21 de agosto de 2025

Hoy y ahora es el momento oportuno de rezar por la paz.

Hoy y ahora es el momento oportuno de rezar por la paz 

El Papa León XIV ha invitado a todos los fieles a vivir el viernes 22 de agosto en ayuno y oración, «suplicando al Señor que nos conceda paz y justicia y que seque las lágrimas de quienes sufren a causa de los conflictos en curso». Una invitación muy esperada por los cristianos en estos días en los que ni siquiera las vacaciones han logrado liberar la mente de la vergüenza, suspender la visión del horror. 

Esta invitación nos devuelve el aliento, la dignidad de dar cuenta del imperativo moral y espiritual que late con fuerza en lo más profundo de nuestro ser. Como diría San Agustín de Hipona: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti» (Conf. 1,1.5). Sí, grande es nuestra inquietud, aunque no siempre sea visible, nosotros los cristianos no somos indiferentes, nosotros los cristianos no somos pasivos ante los señores de la matanza y la muerte, de la prepotencia y la mentira. 

Nuestro corazón está profundamente inquieto y quiere «descansar» en el Señor. Y que la Tierra con todas sus criaturas pueda descansar en Él. En nuestro corazón está la inquietud del tiempo, por lo que, como decía Agustín, no existe ni el pasado ni el futuro, y el presente es un instante fugaz. 

Y el presente de Gaza, y de Israel, de Ucrania, de Rusia, de Sudán, de Haití, de …, también d Europa, es un presente urgente. Que no puede esperar. Que no puede detenerse a pensar. Que no puede permitirse convertir la oración en una delegación, sino que debe tener el valor de gritar. El grito de la denuncia, de la exigencia de que los gobiernos dejen de suministrar armas vendidas para defenderse y que se utilizan para ofender y matar a civiles. 

El presente urge convertirse en un kairòs, la ocasión propicia para una revuelta contra el horror, la bestialidad, la demolición del derecho y la democracia, la burla de la justicia, la violación de la vida. La burla de una banalidad del mal. No tenemos más que el ahora para detener a quienes violan a Dios en la carne de los inocentes, reduciendo a cenizas la civilización. 

«La paz no es una utopía espiritual: es un camino humilde (...) que entrelaza la paciencia y el coraje, la escucha y la acción. Y que exige hoy, más que nunca, nuestra presencia vigilante y generativa». Así lo decía hace ya unos meses el Papa León XIV al dirigirse a los obispos italianos (17 de junio de 2025). 

Ahora es el momento urgente de los «cinco días» que le quedan a la ciudad de Betulia antes de la rendición: mientras el rey espera pasivamente el curso de los acontecimientos, Judith se levanta para rezar, escuchando y actuando: rezar significa salir, exponernos, ponernos al lado de todos en las calles y plazas, en todas partes, con todos aquellos que tienen el corazón inquieto y no se resignan a la impotencia. «Entonces mis pobres alzaron la voz y los poderosos se asustaron; mis débiles gritaron con fuerza y los poderosos se estremecieron», cantará finalmente Judith (Judith 16,11). 

Ahora es el momento urgente de Ester, que de huérfana en la diáspora había logrado convertirse en reina y nunca le había revelado a su marido que era judía. Y ahora que con el sello de Asuero se había decretado el exterminio de su pueblo, podía callar su identidad y salvar solo a sí misma... Pero Ester no lo hizo —como siguen haciendo hoy en día no solo los hombres, sino también las mujeres cuando llegan al poder—, sino que se expuso al Rostro de Dios en la oración, donde se reflejaba el rostro de sus hermanos y hermanas, de los exiliados, de los pobres, de aquellos que en pocos meses sufrirían un genocidio. Rezó y lloró por el destino del pueblo que Dios amaba, y lo convirtió en su propio destino; la oración y las lágrimas se convirtieron en fortaleza de verdad y amor, de valentía, creatividad y confianza. Y Ester tomó una decisión y finalmente cambió el rumbo de los acontecimientos, haciendo posible lo imposible, transformando el destino de muerte en un sorprendente don de vida. 

Ahora es urgente lo imposible. Y nuestra oración a María Reina será cantar lo imposible de su soberanía: «Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes; colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías» (Lucas 1,52-53): ¡la esperanza de que nada es imposible para Dios! Y, por lo tanto, nada es imposible para los más humildes, para los más pequeños que somos nosotros, gente desarmada de fusiles y de poder, pero llena del río de la fe del Magnificat. 

Abandonarnos a la potencia de esa fuente de justicia y de paz será encontrar descanso para nuestro corazón. Un descanso de lucha, de objeción de conciencia, de carreras por los montes de Judea... ¡como el camino de prisa de María a Isabel! 

De lo contrario, mañana, la inquietud se convertirá en amargura, en vergüenza, y ninguno de nosotros podrá decirse inocente de los delitos que hemos dejado cometer a los «poderosos». Y en vano intentaremos consolar a las madres de todas las víctimas: «Raquel no quiere ser consolada porque sus hijos no existen más» (Mateo 2,18). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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