Jóvenes, atreveos a soñar: otra lección del Jubileo de los Jóvenes
Mientras hablaba de los jóvenes como aquellos que «representan en sí mismos la esperanza», el Papa Francisco señalaba la responsabilidad de los adultos hacia ellos: «No podemos defraudarlos... cuidemos a las nuevas generaciones» (Spes non confundit 12). La esperanza de los jóvenes es también responsabilidad de los adultos. Y lo que los adultos deben tomar conciencia ante todo, y deben conocer, es lo que Michel Serres, hablando precisamente de los jóvenes, ha llamado «el nacimiento de un nuevo humano».
Los jóvenes de hoy, en comparación con sus padres, tienen diferentes expectativas de vida, diferentes familias, diferentes sufrimientos, diferentes formaciones —ahora monopolio de los medios de comunicación—, diferentes espacios en los que vivir gracias a la «omniconectividad», un lenguaje diferente, una forma diferente de pensar y relacionarse con la realidad, una temporalidad diferente, una relación diferente con el trabajo, vínculos diferentes debido a la precariedad de las pertenencias (nacionales, políticas, religiosas, de género). La primera responsabilidad de los adultos es escuchar, conocer, comprender.
Solo ahora empezamos a tener cierto conocimiento de los efectos que la familiaridad cotidiana —prácticamente desde la cuna— con los teléfonos inteligentes puede tener en los niños y adolescentes. Jonathan Haidt, al estudiar la generación Z (los nacidos después de 1995), observaba un aumento de los fenómenos de ansiedad, angustia, depresión, comportamientos autolesivos y suicidios. Crecer inmersos en el llamado mundo virtual no ayuda precisamente a afrontar el mundo real e influye enormemente en el desarrollo social y neurológico de los niños.
En su libro “La generación ansiosa”, tras observar que se ha pasado de una infancia basada en el juego a una infancia basada en el teléfono, la autora sostiene que la hiperprotección en el mundo real y la escasa protección en el mundo virtual son la base de la «ansiedad» de esta generación.
Pero, sobre todo, corresponde a los adultos dar confianza y espacio a los jóvenes, no establecer comparaciones y juzgar. Solo dando confianza se crea esperanza. La responsabilidad social y cultural, hoy en día, consiste en recuperar la dimensión de la generatividad, sin la cual se roba el futuro a los jóvenes: si el mundo del trabajo, la economía y la política se aplanan en el presente, invirtiendo y apostando solo por objetivos a corto y muy corto plazo, las generaciones jóvenes pagan las consecuencias.
Sin
confianza en el futuro, se les quita la esperanza a los jóvenes. El déficit de generatividad está
relacionado con la desaparición de la iniciación en las sociedades
occidentales. Las iniciaciones son ritualizaciones de los pasos de la
existencia humana que enseñan al iniciado el precio de la vida, inculcándole el
antiguo principio de «muere y renace».
Lamentablemente,
en Occidente ya no existen (o están en grave crisis) algunas instituciones
encargadas de acompañar el crecimiento humano de los jóvenes. Es necesaria una educación
emocional que proporcione a los jóvenes herramientas para reconocer, nombrar y
controlar sus emociones. De lo contrario, cada vez será más frecuente que las
emociones no reconocidas de ira se desequilibren en agresividad, conduciendo a
la violencia; o que las emociones no reconocidas de tristeza se desequilibren
en depresión. Del mismo modo, sería fundamental una formación en el
pensamiento, la soledad, el silencio, el trabajo de autoconocimiento y el
cultivo de la interioridad.
¿Y qué le corresponde al joven? Es fundamental que un joven aprenda a protegerse del demonio de la facilidad. Hoy en día se encuentra con una abundante oferta de bienes de confort - enormemente aumentada gracias a lo digital - que proporcionan gratificación inmediata, pero que luego producen adicción, dependencia y, a la larga, aburrimiento, no alegría.
Además, acostumbran a una temporalidad del todo y ahora, contraria al trabajo paciente, hecho también de esperas, correcciones y revisiones sobre la marcha, típicas de ese trabajo en progreso que es la construcción de relaciones profundas. Relaciones en las que consisten tanto el sentido como la felicidad de una vida.
Escribía
el hermano Roger de Taizé: «Solo el humilde don de uno mismo nos hace
felices». Los llamados bienes estimulantes requieren esfuerzo,
compromiso y resultan menos atractivos, pero solo asumiendo la dimensión del
esfuerzo y el compromiso se puede construir un yo sólido y relaciones serias.
Los bienes estimulantes son bienes culturales, relacionales, relacionados con
el ámbito social (por ejemplo, el voluntariado), la práctica deportiva, el
ámbito espiritual … Pero para dedicar esfuerzo y dedicación, el joven debe
alimentar una pasión, porque solo esta le permite reunir sus energías y
ponerlas al servicio de la consecución de su objetivo.
¿Un consejo para los jóvenes? Cultivad la creatividad y la imaginación. Y tened valor: atreveos con vosotros mismos y con vuestros deseos.
P.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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