lunes, 18 de agosto de 2025

La atención y el cuidado: descalzarse en el terreno sagrado del enfermo.

La atención y el cuidado: descalzarse en el terreno sagrado del enfermo

Cuidamos de los demás y los demás cuidan de nosotros. Una experiencia fundamental, vital. 

La exposición al cuidado, que puede convertirse en una tranquila confianza, conlleva en cierta medida también el temor a la dependencia. ¿Quién sabe en qué manos acabaré? ¿Cómo me atenderán? ¿Cómo me cuidarán esas manos? 

Es la gran verdad de la película de Ingmar Bergman Fresas salvajes. 

La nieta del médico, después del viaje en tren, le pregunta a su tío: «Entonces, ¿qué debería decir finalmente un médico a su paciente?». Y él, que había sido un médico duro, bastante frío y distante, que había aspirado al poder, responde: «Debería pedir perdón». 

Durante el viaje, en el exigente diálogo con su sobrina, se había dado cuenta de la verdad de la cura. «Debería pedir perdón» porque, inevitablemente, un médico durante la cura ha tenido que distanciarse de alguna manera, «abandonar» al paciente, vivirlo como un caso, examinar solo los síntomas y «disponer» de él visitándolo y sometiéndolo a exámenes. 

A veces, el médico no vuelve a ver a esa persona después de esta operación, que es una operación un poco violenta de lectura del otro: a veces no vuelve a ver a esa mujer, a ese hombre, poniéndose a su disposición, dialogando sobre cómo redefinir la vida desde dentro de una nueva evidencia de fragilidad. 

Si falta este «retorno», la cura se olvida de dónde proviene, mientras que es muy importante tenerlo presente, para que la cura pueda intentar mantener abierto el tiempo. 

Una enfermedad, una discapacidad adquirida, un declive de las facultades pueden convertir el tiempo en un «pantano y laberinto», como escribe María Zambrano, que de forma recurrente tuvo que enfrentarse a graves enfermedades. 

Pero el tiempo puede verse «comprometido» o roto por una culpa o una ofensa sufrida, que comprometen la espera del bien, que aplastan en el juicio y en el dolor, o en el sufrimiento. Que pueden herir el deseo de vivir y llevar cerca el abandono. Aquí solo una proximidad que cuida puede acoger y cuidar un poco un futuro posible, una dignidad personal, un reconocerse en otro... 

El cuidado es vida puesta en común, cultivada en comunión, un don de gracia. También el cuidado lleva en sí mismo elementos de conflicto. 

No es fácil escuchar un diagnóstico problemático, por ejemplo, pero tampoco es fácil que te pregunten: «¿qué sentido tiene su terapia, si no voy a ver nacer a mi nieto?». Sin embargo, todo esto se puede humanizar, se puede intentar vivirlo. 

Cuando se hace, se reabre, en cierto sentido, el tiempo, el tiempo vuelve a ser habitable. En el sentido más simple: se puede desear despertarse mañana por la mañana, en lugar de no despertarse. 

Esto no solo vale para las personas enfermas, sino también para muchos adolescentes o para muchos adultos que no necesariamente desean despertarse mañana. 

Vivir estas cosas, decirlas en tiempos difíciles y de guerra como los nuestros, tiempos en los que nuestra vulnerabilidad queda al descubierto y se revelan las contradicciones que llevamos dentro, es especialmente importante hoy en día: la tentación de ver al otro solo como una amenaza es fuerte. 

Queremos defendernos del otro y, a menudo, para hacerlo, creamos bandos que construyen al enemigo, que justifican nuestra distancia y nuestra frialdad. Y que pronto justifican también el uso de la fuerza. 

Tantas veces nos descubrimos capaces de la guerra, y participamos en ella simbólicamente, afectivamente, en el ejercicio de la fuerza que otros están llevando a cabo. Es la polarización de la guerra: envenena inmediatamente nuestras conciencias. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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