domingo, 31 de agosto de 2025

No retirarse sino permanecer, un gesto profético en tiempos de guerra.

No retirarse sino permanecer, un gesto profético en tiempos de guerra

Son tiempos violentos. No es solo el número insoportable de guerras que ensangrientan el mundo. Es la sensación de que la violencia, de una o de otra intensidad, se ha convertido en la norma de las relaciones sociales. 

La política habla con el lenguaje de las armas. Las relaciones internacionales se determinan con misiles y drones. Mientras que en casi todas partes crecen la polarización, la ira y la agresividad. 

En la segunda mitad del siglo pasado creíamos que el mundo podía ser gobernado por instituciones comunes, por el derecho internacional, por el frágil equilibrio de la diplomacia. Hoy esa esperanza parece haberse desvanecido.

El politólogo ruso Aleksandr Barishov lo ha puesto recientemente por escrito: «Ya hay que reconocer que el derecho internacional está desmantelado: lo único que funciona es el derecho de la fuerza». Como si fuera lo más natural del mundo. 

Los tratados, las convenciones, las resoluciones de las Naciones Unidas, la diplomacia: todo parece destinado a palidecer ante el crudo discurso de la fuerza. Para decidir ya no se necesitan reglas compartidas, sino la determinación de imponer el propio poder: militar, económico, tecnológico. A pesar de todos los avances tecnológicos y culturales, la humanidad parece retroceder a una época primitiva. 

Cada día parece ir a peor. Putin, mientras discute la paz con Trump, sigue lanzando misiles sobre las ciudades ucranianas. Netanyahu, sin hacer caso a los numerosos llamamientos, continúa con la horrible labor de destrucción de Gaza, reducida a un montón de escombros. 

En el punto en el que nos encontramos, ya no se trata de establecer quién tiene razón y quién no. El problema es que se superan todos los límites. Ya no hay distinción entre combatientes e inocentes, objetivos militares y población civil, adultos y niños. La crueldad se practica a la luz del sol, casi se exhibe. Y lo que triunfa es la superación de todos los límites. Todo parece estar permitido. El código bélico se ha convertido en parte del lenguaje cotidiano. Con evidentes efectos de deshumanización: el enemigo siempre queda reducido a menos que un ser humano. 

En medio de toda esta oscuridad, un rayo de luz llega desde Jerusalén. La decisión del patriarca latino, Pizzaballa, y del ortodoxo griego, Teófilo, de no abandonar Gaza a pesar de que Israel ha anunciado la ocupación de toda la Franja introduce un elemento disruptivo con respecto a la lógica bélica. 

Al negarse a abandonar sus comunidades, los dos patriarcas lanzan una provocación profética: permanecer allí donde la vida está herida. No para alimentar el conflicto, sino para custodiar una presencia diferente. Permanecer, cuando todo empuja a huir. Permanecer, cuando el cálculo sugeriría protegerse. 

Permanecer, para decir que no todo se reduce a la lógica de las armas. Se trata de una elección que tiene un gran valor político y humano porque dice que, más allá de lo que repiten sin cesar los tambores de la propaganda, siempre hay otra posibilidad. No estamos condenados a vivir solo bajo la ley de la fuerza.

Ponerse en medio. No para permanecer neutrales, para no ver o no elegir. Sino para negarse a ser capturados por la espiral de violencia contra violencia. 

Ponerse en medio es afirmar que, más allá de las razones y las injusticias, hay algo que está por encima. Algo común a todos los seres humanos: la dignidad de cada vida. La posibilidad del diálogo y la necesidad de escuchar para favorecer cualquier iniciativa de encuentro que frene el odio. 

Esta lógica opuesta a la violencia no es una huida de la realidad. Es la única alternativa realista al desastre. Porque la fuerza puede ganar una batalla, pero nunca construye la paz. Solo el reconocimiento del otro, de sus razones, puede abrir un futuro diferente. 

La lógica de ponerse en medio indica un camino concreto. En lugar de alimentar el odio y la agresividad, siempre existe la posibilidad de crear lugares de encuentro, reconstruir la confianza mutua, educar para reconocer que la vida del otro vale tanto como la nuestra. 

Si la violencia nos arrastra hacia el cierre, la sospecha, la oposición, la elección de ponerse en medio nos recuerda que todavía existe un terreno común. Frágil, sin duda. Pero real. Vivimos en una época de violencia, y sería ingenuo negarlo. Pero precisamente por eso, hay que valorar y multiplicar cada gesto que rompa la lógica de la fuerza. 

La decisión de los dos patriarcas cristianos es un gran gesto confesional que dice mucho de lo que los cristianos pueden hacer juntos, es un acto concreto que demuestra que es posible otra forma de estar en el conflicto. 

Ponerse en medio hoy es un reto urgente. No para ocultar las diferencias, sino para afirmar que, por encima de ellas, existe la pertenencia común a la humanidad. Solo desde aquí puede partir la política. Solo desde aquí se puede esperar un futuro que no esté condenado a la barbarie. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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