martes, 19 de agosto de 2025

Populismos… de un signo y de otro: la crítica de George Bernanos.

Populismos… de un signo y de otro: la crítica de George Bernanos

«La tragedia española es un matadero. Todos los errores que Europa está sufriendo mortalmente, y que se esfuerza por vomitar entre espantosas convulsiones, se acumulan y se pudren aquí. Es imposible extender la mano sin riesgo de septicemia. De vez en cuando, se ven aflorar en la superficie del pus hirviente rostros que en otro tiempo, ay, eran familiares, ahora casi irreconocibles, que, en cuanto uno intenta fijarlos, se desvanecen y se derriten como velas. Sinceramente, no creo que sirva de nada sacar de allí ninguno de estos cadáveres. Para desinfectar semejante cloaca, imagen de lo que será mañana el mundo, habría que actuar primero sobre las causas de la fermentación. [...] La guerra de España es un matadero. Y el matadero de los principios verdaderos y falsos, de las buenas y malas intenciones. Pero, una vez cocidos todos juntos en sangre y barro, veréis en qué se han convertido, veréis qué sopa aguada. Si hay un espectáculo compasivo, es el de tantos desgraciados, acurrucados desde hace meses alrededor del caldero de la bruja, que prueban con el tenedor, cada uno alardeando de su trozo: republicanos, demócratas, fascistas o antifascistas, clericales y anticlericales, gente pobre, pobres diablos. ¡A vuestra salud!». 

Han pasado más ochenta y siete años desde que Georges Bernanos escribió Los grandes cementerios bajo la luna y que publicado en francés en abril de 1938. En España, por razones obvias, no se publicó hasta 1986. Y, al releerlo hoy salta a la vista lo que durante todo este tiempo se ha fingido no ver: el ensayo más bello escrito en aquella época, profético en su aferramiento y en su referencia al pueblo, único antídoto contra las dictaduras y contra las democracias...

 

Hoy que para las élites en algunos centros de decisión y de poder el populismo suena como una blasfemia, habría que reflexionar si el camino contrario emprendido, tecnocrático y globalista, no es en realidad un camino prohibido.

 

«Los inmensos cementerios del mañana no necesitarán justificación alguna. Prenderían fuego a la humanidad por una caída de la bolsa, sin preocuparse ni por un instante de cómo apagarlo. No saben nada del hombre al que, entre ellos, definen como una máquina para perder o ganar dinero».

 

Todo en Los grandes cementerios bajo la luna está marcado por la paradoja. La acusación más famosa contra la guerra civil española y el franquismo fue escrita por un católico que tenía un hijo voluntario en la Falange y que no ocultaba su admiración por el líder de esta, José Antonio Primo de Rivera.


 

En lugar de preguntarse por qué, se prefirió pensar que se trataba de la toma de conciencia de la «legalidad» republicana, y sin embargo, en sus páginas, negro sobre blanco, George Bernanos había escrito: «La democracia social ha explotado la idea de la justicia y no ha cumplido ninguna promesa, salvo la del servicio militar obligatorio y la nación armada. La democracia parlamentaria ha explotado la idea del derecho».

 

Y aún más: «Ahora es cuando la democracia se hunde. Y vosotros os hundís con ella. Nosotros os vemos hundiros. Quizás ya no quede en el mundo nada legítimo, cuyo derecho pueda ser reconocido, según mis esperanzas, tal y como lo concibieron nuestros padres».

 

Se trata de un acto de acusación contra el matadero de aquella guerra civil española, ni siquiera en nombre del pacifismo como tal: «No es el uso de la fuerza lo que me parece condenable, sino su mística; la religión de la fuerza al servicio del Estado totalitario, de las dictaduras de la Salud Pública, considerada no como un medio, sino como un fin».

 

Tampoco le atraía el «lealismo» de los republicanos españoles: «Todas sus combinaciones políticas no me interesan en absoluto. El mundo tiene todo lo que necesita, pero no disfruta de nada, porque carece de honor. El mundo ha perdido la estima de sí mismo».

 

Nada en Los grandes cementerios bajo la luna está hecho para complacer a un paladar democrático, y menos aún a un paladar democrático, progresista y capitalista. «Son las sociedades modernas de masas y las tiranías de la economía las que preparan el suicidio de los pueblos, su condenación en nombre de un nihilismo desesperado que falsea todo equilibrio social y da rienda suelta a pasiones colectivas homicidas, precisamente porque se basan en la nada».

 

No es el análisis de un reaccionario, y mucho menos de un hombre de derechas: «Nosotros no éramos de derechas. Votábamos por el sindicalismo naciente. Preferíamos correr el riesgo de una revolución obrera antes que comprometer la monarquía con una clase que llevaba un siglo completamente ajena a la tradición de nuestros antepasados, al sentido profundo de nuestra historia, y cuyo egoísmo, estupidez y codicia habían logrado establecer una especie de servidumbre más inhumana que la que en su día abolieron nuestros reyes. Nunca se nos habría ocurrido aliarnos, en nombre del orden, con esos viejos radicales reaccionarios, poniéndonos en contra de los obreros franceses».


 

Para George Bernanos, España era, en el fondo, una forma de hablar a Francia, y la monarquía era para él una fe y una idea, algo que se basaba en una historia y una identidad plurisecular: era la modernidad del siglo XX la que había ampliado la brecha entre lo que había sido y el presente que se proponía.

 

«Existe una burguesía de izquierda y una burguesía de derecha. En cambio, no hay un pueblo de izquierda y un pueblo de derecha, hay un solo pueblo. Todos los esfuerzos que se puedan hacer para imponerle desde fuera una clasificación elaborada por los doctrinarios políticos no lograrían crear en las masas más que corrientes y contracorrientes, de las que se beneficiarían los aventureros».

 

Y la culpa de la sociedad moderna es precisamente haber «dejado destruir lentamente, en lo más profundo de su sótano, una maravillosa criatura de la naturaleza y de la historia».

 

George Bernanos no era realista, pero viendo lo que trajo el realismo político del siglo XX, el desprecio que los «maquiavélicos» sienten hacia los idealistas, y que se convierte en cinismo criminal, no es un asunto tan grave.

 

Como escribiría en La liberté, pour quoi faire? en 1953, «antes de atreverse a hablar de justicia social, ¡comiencen por rehacer una sociedad, imbéciles! Acaban de eliminar bajo las bombas una civilización cuyo principio ya habían destruido en sus conciencias, y para ustedes la justicia social no es más que un pretexto para liquidar lo que queda de este mundo y saquearlo hasta los osarios».


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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