¿Y por qué no dejamos que los jóvenes hablen como jóvenes?
Se suele decir en la Iglesia que es hora de dejar hablar a los jóvenes… Es un eslogan que se repite… Y no sé si al final no será un deseo por cumplir incluso después de aquel Sínodo dedicado a la realidad de los jóvenes el lejano 2018.
Decimos que esperamos escuchar a los jóvenes y, por lo tanto, que estos hablen. Si así es, démosles la palabra. Pero cuando la Iglesia ofrece esta posibilidad pública, las cosas son muy discordantes, muy controladas, muy restringidas.
Porque en la vigilia vespertina del sábado 1 de agosto los jóvenes «hablaron». Se le hicieron tres preguntas -tres, un número bastante limitado- al Papa León XIV. Respectivamente, de una chica mexicana (23 años), de una chica italiana (19) y de un chico estadounidense (20).
Y las tres preguntas estaban claramente escritas por adultos, con un estilo y una gramática de adultos, dirigidas a un adulto, sobre preocupaciones de adultos.
Eran tres preguntas-pretexto para permitir al Papa León XIV leer las respuestas escritas en sus hojas, sobre tres macro-temas: internet y las relaciones, las opciones de vida, la vida interior.
Hace mucho tiempo tuve la suerte de pasar mucho tiempo con jóvenes de diferentes sensibilidades y entornos -religiosos y laicos. Hoy tengo la suerte de escuchar a quienes pasan mucho tiempo con jóvenes y, yo creo, ninguno formularía esas preguntas de esa manera, con esa conciencia, que ni siquiera gran parte del mundo adulto posee, de hecho.
Sitúo las tres preguntas a continuación en rojo para ser distinguidas del resto de mi reflexión:
1.- Santo
Padre, soy Dulce María, tengo veintitrés años y vengo de México. Me dirijo a
usted haciéndome portavoz de una realidad que vivimos los jóvenes en tantas
partes del mundo. Somos hijos de nuestro tiempo. Vivimos en una cultura que nos
pertenece y que, sin darnos cuenta, nos va moldeando; está marcada por la
tecnología, especialmente en el ámbito de las redes sociales. Frecuentemente
nos ilusionamos de tener muchos amigos y de crear relaciones cercanas, mientras
que cada vez más seguido experimentamos diversas formas de soledad. Estamos
cerca y conectados con tantas personas y, sin embargo, no son relaciones
verdaderas y duraderas, sino efímeras y comúnmente ilusorias. Santo Padre, mi
pregunta es: ¿cómo podemos encontrar una amistad sincera y un amor genuino que
nos lleven a la verdadera esperanza? ¿Cómo la fe puede ayudarnos a construir
nuestro futuro?
2.- Santo
Padre, me llamo Gaia, tengo diecinueve años y soy italiana. Esta noche todos
los jóvenes aquí presentes quisiéramos hablar de nuestros sueños, esperanzas y
dudas. Nuestros años están marcados por las decisiones importantes que estamos
llamados a tomar para orientar nuestra vida futura. Sin embargo, por el clima
de incertidumbre que nos circunda, la tentación de ir posponiendo tales
decisiones y el miedo a un futuro desconocido nos paraliza. Sabemos que optar
equivale a renunciar a algo y esto nos bloquea, a pesar de ello percibimos que
la esperanza nos muestra objetivos alcanzables por más que estén marcados por
la precariedad del tiempo actual.
3.- Santo Padre, me llamo Will. Tengo veinte años y soy de los Estados Unidos. Me gustaría hacerle una pregunta en nombre de tantos jóvenes que anhelan, en sus corazones, algo más profundo. Nos sentimos atraídos por la vida interior, aunque a primera vista se nos juzgue como una generación superficial e irreflexiva. En lo más profundo de nuestro ser, nos sentimos atraídos por lo bello y lo bueno como fuentes de verdad. El valor del silencio, como en esta Vigilia, nos fascina, aunque a veces nos infunda temor por la sensación de vacío. Santo Padre, me gustaría preguntarle: ¿cómo podemos encontrar verdaderamente al Señor Resucitado en nuestras vidas y estar seguros de su presencia incluso en medio de las pruebas y las incertidumbres?
Tomo, por ejemplo, la pregunta número tres porque me parece particularmente elocuente y me pregunto qué veinteañero de hoy hablaría con conocimiento de causa y con ese estilo expresivo de «lo bello y lo bueno como fuente de verdad».
Cabe fijarse, además, que se habla del precioso valor del silencio en la Vigilia, en el momento en que aún no había silencio - porque vendría después, durante la adoración -.
En resumen, tres jóvenes leen preguntas amplias y complejas escritas y el Papa León XIV lee sus respuestas. A uno le surge la impresión y le queda la sensación de se quería dar al Papa la oportunidad de dar una catequesis, con un toque de «escuchamos lo que los jóvenes tienen que decirnos», porque de otra manera no se puede ni se quiere hacer.
Tal vez el formato «preguntas de los jóvenes y respuestas del Papa», el mismo desde hace décadas, está un poco superado.
Y una pequeña prueba de ello es que a la Iglesia jerárquica le gusta dar la palabra a los jóvenes, pero solo si hablan como los adultos, solo si prestan su voz a las preguntas escritas por los adultos, sobre temas que los adultos creen que les importan.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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