miércoles, 24 de septiembre de 2025

Amar con don y tarea.

Amar con don y tarea

Lo primero que he aprendido sobre el amor es que realmente existe.

 

En este mundo de guerras que a veces se convierten en genocidios - como en Gaza estos días -; en este mundo de selección natural y enfermedades; en este mundo hipócrita donde a menudo todo parece falso y donde el poder emerge como una lógica despiadada y mercantilista que lo gobierna todo; en este mundo injusto donde muy pocos poseen casi todo y muchos casi nada; en este mundo que nos ha engendrado y que un día nos consumirá; aquí, precisamente aquí, el amor, el auténtico, existe de verdad.

 

Es una fuerza que no solo afecta a los seres humanos, sino también a los animales, quizás incluso a las plantas y a las estrellas… al universo.

 

La segunda cosa que he aprendido sobre el amor es que no es solo eros y no es solo sentimiento, sino que también es un ideal que enciende la mente. Es decir, el amor no solo concierne al cuerpo y a la psique, sino también al espíritu.

 

Lo que nos lleva a amar no es solo la dimensión emocional e irracional, sino también nuestra lógica y nuestra razón. Quiero decir que se puede amar el amor, la idea del amor, la visión del mundo y del ser humano que el amor entrega a quienes se dedican a él.

 

El amor puede convertirse en una filosofía de vida, de la que se deriva una determinada concepción de la ética y del derecho y, en consecuencia, también una visión y una práctica política específicas.

 

La tercera cosa que he aprendido sobre el amor es que siempre es estrictamente personal. ¿Qué amamos de aquellos a quienes amamos? ¿El cuerpo? ¿Los ojos? ¿La voz? ¿El carácter? ¿Las ideas? Sin duda, la dimensión física juega un papel esencial, pero el cuerpo es siempre un cuerpo vivo, habitado por un carácter que lo mueve y lo presenta a su manera.

 

El amor es siempre estrictamente personal: se refiere a la propia mujer, al propio hombre, a los propios hijos, a la propia casa, a la propia ciudad, a la propia sociedad, al propio equipo de futbol, a la propia religión...

 

Es verdad que podemos encontrar hombres y mujeres más guapos, hijos más simpáticos e inteligentes, ciudades y pueblos más importantes, equipos más fuertes,…, pero quien ama siente un sentimiento muy especial que le hace preferir por encima de todo el objeto de su amor (su hombre, su mujer, sus hijos, etc.) porque se le revela como una belleza irresistible.



La cuarta cosa que he aprendido sobre el amor es que determina el valor de un ser humano. Tal y como escribió San Agustín: «Pondus meum, amor meus». Es decir: mi peso específico depende del tipo de amor que cultivo.

 

Los grandes maestros espirituales coinciden con esta visión. Así, por ejemplo, Jesús de Nazaret: «Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón». Así, Marco Aurelio: «Cada uno vale tanto como las cosas que le interesan». Así, Plotino: «Cada alma es y se convierte en lo que mira». Así lo dijo Spinoza: «El deseo es la esencia misma del hombre».

 

Vivimos, y dado que la vida está dominada por la necesidad, empezando por la de alimento, y es evidente que deseamos; en la medida en que vivimos, no podemos dejar de desear. Pero la calidad de nuestra vida depende de la calidad de nuestro deseo: es nuestro deseo (es decir, nuestro amor) lo que determina nuestro valor.

 

El deseo natural se expresa en un primer momento como codicia, pero si se orienta y se eleva, se convierte en amor. Pero, ¿cómo se orienta el deseo? Siempre se hace a través del deseo, que, de egocéntrico, se convierte en algo más grande que uno mismo y que la propia voracidad por amor al objeto amado.

 

El verbo «convertir» lo entiendo en el sentido físico de «invertir», como cuando se da un giro de 180 grados. Una vez convertida, nuestra energía que desea pasa de relacionarlo todo consigo misma a concentrarse en un punto más elevado fuera de sí misma. Y de codicia se convierte en amor.

 

Cuando la mente se enamora, rompe la coraza del egoísmo y transforma la voracidad en veracidad, el interés en inter-ser, el deseo en cuidado. Y florece el amor verdadero.

 

La quinta cosa que he aprendido sobre el amor es que siempre es algo irresistible, más grande que nosotros. Por eso los griegos hablaban de él como de una divinidad, como de una realidad que puede someter y que, de hecho, somete nuestras vidas.

 

¿Qué defensa tiene quien está enamorado? Está totalmente a merced del amado. ¿Qué defensa tienen un padre y una madre frente a sus hijos? ¿Qué defensa el padre de la parábola frente al hijo menor pródigo y frente al hijo mayor cumplidor?

 

Está claro que una cosa es enamorarse y otra muy distinta es la plena madurez de una relación de pareja, pero en cualquier caso se trata de dimensiones que, si se quieren vivir auténticamente, dominan a quienes las viven. El amor siempre es más fuerte.

 

Por eso es tan terrible, ‘fascinans et tremendum’, puede salvar, pero también puede perder.

 

Creemos que somos los dueños de nuestro amor, al igual que creemos que somos los dueños de nuestra vida, pero no es así: el amor y la vida son más grandes y más poderosos que nosotros.

 

Y esto se debe a que todas las cosas más importantes de la vida ocurren de forma pasiva, son un regalo y, al mismo tiempo, una tarea. Y creo que esta es la lección más profunda que he recibido del amor.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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