miércoles, 24 de septiembre de 2025

Qué Ministerio de la Palabra.

Qué Ministerio de la Palabra

 Que en el principio sea la palabra también se aplica a la existencia de cada uno de nosotros. Quiero decir que cada uno de nosotros obtiene el principio constitutivo de su existencia de las palabras que ha escuchado (o escucha) y que ha pronunciado (o pronuncia). Y de la forma en que las escucha y las pronuncia. 


Esto también se aplica a las palabras escritas, a nuestra escritura, que, por muy profana que sea, siempre tiene el potencial de resultar sagrada: una escritura sagrada profana.

 

La conexión entre ‘archê’ (principio) y ‘lógos’ (palabra) es decisiva no solo para el Verbo que se hizo carne en la noche santa, sino también para cada uno de nosotros. Nuestro ‘archê’, nuestro principio constitutivo, viene dado por nuestro ‘lógos’, es decir, por la lógica que gobierna nuestra mente y que se manifiesta de manera ejemplar en nuestras palabras.

 

La literatura, por lo tanto, no es solo literatura, es decir, historias, relatos, narraciones de hechos realmente ocurridos o inventos fantásticos; no, la literatura es también teología, filosofía de vida, confesión, anatomía del alma; es también inconsciente, y por eso aún más profunda, espiritualidad...

 

¿Qué texto penetra más profundamente en nuestra alma? ¿Una página de Fyodor Dostoievski o una de Santo Tomás de Aquino? ¿'La Leyenda del Gran Inquisidor' o una 'quaestio de la Summa Theologiae'?

 

Pregunta retórica, porque la respuesta es universalmente conocida. Y si Las Confesiones de San Agustín siguen siendo hoy en día uno de los libros teológicos más leídos y más queridos, se debe al hecho de que son también literatura, además de teología y espiritualidad. Es más, son teología y espiritualidad en cuanto literatura, relato, narración, historia vivida y contada.


 

Según Jesús, la palabra tiene una importancia enorme, y no podía ser de otra manera para Él, que era un profeta, es decir, alguien que hablaba en nombre de, o ante, dando por supuesto, obviamente, a Dios.

 

Toda su existencia fue escuchar una palabra que venía de otra parte y expresar una palabra que conducía a otra parte.

 

He aquí una de sus frases al respecto: «Pero yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, darán cuenta en el día del juicio» (Mateo 12,36).

 

Las palabras, para ser auténticas y, por lo tanto, salvíficas, deben producir trabajo, ser operativas, crear historia, tener energía. El lenguaje, cuando es verdadero, posee esta fuerza, es siempre performativo.

 

Por eso, leer la gran literatura de los grandes escritores puede cambiar profundamente la vida y regenerar la música del corazón. Y nosotros estamos llamados, según la exhortación profética de Jesús, a vigilar lo que decimos para que no carezca de operatividad, es decir, de autocomplacencia, curiosidad malsana, charla frívola o, como diría el Papa Francisco, cháchara.

 

La palabra tiene tal importancia para Jesús que, en su opinión, el mayor pecado que un ser humano puede cometer y que nunca será perdonado tiene que ver con el habla, es un pecado de palabras, lo que Jesús define misteriosamente como «blasfemia contra el Espíritu» (Mateo 12,31).

 

El lenguaje, escrito o hablado, es según Jesús la prueba de fuego de un ser humano, el lugar donde se juega su destino definitivo: «Por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado» (Mt 12,37). Dada la importancia que Jesús atribuía a las acciones, esta frase suya nos enseña a superar la tradicional y superficial oposición entre palabras y acciones.

 

Las palabras también son acciones, y las acciones también son palabras. Ambas son expresiones de nuestro interior y manifiestan quiénes somos y quiénes queremos ser; revelan si nos centramos en nosotros mismos o en algo más grande que nosotros, si queremos seducir o si, por el contrario, queremos guiar y ser guiados más allá.

 

De ahí surge esa atención hacia el lenguaje que produce cuidado, protección, es más, celebración. De ahí una liturgia de las palabras y un sacerdocio de las palabras; un sacerdocio poético.

 

La Liturgia de la Palabra, antes que un momento de la Misa católica, es un estilo de vida, una forma de ser, una práctica de comunión ininterrumpida con el Logos como Palabra divina. Y vivir se convierte en una Lectio Divina.



¿Cómo se sirve al misterio?

 

Al misterio se sirve ante todo en silencio, como indica la etimología del término, que remite al verbo “myo”, que en griego significa «cerrar», en referencia a los ojos y la boca; pero, además, al misterio también se sirve hablando, escribiendo o actuando, con aquellas palabras y gestos que provienen del silencio y que, precisamente por eso, están cargados de sabiduría, de verdad y de belleza.

 

Cuando estas palabras o acciones que provienen del silencio se configuran como un servicio a la vida y a su maravilla, y al mismo tiempo a su carácter dramático y trágico, cuando esto ocurre, se tiene el arte de la palabra.

 

El cual puede calificarse como «mínimo», no porque valga poco, sino, por el contrario, porque está al servicio. El término “mínimo”, de hecho, tiene una importante asonancia con el término “ministerio”, y ambos derivan del latín “minus”.

 

El ministerio de la palabra es el de quien, ante todo, escucha las palabras de los demás en busca de la palabra con mayúscula de la vida y, a partir de esta escucha, da lugar a una reproducción de lo que ha escuchado y comprendido.

 

Concluyo con unas hermosas palabras extraídas del libro bíblico del Eclesiástico: «Cuando se sacude un tamiz, quedan los desechos; así, cuando un hombre discute, aparecen sus defectos. Los vasos del alfarero se ponen a prueba en el horno, así como la forma de razonar es la prueba de fuego para un hombre. El fruto demuestra cómo se cultiva el árbol, así como la palabra revela los pensamientos del corazón. No alabes a nadie antes de que haya hablado, porque esta es la prueba de los hombres» (Eclesiástico 27,4-7).

 

La prueba de un ser humano es su razonamiento, es decir, la concatenación de sus palabras. Es exactamente lo que también enseñaba Jesús.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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