Vivir con responsabilidad
En esta época confusa que ya no comprendemos, y que por eso llamamos posmoderna, nombrando solo lo que ha dejado de ser, nos enfrentamos a problemas inmensos y en gran parte inéditos, que se suman a los crónicos que siempre han angustiado a la humanidad.
Problemas de ética individual, como los de bioética sobre el comienzo y el final de la vida, sobre la identidad de género y la homofobia relacionada.
Problemas de ética medioambiental, como el cambio climático y la destrucción de ecosistemas enteros.
Problemas de ética social, como las desigualdades económicas cada vez más enormes.
Problemas geopolíticos que se presentan en la aldea del mundo y en todas las calles de nuestras ciudades, donde asistimos al encuentro y, a menudo, al choque entre diferentes civilizaciones, sin vislumbrar en absoluto qué futuro nos espera.
La sociedad está cada vez más gobernada por mecanismos que llevan a muchos a hablar de pos-humano, con la tecnología que transfiere nuestra inteligencia a las máquinas, prefigurando el paso del Homo Sapiens al Machina Sapiens, mientras nosotros nos convertimos cada vez más en máquinas y se nos trata cada vez más como máquinas.
En
este escenario, lo último que necesitamos es la vieja oposición ideológica
entre fe y razón. ¿Qué necesitamos entonces? Aclararnos las ideas de la manera
más honesta posible sobre nuestra esencia más auténtica como seres humanos.
¿Quiénes somos realmente? ¿Quién es el Homo sapiens?
No me considero ni ateo ni agnóstico. Soy creyente y sé que estoy inmerso en un misterio que la razón no puede penetrar hasta el fondo y que las diversas religiones interpretan de diversas maneras.
La mía, creo, no es una fe que apele al misterio para revelar verdades llamadas «dogmas» y preceptos llamados «mandamientos». Pero también creo que, estando inmersos en el misterio, las diferentes religiones son interpretaciones imperfectas.
Y llevo tiempo alejándome de los dogmatismos… del racionalismo a ultranza (según el cual la razón es luz y la fe oscuridad), y del fideísmo piadoso (según el cual la razón es oscuridad y la fe luz). La razón y la fe son ambas oscuridad... y ambas aportan su luz.
Me gusta la expresión «ignorancia docta» con respecto al sentido último de la vida, a la que se puede adherir tanto desde una perspectiva creyente como no creyente y que, en quienes la hacen suya, genera «humildad», por retomar una virtud querida (aunque tan alejada de mí) de la que nuestra época tiene una inmensa necesidad.
Ya no necesitamos dividirnos entre creyentes y no creyentes; más bien necesitamos unirnos en el ejercicio del pensamiento, humildes, es decir, sin voluntad de primacía, con el fin de pensar y comprendernos a nosotros mismos.
Y creo que nuestra peculiaridad más preciada consiste en ser capaces de percibir el misterio, cuya manifestación más sublime es la conciencia moral y la responsabilidad que emana de ella. ¿Quiénes somos, entonces? Somos inteligencias capaces de maravillarnos y voluntades libres capaces de asumir responsabilidades.
Nuestras características más específicas (la estatura erguida, el neocórtex, el código genético, la inteligencia analítica, la razón sintética, el sentimiento, la inteligencia emocional,…) no son tales que nos encierren en una definición: seguimos siendo indefinidos debido a un espacio vacío en nuestro interior que podemos llamar “caos”, antigua palabra griega que se escribiría “chaos” y que significa propiamente “vacío”, “abismo”.
En cada uno de nosotros se mueve una cantidad indeterminada de energía cuya acción es esencial, para bien o para mal, para tener la plenitud de un ser humano. Me refiero a la libertad, sin la cual no hay humanidad, y que tal vez constituya el mayor misterio del universo.
El valor de un ser humano se juega, por tanto, en su capacidad de libertad. Lo que significa que debemos hacer todo lo posible por custodiar nuestro caos y orientarlo hacia la producción de conciencia y creatividad, sin dejar de ser una posibilidad renovada de caos.
Así se cumple la sutil dialéctica de la vida, que es la capacidad de obediencia y rebelión, de resistencia y rendición, de imitación y libre creación. En una sola palabra, de responsabilidad.
Si pienso en las grandes mujeres y los grandes hombres que he conocido, constato que lo que a mis ojos los hace grandes es mucho más que la sola razón.
El ser humano es razón, pero también voluntad y sentimiento, y creo que el sentido pleno de nuestra existencia viene dado por el conjunto de razón, voluntad y sentimiento. Es su unión la que crea un ser humano auténtico.
La unión de razón, voluntad y sentimiento se llama, en una sola palabra, «conciencia» o, poéticamente, «corazón». Del término corazón deriva el término «coraje».
Y, al final, para mí, el sentido de la vida consiste en el valor que sigue creyendo consciente y responsablemente en los altos ideales de la humanidad (el bien, la justicia, la verdad, la belleza, el amor) incluso en un mundo como este. Esta es, de hecho, la verdadera fe.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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