jueves, 25 de septiembre de 2025

Deseo… luego vivo.

Deseo… luego vivo

Según las principales tradiciones sapienciales de la humanidad, la proliferación del deseo caracteriza a las personas inestables e inmaduras, a merced de deseos siempre nuevos e impredecibles, mientras que el sabio tiene pocos o ninguno.

 

Sócrates, por ejemplo, mientras pasaba por el mercado de Atenas, se decía a sí mismo: «¡Cuántas cosas que no necesito!».

 

El necio ama las compras, mientras que el sabio las evita con mucho gusto. Desde esta perspectiva, el deseo es una enfermedad del alma, no en vano su etimología ya designa una carencia.

 

Y si lo pensamos bien, hay algo de cierto en esta postura: ¿cuándo estamos en paz con nosotros mismos? Cuando no hay deseos. Pero en cuanto surge un deseo, se rompe el equilibrio y se produce inestabilidad.

 

¿Alguien recuerda las palabras de la malvada reina al espejo para obtener el oráculo? «Espejo, espejo mágico, ¿quién es la más bella del reino?».

 

A menudo, el deseo se expresa como anhelo y suscita avaricia, codicia, ansia, nos lleva a agarrar con las manos y con los ojos. En cuanto a su contenido, es bastante predecible, ya que casi siempre se dirige únicamente a la riqueza, el placer y el poder.

 

Y, sin embargo, la inestabilidad no siempre es negativa.

 

De hecho, solo gracias a ella se ponen en marcha los procesos, empezando por la vida, cuya dinámica consiste en una búsqueda del equilibrio para luego romperlo de nuevo según una dinámica procesual impulsada por la necesidad y el deseo.

 

¿Y qué es el amor por el estudio, por la investigación, por el compromiso social, por la práctica espiritual, sino precisamente un deseo que busca satisfacción? ¿Y qué es el amor mismo? ...

 

El deseo es, por tanto, ambiguo, su presencia es necesaria para la vida, pero también puede envenenarla. 



Y de esa ambigüedad fundamental han surgido en el pensamiento tres posiciones diferentes con respecto al deseo: incremento, extinción, orientación.

 

1.- El incremento del deseo, que se expande en una miríada de deseos, es lo que nos propone la sociedad en la que vivimos, llamada de consumo, y que nos convierte en consumidores, sujetos que alimentan los más variados deseos según el momento, los encuentros, los caprichos, las antojos, las estaciones y, sobre todo, las modas, porque el ego consumista que cree ser el dueño de sus deseos está en realidad a merced de las estrategias del deseo ideadas por otros.

 

2.- La segunda posición aspira a extinguir los diferentes deseos y con ellos también el deseo, como sostenía el estoico Epicteto: «Debes extinguir por completo el deseo». Se trata de una enseñanza no muy diferente a la de la escuela rival epicúrea, ya que Epicuro defendía la llamada ataraxia o imperturbabilidad, en su opinión la única garantía para la tranquilidad interior, mientras que proscribía la proliferación de deseos como una peligrosa enfermedad.

 

Muchos padres de la Iglesia eran igualmente enemigos del deseo. Orígenes, por ejemplo, llegó incluso a castrarse a los dieciocho años, habiendo tomado al pie de la letra la frase de Jesús «Hay eunucos que se han hecho tales por el reino de los cielos», y Máximo el Confesor no se quedó atrás cuando abogó por el alejamiento voluntario de la carne gracias a la circuncisión completa de sus impulsos naturales.

 

La Regla de San Benito prescribía, y de hecho sigue prescribiendo: «En cuanto a la voluntad propia, sabemos que se nos prohíbe cumplirla; de hecho, la Escritura dice: no sigas tus deseos».

 

También se puede recordar la práctica de la indiferencia de San Ignacio de Loyola: «Es necesario hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, de modo que, por nuestra parte, no deseemos más la salud que la enfermedad, la riqueza que la pobreza, el honor que el deshonor, la vida larga que la corta».

 

También Buda se sitúa en esta perspectiva, ya que identificaba en el «deseo» el origen del sufrimiento y, por consiguiente, en la erradicación del deseo la clave para superar el sufrimiento.

 

3.- Por último, hay filosofías y espiritualidades que pretenden orientar el deseo de otra manera, cultivando un deseo alternativo, pero no por ello menos intenso. No proponen la indiferencia, sino el cuidado; no la adaptación al presente, sino la utopía de un futuro diferente. Cabe recordar aquí a Jesús de Nazaret para quien el amor, que por definición es deseo, desempeña un papel decisivo. En particular, Jesús decía: «He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera encendido!», y al mismo tiempo proclamaba: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia», magnificando al máximo el deseo. En perfecta continuidad con el espíritu de la profecía judía, Jesús fue un gran evocador de deseo.

 

Yo creo que la vida también se acaba cuando el amor propio pierde su resorte, su energía… y uno comienza a estar muerto en vida. La esperanza es una pasión, una forma de ser, tan inherente e inseparable del sentimiento de la vida, es decir, de la vida propiamente dicha, como el pensamiento, el amor a uno mismo y el deseo del propio bien.

 

Vivo, por lo tanto espero, es un silogismo muy acertado. Vivo, por lo tanto deseo. No se puede vivir sin desear, pero se puede, es más, se debe vivir orientando el deseo. El deseo orientado y elevado se llama aspiración.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La oportunidad de ser menos.

La oportunidad de ser menos Ya en 1929, el jesuita Pierre Teilhard de Chardin, teólogo y científico, escribía: « La Iglesia seguirá decayend...