lunes, 22 de septiembre de 2025

Cruzar y traspasar fronteras.

Cruzar y traspasar fronteras

A principios de los años setenta, John Lennon cantaba «Imagine», y lo que nos invitaba a imaginar con su canción era que ya no existieran países («Imagine there’s no countries») y que todos los seres humanos compartieran el mundo entero («Imagine all the people sharing all the world»). La eliminación de todas las fronteras, por lo tanto.

 

Quién sabe cuántas otras veces, antes y después de él, la libre imaginación de los seres humanos ha soñado con la eliminación de las barreras territoriales, deseando un supertratado de Schengen a nivel planetario.

 

Pero embargo, hoy en día las cosas van decididamente en la dirección opuesta. Hay países europeos que quieren restablecer el cierre de las fronteras a aquellos que no pertenecen al espacio Schengen. Otros países han construido en los últimos años muros y vallas de alambre de púas de varios metros de altura para proteger sus fronteras. Los únicos continentes que carecen de ellos son, por razones fácilmente comprensibles, Oceanía y la Antártida.

 

Pero hay una frontera que, en estos tiempos, es más que ninguna otra el símbolo de la maldición y la bendición que representan las fronteras, para el destino de vida o muerte de quién sabe cuántos miles de personas: el paso fronterizo de Rafah...

 

Por un lado, la Franja de Gaza; por otro, Egipto. Por un lado, la falta de agua, alimentos, medicinas y cualquier otro bien de primera necesidad; por otro, camiones cargados de todas estas cosas (que se dejan entrar con cuentagotas, cuando deberían fluir como un torrente en pleno caudal). Por un lado, la muerte; por otro, la vida.

 

El paso fronterizo de Rafah: hoy cerrado, mañana abierto, pasado mañana quién sabe, tú con este pasaporte pasas, tú con este otro no, tú por este lado te salvas, tú por este otro lado te las arreglas, perfecta aplicación de esa lógica despiadada de los condenados y de los salvados, y que impera cruelmente en muchos otros acontecimientos humanos.

 

Pero ¿por qué existen un lado y otro lado? ¿Acaso la tierra no tiene una única latitud ininterrumpida?

 

Somos nosotros, al establecer barreras y fronteras, quienes interrumpimos y fragmentamos su continuidad. Pero ¿no deberíamos todos los seres humanos ser portadores de los mismos derechos y tal vez incluso «hermanos»?

 

Hemos fundado la loable «Organización de las Naciones Unidas», pero ¿a qué se reduce este logro si, de hecho, las naciones siguen desunidas, separadas por fronteras con vallas cada vez más altas y cada vez más armadas? ¿Cuándo podremos finalmente deshacernos de estas fronteras antinaturales?

 

Pero, ¿se trata realmente solamente de mezquindad cuando están en juego las fronteras? Sin duda, hay mezquindad, maldad e intereses sucios en la forma en que se administran concretamente las fronteras, a menudo salvando a unos pocos privilegiados y sumergiendo a la mayoría. 


Pero, esto no significa que la institución de la frontera como tal sea condenable. Al contrario, creo que tiene mucho que ver con la lógica de la vida.


 

Cada una de nuestras células tiene una membrana que la separa de las demás y protege su núcleo y su citoplasma, lo que demuestra que la existencia de la frontera y la protección que proporciona es, ante todo, una necesidad biológica. Y lo que vale para la membrana celular vale para cualquier otra realidad biológica: para muchos animales es esencial marcar su territorio.

 

Esta lógica de delimitación del espacio representada por la frontera se encuentra en otros ámbitos vitales de la vida humana.


 A nivel psicológico existen fronteras personales precisas, como enseña la disciplina que estudia las relaciones de distancia espacial en la comunicación de los seres humanos, según la cual cada uno de nosotros tiene una especie de escala cuando interactúa con los demás que se configura así: una distancia pública para las relaciones con desconocidos de alrededor de tres metros, una distancia social para las relaciones entre conocidos que llega hasta un metro, la distancia personal que llega hasta 45 centímetros para las relaciones con amigos y, por último, la intimidad que reduce la distancia a cero derribando todas las fronteras. Pero, ¿a cuántas personas permitimos entrar en nuestra intimidad?

 

Después de la biología y la psicología, la lógica de la frontera estructura en tercer lugar la sociedad. Al viajar por la autopista o por la autovía nos encontramos con carteles que indican el final de una región y el comienzo de otra, obviamente también podemos eliminarlos, pero eso no quita que al final del viaje nos encontremos en un lugar con otra lengua, otra cocina, otra cultura…

 

Y si esto es válido para las regiones, lo es aún más para los Estados.

 

Existe un espíritu de cada pueblo porque de lo contrario no sería un pueblo. Existe una catalanidad (ahora que vivo en Vic -Barcelona-): es la suma de tradiciones, costumbres, historia, lengua, cultura. Las naciones existen, e imaginar «no naciones» significa empobrecer la biodiversidad humana.

 

Es cierto, las fronteras no son más que líneas, a veces convencionales, otras veces arraigadas en la historia, pero esas líneas marcan el comienzo y el final de dos realidades humanas diferentes.

 

La tarea consiste en trabajar para que las naciones estén realmente «unidas», lo que no significa que carezcan de fronteras, sino que estas sean permeables y colaborativas, exactamente como la membrana celular, cuya existencia garantiza la protección de la célula y cuya permeabilidad le permite nutrirse.


 

Existe además otra aplicación de la lógica de las fronteras en el ámbito ético-espiritual, que puede definirse como «sentido del límite» (término que deriva del latín «limes», que significa precisamente frontera).

 

Según los antiguos griegos, el pecado por antonomasia es la llamada «hybris», la arrogancia, esa disposición que hace perder el sentido del límite y de la frontera personal, con la consiguiente incapacidad de limitar la voraz expansión del ego. Quien padece esta enfermedad espiritual no conoce fronteras y aspira a ampliar su esfera de dominio sin el más mínimo respeto por el territorio ajeno.

 

También la Biblia hebrea condena duramente este comportamiento agresivo: «Maldito el que traspasa los límites de su prójimo» (Deuteronomio 27,17); y aún más: «Ay de los que añaden casa a casa y unen campo a campo, hasta ocupar todo el espacio, quedando como únicos habitantes del país» (Isaías 5,8), un dicho que se adapta muy bien a la expansión ilegal de los colonos israelíes en los territorios palestinos - valga como ejemplo y dicho sea de paso -.

 

Y hay otra valencia de la realidad de la frontera se refiere al conocimiento. Paul Tillich, uno de los teólogos más importantes del siglo XX, feroz opositor del nazismo que lo obligó al exilio, escribió: «La frontera es el mejor lugar para adquirir conocimiento». El teólogo se refería a esa dialéctica innata de la mente humana según la cual toda realidad tiende espontáneamente hacia una frontera que tiende a superar.

 

Respetar las fronteras no significa, por tanto, entregarse a lo estático y confinado, sino, por el contrario, cruzarlas. Pero, para ser cruzadas, las fronteras deben existir, lo que se aplica a un pueblo, una religión, una ideología política, una teoría científica... 


Lo fundamental es querer traspasarlas no por voluntad de conquista... sino por ese inquieto espíritu de conocimiento que es el eje de la mente humana... o, simplemente, por querer buscar y encontrar las condiciones de una vida digna



P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Haz un ejercicio de empatía: ponte en lugar de Lázaro - San Lucas 16, 19-31 -.

Haz un ejercicio de empatía: ponte en lugar de Lázaro - San Lucas 16, 19-31 - En la página evangélica, la necesidad de escuchar a Moisés y a...