lunes, 22 de septiembre de 2025

No solo de pan vive el ser humano.

No solo de pan vive el ser humano

Las religiones, sobre todo el cristianismo y el islam, siempre han soñado con globalizar el mundo pero mientras tanto el mundo ha sido globalizado por la economía.

 

Y el logro del sueño de las religiones por parte de la economía ha traído consigo inevitablemente un nuevo paradigma ético y antropológico, porque en las mentes contemporáneas la economía ya no es solo una ciencia que analiza la producción de riqueza y otras cuestiones relacionadas, ya no es en absoluto solo una ciencia como la física, sino que, al igual que la religión, se ha convertido también en una moral.

 

Es más: es la moral vencedora, el modelo normativo, el canon. Y el verdadero y propio Nuevo Testamento de la sociedad moderna, cuyo triunfo produce la siguiente metamorfosis: de la religión de Dios a la religión del yo.

 

De este modo el ser humano globalizado ha pasado de “homo sapiens” a “homo faber et consumens”: de un ser que ponía su cualidad esencial en el culto y la cultura, a un ser que la pone en la producción y el consumo (pasando de creer que vive para algo más importante que él mismo a creer que no hay nada más importante que él mismo).

 

Por eso, el modelo inspirador es el hombre que gana y gasta, que vale tanto más cuanto más gana y más gasta, y que, según una tendencia hasta cada vez más evidente, no se preocupa en demasía por la cultura, sino que, por el contrario, se burla de ella y la desprecia.

 

Si no fuera así, no tendríamos un sistema que asigna salarios poco gratificantes a los profesores y cubre de dinero a personajes equívocos y fútiles llamados «influencers», y que en un día le da a un futbolista lo que un médico gana en un año y, a veces, en toda su vida.

 

El verdadero libro sagrado de nuestros días, que convierte en antiguos todos los libros sagrados anteriores (de la religión, de la filosofía, de la política), es el evangelio de la economía.

 

De hecho, para poder subsistir, todo debe ajustarse a la lógica económica, que es el criterio que hace canónico o apócrifo cada aspecto de la acción humana.

 

Si un acontecimiento o una institución no recibe el visto bueno del responsable de las cuentas, no sobrevive. ¿Es justo que sea así? ¿Las cuentas siempre deben cuadrar, o a veces pueden no cuadrar?

 

Si las cuentas siempre deben cuadrar es porque el dinero tiene como objetivo el dinero; si las cuentas a veces pueden ir sin retornar es porque el dinero se destina a algo más importante. ¿A qué? ¿Qué es más importante que el dinero?

 

Más importante que el dinero es lo que no se puede comprar con dinero. Es decir, el tiempo, el amor, la cultura, la dignidad, el respeto. Nadie, por ejemplo, puede comprar el respeto. De un ser humano se puede comprar el tiempo, el cuerpo, las palabras, pero no el respeto. El respeto no se puede comprar, es una donación gratuita.

 

Hoy, sin embargo, se piensa que todo se puede comprar con dinero, que cada ser humano tiene su precio y que solo es cuestión de averiguarlo y pagarlo.

 

En este horizonte en el que se considera que todas las cuentas deben cuadrar porque el del dinero es producir más dinero y todo se puede comprar con dinero, la tarea de la búsqueda espiritual es recordar que hay algo que no está a la venta.

 

Y luchar para que los seres humanos no se aplanen convirtiéndose en «unidimensionales», como predijo Herbert Marcuse en 1964, sino que mantengan su estratificación múltiple.

 

Hoy, cuando la economía se ha convertido en una religión, la tarea de la religión es recordar a los seres humanos que «no solo de pan vive el hombre».

 

Está claro que sin pan y sin la economía que lo produce no hay vida humana, pero la cuestión es el propósito. Hay que recordar siempre a Immanuel Kant y su imperativo categórico: «Actúa de tal manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de los demás, siempre como un fin y nunca solo como un medio».

 

¿Cuándo, en relación con nosotros mismos, actuamos como un fín?

 

Se atribuye a Escipión el Africano la frase: «Nunca soy más activo que cuando no hago nada». Hay una actividad que no coincide con la operatividad exterior y que, sin embargo, es productiva. Es más, confiere más ser. Porque el mismo Escipión decía: «Nunca estoy menos solo que cuando estoy solo conmigo mismo». Se refería no al dulce no hacer nada sino el cultivo de la mente y el corazón.

 

El trabajo en uno mismo tiene algo que ver con la jardinería. Al trabajar en nosotros mismos, de hecho, realizamos el trabajo más precioso: el de vencer la soledad interior que nos hace sufrir y nos lleva a rodearnos de personas y cosas, de noticias y rumores, por el miedo a quedarnos solos con nosotros mismos.

 

Esta es la gran tarea humana de los seres humanos: cultivar la propia interioridad, tener momentos de recogimiento, practicar la dimensión contemplativa de la vida. No se trata de actuar en contra o en desacuerdo con la economía, se trata de conferir a esa ciencia, hoy considerada absoluta, un criterio superior…

 

Si queremos salvarnos. Digo salvarnos como seres humanos, sin seguir destruyendo los ecosistemas de nuestro planeta y sin caer presas de las máquinas humanoides económicamente mucho más eficaces y convenientes que nosotros.

 

¿Y eso sirve para algo? ¿Podemos cambiar el sistema económico en el que estamos inmersos? Y al menos desde 1848, fecha del Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, que la filosofía ha intentado cambiar el sistema económico, pero después de casi dos siglos desde ese poderoso íncipit («Un espectro ronda por Europa, el espectro del comunismo»), el resultado está a la vista de todos: el espectro del comunismo ya no asusta ni fascina a nadie, mientras que hay otros espectros que vagan por Europa y nos hacen temblar.

 

Lo mismo ocurre con las advertencias de la religión, igualmente fracasadas, pensemos en el resultado de las palabras de Jesús : «¡Bienaventurados vosotros los pobres! ¡Ay de vosotros, ricos!», mientras que el mundo repite alegremente en todo momento exactamente lo contrario: «¡Ay de los pobres! ¡Bienaventurados los ricos!».

 

Pero si miramos las cosas desde arriba con una perspectiva más amplia, el balance no parece tan negativo: al menos aquí ya no hay esclavos ni siervos de la gleba, ya no se trabaja doce o trece horas al día como al comienzo de la revolución industrial, la miseria de las familias se ha superado en gran parte, los derechos de los trabajadores están reconocidos y bastante protegidos. Y si a veces ocurre lo contrario, la ley interviene y libera y castiga a los responsables.

 

Hoy en día asistimos al fenómeno de la llamada «Gran Renuncia»: quienes pueden, renuncian a trabajos que consideran poco gratificantes y recuperan su vida, conscientes de que no se vive para trabajar, sino que se trabaja para vivir, y de que hay cosas más importantes que la carrera profesional. ¿Es un fenómeno negativo o positivo? Sin duda, señala la presencia de herejes con respecto al dogma de la primacía absoluta de la economía.

 

Yo creo que estamos llamados a remodelar nuestra utopía: antes que de cambiar el mundo, se trata de no dejar que el mundo nos cambie. De no dejar que nos reduzcan a mercancía. No ver todo y a todas las personas como mercancía.

 

Y este cambio puede ser practicado ya aquí y ahora por cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros es, de hecho, un sistema económico, una especie de empresa, y puede elegir a qué dar prioridad: si al ‘negotium’ o al ‘otium’, a los objetos o a la cultura, al tener o al ser.

 

La mejor manera de cambiar el mundo es mejorar ese pequeño pedazo de mundo sobre el que realmente tenemos poder: nosotros mismos. Gandhi decía: «Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo».

 

Sí, hablo como ser humano y como cristiano. Y me gusta recordar que no vivimos solo de pan, que no somos mercancía, ni somos «genes egoístas». La inteligencia y el amor de los que somos capaces, y que no se pueden comprar, constituyen el verdadero propósito de nuestra vida.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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