La edad de la memoria
Vivir, es decir, tomando la conocida metáfora, como montar en bicicleta: perder el equilibrio con el pedal derecho para recuperarlo inmediatamente después con el pedal izquierdo, mientras que querer estar perpetuamente en equilibrio significaría caer... Por supuesto, en la vida no siempre se pedalea de la misma manera, sino según las etapas de la existencia.
¿Cuántas son estas etapas?
Normalmente se piensa que son tres: infancia, edad adulta y vejez.
Así lo pensaban los antiguos griegos, como se desprende del acertijo que la esfinge planteó a Edipo a las puertas de Tebas: «¿Qué ser, con una sola voz, tiene a veces dos piernas, a veces tres, a veces cuatro, y es tanto más débil cuanto más tiene?». Edipo respondió: «El hombre, porque gatea de niño, camina firme sobre sus piernas en la juventud y se apoya en un bastón cuando es viejo» (desanimada por la respuesta correcta, la esfinge se arrojó por un precipicio y los tebanos recompensaron a Edipo proclamándolo rey, pero para él habría sido mejor no serlo).
Son muchos los ejemplos del enfoque que aún hoy prevalece en Occidente, según el cual la vida humana tiene un ciclo vital dividido en primera, segunda y tercera edad.
Según la espiritualidad de la India, en cambio, las fases de la vida son cuatro, las llamadas «ashrama», que se describen más por la actividad que por los años:
1.- la primera se caracteriza por el aprendizaje y tiene como figura simbólica al estudiante,
2.- la segunda por el trabajo y está simbolizada por el padre de familia,
3.- la tercera se denomina «retiro en el bosque» y coincide con el cese de las obligaciones y la dedicación al estudio y la meditación;
4.- y la cuarta, por último, se caracteriza por el desinterés total por el mundo y tiene como figura simbólica al asceta errante que renuncia a todo deseo, tanto de vivir como de morir, y simplemente espera a que llegue su hora.
Como consecuencia del alargamiento de la vida, la división en cuatro fases también está presente entre nosotros, ya que cada vez distinguimos más el periodo de tiempo caracterizado por la retirada del trabajo, añadiendo a la tercera también la cuarta edad, haciendo coincidir esta última con la vejez propiamente dicha y sus dolencias físicas y mentales.
Por
supuesto, también en la última fase hay que pedalear siguiendo la lógica de la
vida, pero ¿cuál es el pedaleo que caracteriza a la cuarta edad?
Como aún no he llegado a ella, me dirijo a algunos que la han experimentado y de los que he aprendido.
El mundo de los ancianos, no sé si de todos los ancianos, es el mundo de la memoria. Al final, cada uno de nosotros, cuando llega a la última etapa de la vida, consiste en sus acciones, sus afectos, sus pensamientos pero somos lo que recordamos y cómo lo recordamos.
De hecho, en la vejez se experimenta el tiempo bajo el signo del pasado, se vive en el pasado y del pasado. Por lo tanto, la memoria resulta decisiva. Y recordar hasta puede ser una actividad saludable. Y puede serlo cuando en el recuerdo te reencuentras a ti mismo, tu identidad, a pesar de los muchos años transcurridos, de las mil vicisitudes vividas.
En el recuerdo, se encuentran los años perdidos hace tiempo, los juegos de cuando se era niño, los rostros, las voces, los gestos de los compañeros y amigos, los lugares, sobre todo los de la infancia, los más lejanos en el tiempo, pero los más nítidos en la memoria.
Cultivar la memoria puede ser un acto saludable, esencial para la vejez, y es por ello que en esta etapa hay que pedalear en la bicicleta de la vida.
Para mí las palabras más bellas sobre la memoria fueron escritas por San Agustín en el libro X de las Confesiones como por ejemplo:
«En el inmenso palacio de mi memoria están listos, a mi señal, el cielo, la tierra y el mar con todas las sensaciones que he recibido de ellos. Allí también me encuentro a mí mismo y me veo haciendo cierta cosa, cuándo y dónde la hice, y los sentimientos que experimenté al hacerla. Allí está todo lo que recuerdo por haberlo experimentado».
Y aún más: «Grande es este poder de la memoria, demasiado grande, Dios mío, un santuario enorme, ilimitado. ¿Quién podría tocar su fondo? Es un poder de mi alma, forma parte de mi naturaleza; y, sin embargo, yo mismo no consigo comprenderme por completo... Esto me provoca un gran asombro, me invade la sorpresa».
Se puede creer o no creer en Dios, o mejor dicho, en un Dios, pero cultivar este asombro permanente ante el milagro de la vida, ante el milagro de la mente y su capacidad de memoria, es sin duda una forma excelente de estar en el mundo, sobre todo cuando somos conscientes de que nuestro «ser» está llegando a su fin.
De hecho, nunca hay que olvidar esta advertencia de Cicerón: «Toda edad de la vida es pesada para quien no encuentra en sí mismo algo que le ayude a vivir felizmente». Encontrar «en sí mismo»: el partido a jugar es totalmente interior. Precisamente por eso hay jóvenes tristes y desanimados, y ancianos felices y aún capaces de sonreír con alegría a la vida.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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