El arte de ser humanos
Al regresar de unos días de ejercicios espirituales, el impacto con el mundo real es grande. He estado en silencio y en oración, guiado por la liturgia y por mis meditaciones. En los ejercicios, se desayuna, se almuerza y se cena en silencio. Siempre en silencio se camina alrededor del claustro y por los pasillos y el jardín del convento, se está sentado en la sala de meditación, se rezan los salmos, se cantan las antífonas,…, se recibe la bendición vespertina... en silencio. Todo en silencio.
Y, en silencio, se cultiva el arte de caminar despacio, de hacer las cosas despacio, de respirar despacio, de controlar la mente y de aquietarse. A medida que se aprende a respirar conscientemente, se aprende a reconocer los trucos de la mente, sus ansiedades y sus mentiras (porque la mente miente y de qué manera) y se comprende que vivir es un arte que hay que aprender, que hay que aprender a vivir, que no es nada fácil saber vivir como seres humanos...
Los seres humanos. ¿Qué son? Después de una semana de ejercicios espirituales, el impacto con el mundo real (o quizás mejor, perdón: con el mundo irreal de la locura cotidiana en la que estamos inmersos) no podía ser más chocante.
La mente vaga y huye quién sabe dónde, y aquí ya no está, porque ya no ve lo que todos ven y ya no oye lo que todos oyen. Padres que se olvidan de sus hijos pequeños en el coche, un marido que mata a puñaladas a su esposa, ... La mente enloquecida…
Yo diría también una mente enferma, presa de esa violencia incontrolada que atraviesa nuestras ciudades haciéndolas aún más ardientes de lo que ya son debido al clima.
¿Hemos
perdido por completo la noción del arte de vivir como seres humanos? ¿Alguna
vez la hemos tenido? ¿Qué es un ser humano?
Escucho a educadores que me cuentan la progresiva decadencia cultural que genera déficit de atención en los chicos, que no llegan a concentrarse ni dos o tres minutos, o que tienen un bagaje léxico de unos cientos de palabras para una capacidad de lectura e interpretación de la realidad cada vez más empobrecida, de modo que el mundo, con su amplia gama cromática, se reduce a un blanco y negro tipo lejano y salvaje oeste: yo y mis amigos buenos, los demás malos. Es la lógica de la pandilla, del clan, de la tribu.
Nuestros jóvenes necesitan aprender el arte de vivir, pero ya nadie se lo enseña. Sus mentes se llenan de nociones que no necesitan y se les deja sin las herramientas existenciales que necesitan vitalmente. Necesitan educación, pero solo se les da (en el mejor de los casos) instrucción. Es como si a un sediento que pide agua se le diera arena y cemento.
Pero, ¿qué es el ser humano? Si investigamos la historia del pensamiento, encontramos las definiciones más contradictorias.
Mortales y caducos como las hojas (Homero), almas inmortales (Platón), animales políticos (Aristóteles), soledad incomunicable (Duns Scoto), dotados de libre albedrío (Descartes), desprovistos de libre albedrío (Spinoza), madera torcida pero también conciencia moral (Kant), fenomenología del espíritu (Hegel), voluntad de vida (Schopenhauer), grumo de egoísmo (Stirner), melancolía y sufrimiento (Shopenhauer), algo que hay que superar (Nietzsche), un ego aplastado entre el inconsciente y el superyó (Freud), personajes en busca de autor (Pirandello), pasión inútil (Sartre), ser-para-la-muerte pero también pastor del ser (Heidegger)… Hoy en día están de moda las definiciones básicas de impronta científica: gen egoísta (Dawkins), mono desnudo (Morris), espuma química (Hawking).
Sobre nuestro comportamiento ético, David Hume escribió: «Hay un poco de benevolencia, por poca que sea, infundida en nuestro corazón, alguna chispa de amistad por la especie humana, alguna partícula de paloma amasada en nuestra estructura, junto con los elementos del lobo y la serpiente». Hablando del lobo, Plauto afirmaba que así somos con los demás hombres: Homo homini lupus.
¿Quién
tiene razón? ¿Somos lobos o seres divinos? ¿Quién refleja mejor nuestra
esencia: quien practica los ejercicios espirituales cultivándose y venciéndose
a sí mismo, o los protagonistas de la catástrofe y del caos de baja, mediana o
alta intensidad?
Lejos de querer dar lecciones de moral, solo constato la gran crisis de la moral y, en consecuencia, de la humanidad. De hecho, ambas cosas están estrechamente relacionadas, porque la esencia específica del ser humano que lo distingue de todos los demás seres vivos es precisamente su condición de agente moral. Es decir: lo que hace un perro lo decide su naturaleza, lo que hace un ser humano lo decide su cultura.
La cultura no es erudición, datos memorizados, libros leídos: la cultura es lo que queda una vez olvidados todos los libros y todos los datos, y lo que nos hace actuar de manera recta, justa y amable. Es decir, de manera educada, donde la educación no es etiqueta, sino formación integral y rectitud de la mente, como en el concepto griego de paideia, en el inglés education, en castellano educación.
Quien actúa de manera moralmente responsable es una persona culta, es decir, cultivada, y su interioridad produce buenos frutos. Quien actúa de manera irresponsable es un inculto, lo es incluso si ha leído miles de libros y sabe hablar bien, porque su interioridad produce espinas punzantes y hongos venenosos.
No sé si detrás de la casi total ausencia de educación moral en nuestra sociedad hay un diseño. A veces, sin embargo, lo sospecho. Por «ausencia de educación moral» me refiero a la ausencia de ética en la escuela, en la producción televisiva y cinematográfica, en la literatura, en el arte, en la filosofía. ¡Ay de quien hoy en día pase por «moralista»! Es mucho más eficaz ser amoral o inmoral: se vende mucho más.
Cuando me asalta la sospecha de que esta ausencia de ética es deliberada, recuerdo estas palabras de Hannah Arendt: «El súbdito ideal del régimen totalitario no es el nazi convencido ni el comunista convencido, sino el individuo para el que la distinción entre realidad y ficción, entre verdadero y falso, ya no existe» (Los orígenes del totalitarismo).
Los súbditos ideales del totalitarismo son las personas que han perdido la noción de la realidad y cuya mente está a merced de ficciones y virtualidades de todo tipo. Personas cuyo yo virtual, es decir, lo que les gustaría ser según lo que les inculcan la publicidad y la ficción construida de antemano, es mucho más fuerte que su yo real, es decir, lo que son en realidad: lo que les lleva a estar completamente desconectados de la realidad y a merced de los charlatanes y, sobre todo, de sus fantasmas interiores.
Sin embargo, al final hay una cosa que me queda clara: no tenemos una esencia definida por la naturaleza, sino que somos lo que expresa nuestra cultura. Lo que nos hace a la vez peores y mejores que las bestias, feroces lobos y a la vez semejantes a los dioses.
Todo en nosotros depende de la cultura, en cuanto capacidad de acción moral. Y esta cultura depende de la educación de la mente. De ello se deduce que, o bien ponemos en el centro de los programas sociales y políticos la educación de la mente (empezando por su capacidad de atención y concentración), o bien el abismo en el que nos hundimos se ampliará cada vez más.
No digo que sea obligatorio para todos pasar una semana de ejercicios espirituales en un convento, pero habría que idear algo similar en nuestras escuelas y en la programación cultural de la sociedad.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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