sábado, 20 de septiembre de 2025

La utopía de seguir permaneciendo humanos.

La utopía de seguir permaneciendo humanos

Para mayor claridad, diré desde el comienzo que mi reflexión consiste en sostener que el lugar donde se realiza la utopía no debe buscarse fuera de nosotros, como ocurría con las antiguas utopías, sino dentro de nosotros, en nuestra interioridad, el único lugar donde a veces se puede vislumbrar la isla que no existe y que nunca existirá en el inmenso mar del ser.

 

Algunos me dirás: ¿ver algo que no existe? ¿No es una locura? Quizás, pero esa locura que Erasmo de Rotterdam elogió y que constituye precisamente la disposición de la mente llamada utopía.

 

Utopía significa literalmente «no lugar».

 

Para comprender el concepto, es necesario distinguir entre idea e ideal, diferencia que consiste en el hecho de que el ideal es una idea + energía y, por lo tanto, motiva la acción.

 

Podemos encontrar a personas que tienen muchas ideas y ningún ideal: las escuchamos, las admiramos, pero permanecemos fríos. Por el contrario, podemos encontrar a personas que tienen ideas con valor ideal y, cuando las escuchamos, sentimos que nos invade un calor vital y algo se mueve en nuestro interior.

 

Pues bien, la utopía es un ideal, una idea dotada de energía. Yo la defino como «idea emotiva», en el sentido literal del término emoción, del latín “emoveo”, «poner en movimiento».

 

Más precisamente, la utopía es el ideal cultivado por quienes no se dejan bloquear por el ‘statu quo’.

 

Está claro: hay que mirar la realidad de frente, pero quienes cultivan la utopía no se resignan a apagar su luz interior confundiendo con una ilusión la tensión hacia el bien y la justicia.


Es más, a partir de algunos justos en los que ha visto realizarse esta tensión, el utópico siente que la vida verdadera es la que reflejan estas pocas personas luminosas, y no la existencia gris de la mayoría.

 

Sin embargo, el utópico sabe muy bien que no es posible trasladar esa luz a la totalidad de lo real y que, por lo tanto, su ideal nunca llegará a brillar completamente en un lugar concreto, sino que siempre permanecerá «sin lugar», “ou topos”, utópico; siempre necesariamente «más allá del ser», como indicó Platón, uno de los primeros y más grandes utópicos.

 

El ser nunca será la plena realización del bien. Y aunque algún día pudiera alcanzarlo, el precio pagado sería demasiado alto, porque ninguna realización histórica justifica el mar de sangre derramada por la naturaleza y la historia.

 

Sin embargo, el utópico siente que el hecho de que el ideal no pueda realizarse plenamente no lo convierte en una ilusión. Siente que la realidad más verdadera viene dada por lo que no se ve y nunca se podrá ver, pero de lo que no puede prescindir.

 

Como escribió Oscar Wilde: «Un mapa que no incluya la isla de Utopía no merece ni siquiera una mirada, porque excluiría el único país al que la humanidad llega continuamente» (El alma del hombre bajo el socialismo).

 

Aquí hay una dialéctica perfecta: la utopía, como no lugar, nunca estará en el mapa del mundo; y, sin embargo, si el mapa de alguna manera no la incluyera, sería un fracaso, porque todos los seres humanos dignos de ese nombre buscan esta isla y, cuando dan lo mejor de sí mismos, llegan a ella.

 

Lo que significa que el ser humano puede ser diferente del mundo. Lo que significa que, si cultivamos el ideal del bien y la justicia, somos más grandes que el mundo. Lo que significa que la meta de cada uno de nosotros está más allá del mundo. Exactamente como escribió Ludwig Wittgenstein: «La solución al enigma de la vida en el espacio y el tiempo está más allá del espacio y el tiempo» (Tractatus logico-philosophicus).

 

Considerar que nuestra vida es un enigma, que puede tener una solución, y que esta, sin embargo, solo se encuentra más allá del espacio y del tiempo: esto es, en su sentido genuino, la utopía.

 

Pero, ¿cuál es la «nueva» utopía para Occidente?


Me temo que estamos viviendo días de los que se hablará en el futuro retomando un famoso título de Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo.

 

En esta obra se lee: «El súbdito ideal del régimen totalitario no es el nazi convencido ni el comunista convencido, sino el individuo para el que la distinción entre realidad y ficción, entre verdadero y falso, ya no existe».

 

No reconocer ya la distinción básica entre realidad y ficción; confundir la realidad con la ficción y la ficción con la realidad más verdadera; estar completamente desconectado de lo real y totalmente inmerso en lo virtual: estas son las condiciones óptimas para el totalitarismo.

 

Hannah Arendt también escribió estas otras palabras, hoy de una actualidad desconcertante: «Nosotros, que hemos experimentado las organizaciones totalitarias de masas, podemos afirmar que su principal interés es eliminar cualquier posibilidad de soledad... No solo se eliminan las formas seculares de conciencia, sino también las religiosas, cuando ya no se garantiza la posibilidad de estar un poco a solas con uno mismo... Un ser humano no puede mantener intacta su conciencia si no puede entablar un diálogo consigo mismo, es decir, si pierde la posibilidad de la soledad, necesaria para cualquier forma de pensamiento» (Sócrates y la cuestión del totalitarismo).

 

Hoy en día, en Occidente, aunque ya no existen organizaciones totalitarias de masas, la conciencia corre un gran peligro porque se ve amenazada en la condición necesaria para su ejercicio, es decir, la soledad como recogimiento y silencio interior.


Sin silencio interior, no hay escucha real; sin escucha, no hay pensamiento creativo; sin pensamiento creativo, no hay conciencia; y sin conciencia, es el fin de la humanidad. Solo gracias al silencio interior la mente genera conciencia y humanidad, pero hoy es precisamente el silencio interior el que está en peligro. En estas condiciones, ¿cuál es la nueva utopía para Occidente?

 

La nueva utopía es mínima, su nombre es antiguo, se llama humanidad.

 

La humanidad tiene dos significados muy diferentes entre sí: el conjunto de los seres humanos y su naturaleza más auténtica. Yo la asumo en el segundo significado, sosteniendo que nuestra verdadera naturaleza se realiza como inteligencia libre que elige el bien actuando así, precisamente, de manera humana.

 

La nueva utopía consiste en creer que, frente al inmenso poder de la tecnología y a la posibilidad de que esta modifique nuestro cuerpo y nuestra mente para una metamorfosis de la humanidad hacia una poshumanidad desconocida, la humanidad, como inteligencia libre y buena, se conservará.

 

Las viejas utopías aspiraban a cambiar el mundo, la nueva utopía aspira, de forma mucho más modesta, a no dejarse cambiar por el mundo y a custodiar la humanidad. La utopía minimalista a la que me refiero cree que seguiremos siendo humanos, deseosos de cultivar nuestra esencia en el ejercicio del conocimiento y la virtud.

 

¿Es un pensamiento realista? A juzgar por muchas señales, no, y de hecho es una utopía, una tierra que no existe en el mapa del mundo. Pero «un mapa que no incluya la isla de Utopía no merece ni siquiera una mirada», y por eso invito a todos a razonar con el corazón, cultivando la idea emocional de esta nueva, en realidad antiquísima, utopía.


P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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