El valor del regalo y de la gracia
Siento en mí la creciente necesidad de explicar las palabras, de llevar el pensamiento a los elementos primordiales. Tras la deconstrucción del siglo XX, ha llegado el momento de la reconstrucción, y los ladrillos de esa obra para reconstruir la confianza de nuestra mente en la vida son las palabras. También porque no queda mucho más que nos una.
Las palabras son el producto del impacto entre la vida y la mente, por lo que representan una revelación genuina de la vida. Por eso, al analizarlas, podemos llegar a las experiencias originales de la vida y así comprenderla un poco mejor e interpretarla con más conciencia y responsabilidad.
“Regalo” no necesita explicación en cuanto a su significado y su etimología también se remonta fácilmente al latín “donum”, del verbo “do”, infinitivo de “dare”. El regalo es algo que se da. Todos hemos hecho y recibido muchos regalos, por lo que todo parece claro: el regalo es la manifestación de la capacidad de generosidad del género humano.
En realidad, sabemos que no siempre es así. Sabemos que no todos los regalos son realmente tales, ni en cuanto al objeto ni en cuanto a la intención. No lo son en cuanto al objeto recibido, porque a veces se prescindiría gustosamente de ellos, ya que no todos los regalos son realmente regalos (término que debe entenderse en el sentido del adjetivo «regalo», «digno de un rey»).
Y, sobre todo, no todos los regalos son tales en cuanto a la intención con la que se hacen, porque no siempre son realmente pensados y gratuitos.
La experiencia nos enseña que hay regalos inútiles que no tienen nada que ver con quien los recibe, sino que son solo costumbres; que hay otros demasiado útiles porque se hacen para quitarse una obligación o para ganársela; que hay otros que son incómodos, hechos para hacer valer el propio poder; que hay otros erróneos, buenas intenciones pero malos resultados, que acaban siendo desagradables o incluso ofensivos. Pero, a pesar de todo ello, el concepto de regalo está claro en la mente de todos nosotros.
¿Qué significa exactamente «valor»? El campo semántico del concepto es muy amplio: puede indicar precio (el valor de una casa), habilidad (un poeta de valor), poder (el valor del dinero), validez (un documento sin valor), importancia (una cuestión de inmenso valor), idealidad (los valores familiares) y otras cosas más.
El sustantivo “valor” está relacionado con el verbo “valer”, del latín “valeo”, con dos significados fundamentales: “ser fuerte” y “estar sano”. La etimología nos enseña así que el concepto de valor deriva de la condición de quien está en plena fuerza, física y económica, ya que tiene vigor y puede manifestar su próspera condición.
El valor del regalo, por lo tanto (cuando se trata de regalos significativos), expresa ante todo el estado del donante: es una expresión de fuerza y superioridad, porque pocos pueden regalar así.
Sin embargo, es evidente que no todos los que pueden permitirse donar de manera significativa lo hacen, y mucho menos todos los que donan lo hacen siempre con pura generosidad, sin segundas intenciones, sin utilizar los regalos realizados como instrumentos para aumentar su poder.
De ello se deduce que quien dona mucho y sin segundas intenciones, sino solo por pura generosidad y voluntad de hacer el bien, manifiesta la presencia de una forma de ser que, para comprenderla, es necesario recurrir a otro concepto, uno de los más bellos de nuestra tradición: el concepto de gracia.
La palabra proviene tal cual del latín, con la única transformación de la t original en la z actual, y en cuanto al significado, se trata de uno de esos conceptos que se dominan hasta que hay que explicarlos, como decía San Agustín del tiempo: «¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé» (cf. Confesiones XI, 14).
Lo que San Agustín dice del tiempo se aplica a otros conceptos fundamentales de nuestra vida, como la verdad, la belleza, la justicia, el amor, y esto nos hace comprender que nuestro lenguaje es más grande que nuestra mente. Lo recibimos como un don de los siglos por el que debemos estar muy agradecidos y al que debemos dedicar mucho cuidado, porque somos nuestras palabras, nuestras frases, el estilo con el que hablamos; y somos la capacidad de escuchar las palabras de los demás, de apreciar su forma de hablar, de entender lo que dicen y cómo lo dicen (y lo que no dicen y por qué no lo dicen). Qué gran ejercicio espiritual es el cuidado del lenguaje.
Volviendo a la gracia, su antigua definición escolástica es la siguiente: Gratia quia gratis datur, se llama gracia «porque se da gratis».
La palabra evoca, pues, una dimensión en la que ya no existe el interés económico y se supera el “do ut des” («yo doy para que tú des»). En el caso del auténtico donar, yo doy no porque tú des, sino porque tú seas: para que seas feliz, para que estés bien, y yo me alegro de tu bienestar y tu felicidad.
El regalo nos es dado gratis, y quien lo recibe siente la necesidad de reconocer el beneficio recibido: de ahí el agradecimiento y el dar las gracias. Así que primero el regalo o la gracia; luego el agradecimiento o la gratitud.
Sin embargo, el concepto de gracia va mucho más allá del intercambio gratuito, la gracia es mucho más que gratis.
Esto se entiende al analizar los tres ámbitos conceptuales a los que se refiere el concepto: la teología, el derecho y la estética.
1.- En teología, la gracia indica la acción sobrenatural de Dios que salva independientemente del mérito humano.
2.- En derecho, la gracia es el acto mediante el cual el Soberano libera a un condenado de las consecuencias de la condena indultándolo (el verbo indultar solo se utiliza en el ámbito jurídico).
3.- En estética, la gracia remite a la forma, se refiere a la elegancia con la que se presenta el contenido: con gracia, es decir, agraciado; sin gracia, es decir, desgarbado.
Si nos preguntamos por el significado filosófico y espiritual del don y de la gracia, preguntándose qué manifiestan, de qué son epifanía, y si no todos los dones son verdaderamente tales, ¿qué demuestra el don que sí lo es?
Demuestra que también nosotros, como aquella joven del Evangelio saludada por el Ángel hace muchos siglos, podemos estar «llenos de gracia». El Ángel la saludó diciendo: Ave gratia plena. Pues bien, también nosotros, a veces, somos ‘gratia pleni’.
Este es el significado existencial del hecho de que podemos hacer y recibir auténticos dones entrando en una dimensión diferente a la de los intercambios ordinarios. El impulso y el deseo de gratuidad son para nosotros el ángel anunciador. La gratuidad anuncia la gracia, y la gracia anuncia otra forma de ser. Y quizás también otro mundo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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