Entre Eco y Narciso
Para comprenderlo en su esencia, el mito de Narciso debe abordarse junto con el mito de Eco. Narciso y Eco representan, de hecho, los dos extremos del amor: el amor propio que ignora por completo al otro y el amor al otro que ignora por completo al propio.
¿Cuál es la mejor o peor forma?
Narciso era muy guapo y quienes lo conocían, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, se enamoraban de él, pero él siempre los rechazaba. Eco, que había sido castigada por Hera con la privación de la posibilidad de hablar, salvo para repetir las últimas palabras que había escuchado (de ahí el nombre de eco para el fenómeno acústico de la repetición de un sonido), un día vio a Narciso y, como todos, se enamoró de él.
Sin embargo, debido a su condición, el diálogo produjo una serie de malentendidos, hasta que ella se acercó a él para abrazarlo, pero él se apartó indignado diciéndole: «¡Quita tus manos de encima! ¡Prefiero morir antes que entregarme a ti!». La pobre Eco solo pudo responderle «entregarme a ti» y huyó presa de una vergüenza que la consumió progresivamente, dejando de ella solo su voz...
En cuanto a Narciso, un día se encontró frente a una fuente cristalina. Bebió, pero al ver su imagen se enamoró de sí mismo, lo que le llevó a consumirse a su vez por un amor imposible y a morir, según algunas fuentes antiguas por agotamiento, según otras por ahogamiento al querer abrazar su propia imagen en el agua.
Ambos,
Narciso y Eco, sin embargo, mueren por amor: ella por amar demasiado a otro, él
por amarse demasiado a sí mismo. Y su mito nos plantea el dilema del amor
propio. ¿Se trata del cautiverio más obstinado o del fundamento de una vida
sana?
El amor propio se considera a menudo el origen de todos los males. El primero de los siete pecados capitales, la soberbia, no es más que un amor propio desmesurado, y la tradición cristiana enseña que fue precisamente por soberbia que Lucifer cayó del estado angelical y se convirtió en Satanás. El mito cristiano, por tanto, identifica la raíz de todos los males en el amor propio excesivo.
Todas las tradiciones espirituales coinciden en subrayar la necesidad de liberarse del ego. Buda sitúa el origen del dolor en el deseo, como manifestación más inmediata del ego. Platón escribe: «La causa de todos los vicios para cada uno de nosotros es, en la mayoría de los casos, una forma excesiva de este amor propio». Jesús enseña: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo», y para la Imitación de Cristo «renunciar interiormente a uno mismo une a Dios».
Entre los modernos, Immanuel Kant sitúa la raíz del mal en el amor propio, diciendo que este, «adoptado como principio de todas nuestras máximas, es la fuente de todo mal». Gandhi está de acuerdo: «Si pudiéramos borrar el yo y el mío de la religión, la política, la economía, etc., pronto seríamos libres y traeríamos el cielo a la tierra». Albert Einstein también pensaba así: «El verdadero valor de un hombre se determina examinando en qué medida y en qué sentido ha llegado a liberarse del yo». Simone Weil redunda en esta perspectiva: «La lepra soy yo, todo lo que soy es lepra, el yo como tal es lepra».
Sin embargo, las cosas no son tan unilaterales como parecen.
Si bien Jesús enseña que el yo debe renegar de sí mismo, por otro lado afirma: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se arruina a sí mismo?». Esto significa que la negación de uno mismo no equivale a la destrucción de uno mismo, como creía Simone Weil, sino que, por el contrario, es funcional para no perder el yo, que debe preservarse y salvarse.
Cuando Jesús formuló el mandamiento del amor al prójimo, como medida de ese amor puso precisamente el amor a uno mismo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Lo que significa que no se puede amar al prójimo si antes no se ama a uno mismo, y que, por lo tanto, existe un amor propio más que legítimo.
Esta dialéctica también está presente en Gandhi, quien, si bien por un lado quería reducirse a cero, por otro afirmaba: «Soy un optimista incurable porque creo en mí mismo», donde esa confianza en sí mismo también manifiesta amor hacia sí mismo.
En cuanto a la filosofía antigua, Aristóteles escribió: «Todos los sentimientos de amistad nacen de la relación de uno consigo mismo y luego se extienden también hacia los demás... Es sobre todo con uno mismo con quien se es amigo, por lo que hay que amarse sobre todo a uno mismo». Y en cuanto a la filosofía moderna, Jean-Jacques Rousseau dice: «El amor propio es siempre bueno y siempre conforme al orden».
Nos encontramos, pues, ante una antinomia: por un lado, el pensamiento enseña a luchar contra uno mismo, y por otro, anima a cultivarlo.
Erasmo de Rotterdam reprodujo con precisión la antinomia: «¿No es insensato gustarse a uno mismo, admirarse? Sin embargo, ¿podrás hacer algo bello, noble, agradable, sin complacerte a ti mismo?».
Esta contradicción también se revela en el lenguaje común, en el que existe una forma de decir «yo» que es el signo más evidente del egocentrismo narcisista, y sin embargo también existe el extremo opuesto de quienes nunca dicen «yo» para refugiarse siempre detrás de la autoridad ajena sin exponerse nunca en primera persona. Si el primer extremo denota egocentrismo, el segundo denota falta de autonomía.
Entonces, ¿qué relación debemos tener con nosotros mismos? ¿Superación o realización? Ahora uno, ahora otro, creo, según las estaciones y las circunstancias, lo importante es no caer en los extremos de Eco y Narciso.
La orientación positiva hacia los demás no se opone a la orientación positiva hacia uno mismo. Por el contrario, solo la orientación positiva hacia uno mismo permite una orientación positiva hacia los demás, al igual que las relaciones felices con los demás alimentan la autoestima.
Además, el amor propio no es tan frecuente como se imagina, porque muchos viven sin aceptar su propia realidad, deseando ser diferentes de lo que son y buscando otro lugar en el mundo, otra familia, otro cuerpo, otro carácter, otro yo. Y, desde esta perspectiva, amarse a uno mismo (por lo que realmente se es) también puede ser un gran acto de humildad y de reconciliación con los propios límites.
Y es que hay una condición narcisista negativa en quien es presa de un ego hipertrofiado, y hay una aceptación serena de la propia condición, tal y como es, con sus límites incluidos, a los que se llega a sonreír con esa ligereza de la auto-ironía que es una de las propiedades más bellas del ser humano.
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