¡Feliz Epifanía!
Epifanía significa literalmente «manifestación» y, en su uso tradicional, el término hace referencia a la triple manifestación de la divinidad de Jesús, que comenzó con el homenaje de los Reyes Magos en Belén y se completó con el bautismo en el río Jordán y el milagro en las bodas de Caná.
La raíz de epifanía proviene del verbo griego «phaíno», que significa «aparecer, sacar a la luz, manifestarse», del que también deriva el sustantivo «fenómeno». Más allá del uso coloquial con el que designamos a una cosa o persona extraordinaria diciendo, por ejemplo, «esa persona es un fenómeno», el término fenómeno indica todo objeto de nuestro conocimiento sensible, en el sentido de que solo podemos conocer «fenómenos»: es decir, no las cosas y las personas por lo que realmente son en sí mismas, sino solo por lo que nos parecen. Nuestro conocimiento es siempre necesariamente fenomenológico.
Derivado de fenómeno es «epifenómeno», término estrechamente relacionado con epifanía y que indica no lo que constituye la esencia verdadera de la realidad, sino solo lo que aparece en la superficie como manifestación secundaria. De hecho, «epì» en griego significa «arriba, sobre», por lo que el epifenómeno es lo que aparece arriba, en la superficie, y que, como tal, es superficial, mientras que la verdadera esencia que constituye el significado de la realidad está debajo, en el fenómeno original...
Entre las muchas felicitaciones recibidas entre Navidad y Año Nuevo, he percibido un poco por todas partes, rascando un poco bajo las palabras convencionales de siempre, amargura, preocupación, desorientación, miedo.
El sentimiento generalizado es la percepción de estar lidiando con un mundo que ya nadie controla. No digo que gobierne, pero al menos, en algún aspecto, controle. De ahí una sensación de ansiedad y angustia crecientes, a las que nadie parece capaz de responder realmente.
La mayoría siente que vive como dentro de una nube negra, llena no de lluvia sino de smog, y en sus mentes crecen desmesuradamente la precariedad, la indeterminación, el sinsentido, el vagabundeo; en definitiva, una persistente sensación de naufragio inevitable al que se enfrenta nuestra civilización, la naturaleza enloquecida, el ser en su conjunto.
Limitémonos a estos días festivos: ¿qué ha pasado? Las guerras que se libran en nuestro planeta han seguido cobrando su precio en víctimas y horror. Todo aparece como una perfecta epifanía de la ira y la venganza.
En la Biblia se lee también aquello de: «Acuérdate de lo que te hizo Amalec, cómo te atacó... Por tanto, borrarás la memoria de Amalec de debajo del cielo, ¡no lo olvides!» (Deuteronomio 25,19). Basta con sustituir el nombre de Amalec por …, o quizás por …, y el panorama queda claro. ¿Es por eso que los seres humanos continuamos con la destrucción sistemática?
La cuestión, sin embargo, es que el resultado es una poderosa generación de odio por muchas partes, lo que lleva a pensar que lo peor está lejos de haber llegado. El mundo necesitaría líderes sabios y justos para hacer frente a una situación, que puede degenerar en una guerra mundial en mil y una guerras locales, pero ni la sabiduría ni la justicia parecen tener mucho que ver con los actuales poderosos del planeta.
Los escenarios son sombríos… Las noticias de estos días no representan ninguna revelación inédita… Luego, por supuesto, está la locura habitual de Nochevieja, con quienes acabaron en el hospital y quienes incluso en el cementerio, mientras que casi todos hicimos daño a nuestro cuerpo ingiriendo demasiada comida, demasiado alcohol, demasiado de todo.
Pero
volviendo a la epifanía. ¿Qué representan todas las noticias? ¿Son el fenómeno
o el epifenómeno? ¿Esta agua maloliente que cubre nuestros ojos y nuestros
oídos es el fenómeno primario o solo el epifenómeno secundario? ¿Se trata solo
de agua superficial, análoga a la suciedad que a veces llega a la orilla, o es
toda el agua de un mar negro y venenoso llamado vida la que es así?
El sentido de la Religión, que aquí escribo con R mayúscula para distinguirla de su acepción habitual y obsoleta, y el sentido de la Filosofía, que también escribo con F mayúscula para distinguirla de la materia universitaria, a menudo abstrusa e incapaz de llegar al corazón de las personas (a diferencia de los grandes filósofos de los orígenes y de la modernidad), el sentido de la Religión y de la Filosofía consiste precisamente en distinguir el epifenómeno del fenómeno, y en llamar la atención de las conciencias hacia la verdad del fenómeno.
Y el fenómeno - atestigua el Pensamiento - no es la espuma negra y nauseabunda de la superficie, sino el poderoso océano del ser, de la belleza, de la armonía y del orden en el que estamos y gracias al cual existimos: esta es la verdadera gran Epifanía.
La Epifanía coincide, por tanto, con la «fenomenología del espíritu»: es decir, con la comprensión de que el verdadero fenómeno es el espíritu (o la lógica, o la dinámica, o el Tao, o el Dharma, o el Logos, o cualquier otro nombre que se le dé a esta realidad) que hace posible la vida, el ser, la belleza, la inteligencia y nuestra mente que ve y toma conciencia de ello.
Qué milagro tan inaudito es, de hecho, vivir y comprender. A la luz de las condiciones iniciales del inmenso fenómeno que llamamos universo, ¿alguien puede señalar uno mayor? La transformación de la materia inorgánica de los orígenes en la materia viva e inteligente que nos constituye hace que la transformación del agua en vino en las bodas de Caná de Galilea parezca un juego de niños.
¿Seremos alguna vez dignos de esta revelación original, volviendo a maravillarnos de la epifanía de este fenómeno que es el único Fenómeno verdadero? Al fin y al cabo, se trata solo de despertar al asombro de las acciones más elementales, como respirar, ver, oír, caminar, distinguir los colores, saborear, pronunciar palabras, abrazar, besar, en definitiva, vivir y celebrar esta existencia en cada momento.
No hay nada más valioso que alcanzar esta simplicidad que es la liturgia de lo cotidiano, que no necesita revelaciones de quién sabe dónde porque sabe que el único Logos divino verdadero es esta armonía en la que estamos, el verdadero fenómeno que hay que distinguir del epifenómeno secundario.
El mejor deseo es el de esta alegre simplicidad natural que comprende que, bajo el epifenómeno de un mundo impregnado de arrogancia, malversación, violencia y estupidez inconmensurable, existe el fenómeno real de un mundo que genera ininterrumpidamente vida, inteligencia y belleza.
Creo que este es el sentido de la verdadera epifanía, la manifestación superior que todos, creyentes y no creyentes, estamos llamados a captar y celebrar. Aquí, de hecho, no se trata de creer o no creer, sino de despertar o seguir durmiendo.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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