domingo, 21 de septiembre de 2025

Por una educación ética.

Por una educación ética

Entre nosotros prevalece un concepto esencialmente formal de educación, que la equipara con aquellas reglas básicas de convivencia que nos permiten estar juntos sin molestarnos demasiado unos a otros.

 

Sin embargo, la educación, como se desprende de otras lenguas, no se reduce a los buenos modales: en inglés, por ejemplo, «to be educated» es muy diferente de «to be polite» (donde «polite» significa «educado» y «educated» significa «instruido»).

 

«Education» en inglés, al igual que «Erziehung» en alemán, significa «instrucción» o incluso «formación», y una persona «well educated» es una persona bien instruida y con una sólida formación.

 

Exactamente el mismo es el significado del latín “educatio” y del griego “paideia”.

 

Una persona sin educación, por lo tanto, además de ser socialmente embarazosa, es, de manera mucho más radical, una persona ignorante. Y la educación, además de ser un ejercicio de respeto y cortesía, coincide con la formación recibida a través del estudio y asimilada debidamente por la personalidad...

 

Sin embargo, en mi opinión, además del arte de saber comportarse con respeto y del patrimonio cultural, hay un nivel adicional en el concepto de educación: es la educación como ética y autocontrol y, como consecuencia, como actuar de forma responsable.

 

El concepto de educación es, por lo tanto, tripartito y tiene tres objetivos: la interacción respetuosa y amable con los demás, la profesionalidad personal y la plenitud de la humanidad.

 

Creo que existe una especificidad humana que nos diferencia de todos los demás seres vivos, por ejemplo, de los chimpancés, con los que compartimos casi todo el patrimonio genético, y que al mismo tiempo nos diferencia de las máquinas inteligentes con las que ahora pasamos gran parte de nuestro tiempo y que cada vez influirán más en nuestra vida.

 

Si nos fijamos en nuestro cuerpo, se puede considerar que nuestra especificidad es la postura erguida y el neocórtex cerebral. Si nos fijamos en nuestra mente, puede ser el intelecto analítico del que surgen las ciencias exactas, o la razón sintética de la que surgen los conocimientos humanísticos. También se puede sostener que lo específico del ser humano es el sentimiento, en particular, el amor.

 

Todas estas respuestas son correctas, pero aún no dan en el clavo, porque, en mi opinión, lo específico del ser humano consiste en un espacio vacío.

 

Lo específico del ser humano es la presencia de un espacio vacío entre nosotros y nuestro cuerpo, entre nosotros y nuestro intelecto analítico, entre nosotros y nuestra razón sintética, entre nosotros y nuestro sentimiento, lo que hace que seamos y al mismo tiempo «no seamos» nuestro cuerpo, nuestro intelecto, nuestra razón, nuestro sentimiento.

 

Este espacio vacío interior nos hace indeterminados e impredecibles, y su nombre más apropiado es libertad. Pues bien, ese espacio vacío llamado libertad es precisamente el objeto de la educación ética. El fin del tercer nivel de la educación consiste, por tanto, en dar forma y orientación a la libertad.


 

La educación ética se realiza cuando un ser humano percibe que en la vida hay algo más importante que él mismo por lo que vale la pena vivir, es decir, cuando experimenta el valor.

 

Esta experiencia se produce cuando uno abre finalmente los ojos de la mente, empieza a ver el mundo tal y como es, se pone a reflexionar y se dice a sí mismo: la naturaleza es más importante que yo, la cultura es más importante que yo, la justicia es más importante que yo, hay mil cosas más importantes que yo.

 

Quien siente esta atracción por la verdad y accede a su llamada es un ser humano educado éticamente. Esto le lleva a vivir de manera que no sea un ambicioso voraz, sino un sujeto responsable y maduro, conscientemente vinculado a un código de valores.

 

La educación ética hace que un ser humano ponga conscientemente su libertad al servicio no ya de sí mismo, sino del bien, de la justicia, de la belleza. La ética se basa en dos pilares: valor + libertad. Y la educación ética es la educación de la libertad en el sentido del valor.

 

Pero, ¿cómo se imparte hoy en día la educación a nuestros jóvenes?

 

Me parece que se centra totalmente en el segundo nivel, el de la educación como instrucción, mientras que se tiende a ignorar o, por lo menos, minusvalorar de hecho tanto la educación como arte de las relaciones como la educación ética.

 

Esto significa que nuestro sistema educativo, es decir, el laboratorio donde se prepara el futuro de una sociedad, considera a nuestros jóvenes únicamente como sujetos a instruir para que estén preparados y operativos en función de la estructura económica. La educación tiende a reducirse o  a centrarse en la instrucción.

 

Sin embargo, la cuestión es que la instrucción, que obviamente es muy importante e incluso indispensable, no es suficiente para alcanzar la plenitud de la educación, que también supone los otros dos niveles de la empresa educativa: el arte de convivir con los demás con respeto y amabilidad, y la ética como vida responsable y fiable.

 

Nos ocurre que, hoy en día, en lugar de tener personas adecuadamente educadas, no solo instruidas, sino también amables, respetuosas y moralmente fiables, tenemos (en el mejor de los casos) personas competentes.

 

No importa que su lenguaje sea vulgar, que su comportamiento sea prepotente y grosero, que su conducta ética sea bastante vergonzosa, por no decir peor, porque solo se considera esencial que conozcan brillantemente su materia.

 

Sin embargo, no debemos olvidar nunca que sin espiritualidad, es decir, sin poesía, sin heroísmo, sin conciencia de lo universal, sin armonía, sin nobleza ninguna sociedad podría sobrevivir. Destaco la expresión «sin nobleza», que equivale a nobleza de espíritu, y me pregunto: ¿de dónde nace en un ser humano la nobleza de espíritu si no es de la atracción que ejerce la ética?

 

Pero lo decisivo es la idea de que la vida de una sociedad depende estrictamente del nivel de educación ética de los ciudadanos. Un alto nivel de ética produce automáticamente una sociedad unida, cohesionada y acogedora. Por el contrario, un nivel bajo o inexistente de ética produce una sociedad desgarrada, caótica e invivible.

 

Basta con conocer un poco el mundo para darse cuenta de que así es. La triste paradoja, sin embargo, es que el laboratorio en el que se prepara el futuro de nuestra sociedad o ha marginado o ha olvidado la educación ética y, diría yo, la educación en general. A mi modo de ver, algunas consecuencias están a la vista.

 

Atención. La llegada de la inteligencia artificial a nuestras vidas implica, con más urgencia que nunca, recuperar la plenitud del concepto de educación, si queremos salvarnos como seres humanos y no acabar reducidos a elementos hetero-dirigidos.

 

Las máquinas se instruyen mediante las instrucciones impartidas por los programadores y ejecutan fielmente la tarea recibida. Sin embargo, nosotros no somos máquinas, al menos todavía no.

 

Y no lo seremos si sabemos recuperar los dos niveles hoy desplazados o descuidados del concepto de educación, es decir, el arte de convivir con los demás con respeto y amabilidad y la ética como pasión por el bien y la justicia. No solo nuestros hijos, sino todos nosotros lo necesitamos realmente.



P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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