jueves, 25 de septiembre de 2025

La oportunidad de ser menos.

La oportunidad de ser menos

Ya en 1929, el jesuita Pierre Teilhard de Chardin, teólogo y científico, escribía: «La Iglesia seguirá decayendo hasta que no se aleje del mundo ficticio de la teología verbal, del sacramentalismo cuantitativo y de las devociones etéreas de las que le gusta rodearse».

 

Casi un siglo después, el Cardenal Carlo Maria Martini declaraba en su última entrevista, en agosto de 2012: «La Iglesia se ha quedado 200 años atrás».

 

Muchos otros teólogos y teólogas han interpretado nuestra época bajo el signo de este continuo declive de la fe y de la práctica eclesial, un fenómeno evidente para todos si se considera el estado de nuestras Iglesias, que en el pasado no bastaban para contener a los fieles y que ahora suelen estar cerradas y, cuando abren, rara vez se llenan. La situación tampoco mejora en los monasterios, conventos, seminarios y las llamadas “vocaciones”.

 

El hecho es que la condición de la religión institucional en Occidente es una sola: la decadencia.

 

¿Es realmente tan importante para la fe ser más influyentes, numerosos, poderosos,…, o ser mayoría?

 

En realidad, el cristianismo dio lo mejor de sí mismo cuando era minoría, mientras que los grandes números lo llevaron al abrazo fatal con el Imperio, inyectándole el virus del poder y transformándolo de una mansa religión de Jesús en un aparato de control de cuerpos y almas.

 

Hoy en día, el poder en Occidente necesita cada vez menos la religión y, también por eso, esta pierde adeptos. Pero, ¿qué está realmente en juego en esta pérdida? ¿Una desaparición de la espiritualidad o su renovación en nombre de la libertad?

 

El Homo Sapiens siempre ha sido Homo Religiosus. El pagano Plutarco decía que «la fe es innata en el género humano desde su primera aparición».

 

¿Por qué este vínculo entre la religión y el origen del hombre? A esta pregunta se puede responder al menos de dos maneras:

 

1) porque la humanidad se encontraba en una condición de inmadurez, que sin embargo, con el progreso del conocimiento, desaparece, marcando el fin de la religión;

 

2) porque la humanidad es estructuralmente religiosa, el sapiens siempre produce religio, es decir, unidad consciente y amorosa con la lógica cósmica (a la que en Occidente se refiere tradicionalmente como Dios y en otras culturas de otra manera).

 

Se trata de dos filosofías de vida diferentes: la primera bajo el signo del enigma, la segunda bajo el signo del misterio.

 

El enigma remite a un problema intelectual que hay que resolver, el misterio a una condición más amplia de la existencia que no hay que resolver intelectualmente, sino experimentar existencialmente como abandono y confianza.

 

En mi opinión, es aquí, en la recuperación de la centralidad de la dimensión misteriosa o mística, donde la religión debe regenerarse: no para cultivar de nuevo ambiciones de primacía, sino simplemente para ser verdadera y curar sin otros intereses las heridas de la condición humana.

 

Creo que el inevitable paso de una condición de mayoría a una condición de minoría es una gran oportunidad para el cristianismo: la de abandonar la lógica del poder que pretende controlar las mentes y los cuerpos de los seres humanos diciéndoles lo que deben pensar y cómo deben comportarse (como sigue pretendiendo hoy en día alguna doctrina católica) y asumir la lógica del servicio a la vida concreta y a la experiencia espiritual de cada individuo.

 

Está en juego el paso de una religión que se concibe como la única verdad a la que todos deben convertirse, a una que ama el diálogo porque sabe que la verdad es siempre más grande y no es propiedad de nadie.

 

Los jóvenes probablemente no saben estas cosas, pero las sienten, y por eso nutren un desinterés sustancial por el conocimiento doctrinal (teísta o ateo, poco importa), mientras que pueden mostrar un posible por la búsqueda espiritual vinculada a la experiencia personal.

 

Le corresponde a la Iglesia elegir, por ejemplo, entre el mundo ficticio de la teología del catecismo y la demanda de vida de la gente.



P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


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