La violencia doméstica: el enemigo en casa
Hay una frase de Honoré Balzac en “Papá Goriot” que dice así: «Cuando me convertí en padre, entonces comprendí a Dios».
Lo que ocurre en la violencia doméstica puede interpretarse como exactamente lo contrario: como la comprensión del diablo.
Independientemente de si existe o no el Príncipe de las Tinieblas, sin duda existe el fenómeno que ha generado su imagen en la mente de casi todas las civilizaciones humanas, es decir, la terrible capacidad del ser humano para el mal y que se denomina «diabólico»...
Los lazos familiares son los más intensos y los más inextirpables de un ser humano. Algunos de esos lazos dependen de la libertad, como en el caso de los lazos afectivos que dan origen a la pareja y que pueden romperse aunque hayan formado parte intrínseca y necesaria del individuo.
Se pueden disolver… pero sin herir la dignidad de la persona.
Etimológicamente, diablo significa «divisor», «el que separa», del verbo griego «diaballein», literalmente «lanzar» y, por tanto, «desgarrar».
Por eso, el maltrato y asesinato a la compañera, o a los hijos de la compañera, tiene un tufillo diabólico, el del mal sin otra razón que la simple necesidad de hacer daño, del mal.
Episodios de este tipo siempre han ocurrido, tanto en nuestro país como en otros lugares, tanto en nuestra época como en el pasado. Prueba de ello es un texto del profeta Miqueas de hace unos 2700 años en el que se lee que «los enemigos del hombre son los de su propia casa» (Miqueas 7,6).
El pasaje impresionó mucho a Jesús, que lo retomó literalmente en un discurso recogido en el capítulo 10 del Evangelio de San Mateo.
Aquí, naturalmente, lo que importa es el dato sociológico: ya hace 2700 años se constataba la dura enemistad entre los miembros de una familia.
Y si ampliamos la mirada a la literatura mundial seguramente encontramos la misma constatación: prueba de ello es el asesinato del padre Layo por parte de Edipo. Ciertamente, ese asesinato no fue intencionado (aunque predicho por el destino).
Todo esto me lleva a considerar la tremenda ambigüedad en la que hemos caído al nacer.
Plauto, dramaturgo latino, escribe en una de sus comedias más famosas: «Homo homini lupus», lo que significa que el ser humano es algo bestial para el otro ser humano. ¿Tenía razón?
Por un lado, parece que sí, pero por otro lado no podemos olvidar la réplica que le reservó otro dramaturgo latino, Cecilio Stazio: «Homo homini deus», es decir, que el ser humano es algo divino para el otro ser humano.
Y así, a la frase de Miqueas retomada por Jesús, según la cual los enemigos del hombre son los de su propia casa, se le puede añadir la afirmación contraria: el refugio más seguro para el ser humano es el de su propia casa.
Ambas frases son ciertas, pero uno quisiera creer que la segunda sea más cierta que la primera, en el sentido de que en las familias sea mucho más amplia la dimensión del afecto, la protección y el cuidado que lo contrario.
Sin embargo, la presencia de la antítesis llama a la precaución y vigilancia, no tanto en el sentido de la vigilancia nocturna, sino en el sentido de la vigilancia evangélica, que implica un discernimiento atento de la vida propia y de los demás.
Vivir no es fácil, es el arte más complejo.
Y, en algunos casos, el enemigo está en la propia casa… y tiende una trama diabólica, una trampa mortal.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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