martes, 23 de septiembre de 2025

Qué espiritualidad.

Qué espiritualidad

Alguien me decía que era cristiano porque creía firmemente en lo que dice San Pedro en el Libro de los Hechos: que no hay otro nombre en el que haya salvación, salvo Jesucristo.

 

En sí mismo, nada nuevo, solo la repetición del mensaje cristiano tal y como se ha transmitido durante dos mil años. Y uno que comienza a cuestionar sus certezas… se pregunta…

 

¿Realmente no hay otro nombre que el de Jesús para la salvación de los seres humanos? ¿Realmente solo se salvan (sea lo que sea que signifique «salvarse») los cristianos? ¿De verdad todos aquellos que no invocan el nombre de Jesús, y que son la mayoría de la humanidad en el pasado, en el presente y en el futuro, están excluidos de la salvación? ¿De verdad Dios se niega a salvar a quienes le rezan dirigiéndose a Él con otro nombre? ¿O a quienes no le rezan pero practican una vida espiritual? ¿O incluso a quienes lo niegan pero sirven al bien con una conducta moral irreprochable, luchando contra las injusticias y las desigualdades? ...

 

A mi alrededor percibo que la Iglesia actual no solo es minoritaria, sino que está envejeciendo rápidamente… La escasa adhesión de los jóvenes a la experiencia cristiana me hace pensar que la Iglesia ya no se percibe hoy en día como un recurso espiritual.

 

Tal vez, a veces lo pienso, vivimos un cristianismo que ofrece muchas cosas (curiosas, interesantes, importantes, necesarias…) pero que no ofrece verdaderos caminos de espiritualidad.

 

Sospecho que nos encontramos en un cruce de caminos, en un momento de transición: lo que hemos heredado, la forma de ser Iglesia de los siglos pasados, o no existe ya o se apresura a dejar de existir. Si así es, se trata de pasar a otra forma, que sin embargo aún no tenemos en mente y, sobre todo, no tenemos en la carne.



Hay una tradición cristiana que ya no existe o está en vías de dejar de existir salvo como pieza de museo o arqueología clásica. Si fuera así, se trataría de cruzar el vado a otra orilla.

 

Hay una forma de cristianismo que resiste en los libros y en las fórmulas dogmáticas, pero ya no existe en los corazones de los seres humanos, y no solo de los jóvenes.

 

En la Iglesia se pueden proponer y re-proponer las fórmulas tradicionales…, otra cosa diferente es que esa propuesta o re-propuesta se perciba y se acoja como un recurso espiritual.

 

Hay quien dice que algunos indicadores sociológicos apunta a que menos cristianismo no es sinónimo de menos espiritualidad… Si así fuera, la separación entre la religión cristiana y la espiritualidad sería una novedad realmente sensacional…

 

Aunque eso mismo sería simplemente impactante y desconcertante para la Iglesia porque significaría que la Iglesia ya no sabe captar la razón principal que siempre ha impulsado a los seres humanos a creer en Dios y a tener una religión.

 

Hoy en día parece que en Occidente son cada vez menos los que, queriendo cultivar seriamente la dimensión espiritual en su existencia, recurren a la Iglesia católica y, en general, a las Iglesias cristianas.

 

Esta fractura entre la propuesta religiosa cristiana y la búsqueda espiritual contemporánea es el dato, el punto, diría que el sello, que caracteriza una situación inédita de estos días, tan difíciles como inquietos y sorprendentes.

 

Podría existir una creciente demanda de sentido y espiritualidad, pero la oferta cristiana en Occidente -no así en otras partes del mundo- es cada vez más irrelevante y cada vez menos capaz de responder a la inquietud de los corazones.

 

En este contexto, me parece por lo menos problemático el que la terapia tantas veces sugerida siga consistiendo en el enfoque habitual del cristianismo tradicional (que es la verdadera razón de la crisis cristiana): es decir, la idea de que «en ningún otro hay salvación».

 

A un mundo que busca la unidad, el diálogo y el pluralismo, se le ofrece de nuevo ese exclusivismo teológico que a lo largo de los siglos no solo pero también ha producido divisiones, persecuciones y, no pocas veces, violencia y guerras religiosas.

 

¿En ningún otro hay salvación? ¿De verdad? ¿Entonces Gandhi, Martin Buber, el Dalai Lama, el Gran Imán de Al Azhar están excluidos de la salvación?

 

San Agustín y los concilios ecuménicos pensaban así, pero la conciencia siente un no sé qué que queda balbuciendo… y que ya advirtieron Orígenes en el siglo III, y otros místicos y teólogos después de él.



Hasta ahora, algunos han elegido el dogma y no la conciencia, y la situación a la que ha conducido esa elección es ya conocida. El problema no es del mundo, que sigue su camino, sino del cristianismo, cuyas Iglesias no se llenan sino que se vacían…

 

La frase del libro de los Hechos de los Apóstoles es pronunciada por el Apóstol Pedro dirigida a las autoridades judías, a las que dice hablar «en nombre de Jesucristo el Nazareno que vosotros habéis crucificado».

 

Estas palabras representan una evidente simplificación «teológica» porque ese versículo del Nuevo Testamento está en abierto contraste con el pensamiento de Jesús, que siempre vinculó la salvación a la práctica del bien y la justicia, y no a ritos o invocaciones particulares.

 

Entre los muchos pasajes evangélicos, retomo la famosa escena del juicio universal: «Venid, benditos de mi Padre, recibid en herencia el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis» (Mateo 25,34-35).

 

Aquí la participación en la salvación no es para aquellos que han invocado el nombre de Jesús, sino para aquellos que han practicado el bien: es decir, tiene que ver con la ética, no con la religión, y por lo tanto es universal.

 

Seguramente se puedan citar textos griegos, romanos, hindúes, budistas, musulmanes, taoístas y de otras religiones, así como textos filosóficos y literarios de la búsqueda espiritual laica, orientada al cultivo del bien y la justicia por el solo amor al bien y la justicia, que no es más que una forma diferente de honrar esa emoción inefable que a veces sienten los seres humanos ante el misterio de la vida y sus grandes valores.

 

Ésta es una espiritualidad nueva, y a la vez antiquísima, arquetípica y primitiva, universal y, como tal, unitaria, que sigue surgiendo en el mundo, ante la cual el cristianismo, como todas las demás religiones, debería ponerse humildemente al servicio, abandonando toda pretensión de primacía y exclusividad.



P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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