¿Qué trabajo eres?
Esta es la pregunta que deberíamos hacernos en lugar de la habitual «¿qué trabajo haces?». De hecho, el trabajo, antes incluso de ser una tarea externa que se realiza, es la esencia interior de todo fenómeno natural. En la medida en que algo es, trabaja; si no trabajara, no sería. El trabajo y la existencia, ontológicamente, coinciden...
El aire, el agua, el mar, las nubes, las montañas, las plantas, los animales y las estrellas, de donde se originó todo el proceso cósmico… todo es trabajo. Todo es energía, todo está trabajando, incluidos nosotros: también nosotros podemos definirnos como la capacidad de realizar un trabajo, independientemente de si ahora somos jóvenes estudiantes de secundaria, jubilados que han dejado de ir a la fábrica o a la oficina, o señores adinerados que nunca han ido ni a la fábrica ni a la oficina.
En esta perspectiva más amplia, que ve en el trabajo la expresión de la energía se comprende que cada uno de nosotros ha comenzado a trabajar no desde el primer día de su empleo, sino desde el primer momento de su existencia, y dejará de trabajar no cuando se jubile, sino cuando termine su existencia.
O tal vez no, ni siquiera entonces, porque no es seguro que el último día de nuestra existencia terrenal coincida con el final de nuestra vida, ya que tal vez tengamos una vida posterior… en la que continuaremos nuestro laborioso trabajo dentro del misterio del cosmos, del mismo modo que no es seguro que el primer día de nuestra existencia terrenal haya coincidido con el primer día de nuestra vida, porque hemos procedido de otra vida...
Pero, independientemente de estas digresiones metafísicas, lo que es seguro es que la realidad física de cada uno de nosotros implica trabajo; es más, es trabajo.
Cuando se piensa en el trabajo en el sentido común del término, se piensa, por un lado, en los empresarios que dan trabajo y, por otro, en los sindicatos que protegen a los trabajadores.
En otra perspectiva natural y existencial, hay que pensar que el empresario que nos da trabajo a todos se llama naturaleza, y que el sindicato que nos protege como trabajadores se llama cultura.
Los seres humanos estamos expuestos a la naturaleza, que nos obliga a trabajar, es una necesidad que se deriva de nuestra condición de seres vivos, según esa lógica inflexible que los antiguos griegos llamaban «ananke» para indicar un poder abrumador al que nadie puede escapar: y, de hecho, ninguno de nosotros puede escapar a la necesidad de trabajar, quizá no para ganarse la vida porque ya tiene lo suyo, pero siempre y en cualquier caso para existir como ser humano.
Al mismo tiempo, sin embargo, como trabajadores necesitamos que se proteja nuestra dignidad como seres humanos, y esta protección, que en el mundo laboral está representada por los sindicatos, en esta perspectiva más amplia está representada por la cultura. El arte, la literatura, la poesía, la música, la espiritualidad, la filosofía, es decir, todo lo que con una sola palabra se llama cultura, es el sindicato que protege nuestros derechos frente al empresario que es la naturaleza.
Alimentarse de cultura significa realizar un trabajo fundamental, el más preciado de un ser humano: el trabajo interior. Este trabajo protege nuestra humanidad, impidiendo que sea explotada y aplastada hasta el punto de reducirnos a existir como «hombres unidimensionales», por retomar la denuncia de Herbert Marcuse en su famoso ensayo de hace ya muchos años.
Sin la protección de su multidimensionalidad garantizada por el trabajo interior, el ser humano se aplana, se reduce a una sola dimensión.
Y no hay duda de que hoy más que nunca son muy poderosas las fuerzas que tienen todos los intereses (intereses multimillonarios) en reducir a los seres humanos a una sola dimensión, la que en la antigua Roma fue definida por Juvenal como «panem et circenses».
Si, por el contrario, realizamos con responsabilidad nuestro trabajo interior, todas nuestras múltiples dimensiones como seres humanos se desarrollan armoniosamente y nuestra existencia queda protegida de ser reducida a un mero engranaje de una enorme máquina para la explotación de muchos y el beneficio de muy pocos, como se está convirtiendo nuestra sociedad.
El trabajo interior o sindicato de la humanidad consiste, como he dicho, en la cultura, y la definición más bella de cultura que conozco es por ejemplo ésta:
«La cultura es organización, disciplina del propio yo interior; es tomar posesión de la propia personalidad, es la conquista de una conciencia superior, por la cual se logra comprender el propio valor histórico, la propia función en la vida, los propios derechos, los propios deberes».
Creo que cada uno debería enfrentarse a estas magníficas palabras y preguntarse cuál es su relación con la cultura, qué tipo de trabajo interior está realizando, si se preocupa por la disciplina de su yo interior, si trabaja para tomar posesión de su personalidad, si determina su función en la vida comprendiendo y honrando no solo sus derechos, sino también sus deberes.
Al final, vuelve la pregunta: «¿Qué trabajo eres?».
Es una pregunta que se responde no con palabras, sino con la vida. Responderla de la manera correcta significa fundar la propia empresa, la única que, al fin y al cabo, realmente importa: la empresa de existir como un ser humano libre y pensante.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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