¿Y en eso consiste el homenaje a un marido, a un amigo, a un aliado político?
No soy quién para decidir si se debe o no aprovechar el trágico final de Charlie Kirk asesinado para fines políticos. Sí creo que, además de eslóganes, puede que no haya ninguna reflexión verdadera.
Y sospecho que, una vez que Charlie Kirk ha quedado reducido a una bandera política, se le ha privado de toda humanidad. En este tipo de espectáculo electoral, tan propio de cierta cultura americana, la persona pasa a correr el riesgo de ser completamente olvidada.
La muerte brutal de un ser humano - Charlie Kirk en este caso - entristece. Nadie merece acabar así y ciertamente nunca por sus ideas. El suyo era un sueño bien determinado y definido de los Estados Unidos de América. No es mi sueño. No me reconozco en ese sueño aún siendo cristiano como Charlie Kirk.
Sí confieso que su trágica muerte no hace mejor ni más válidas sus ideas. La historia nos juzga por lo que decimos y por lo que hacemos en vida. No por cómo morimos.
Al hilo de estas reflexiones, he comenzado a pensar también en Tyler Robinson que ha sido acusado formalmente por el asesinato de Charlie Kirk. La fiscalía ha anunciado que solicitará la pena de muerte para el joven de veintidós años. De hecho, se considera que el asesinato de Charlie Kirk es un delito agravado porque estuvo motivado por las posiciones políticas de la víctima.
El asesino parece haber
dicho que ya no podía soportar el odio que Charlie Kirk expresaba en sus
acaloradas posiciones políticas. Ante estas posiciones, alguien externo se
pregunta cuál es realmente el motivo del crimen: ¿las ideas políticas o la
reacción a la violencia verbal de Charlie Kirk? Es fácil responder que ambas
cosas pueden ir de la mano. De hecho, las posiciones políticas pueden generar
odio y el odio puede generar posiciones políticas.
Algo que resulta evidente es lo extraño que es cometer un asesinato para responder al odio impropio de las palabras. Si nos atenemos a estas afirmaciones, Tyler Robinson habría matado porque quería responder al odio de Kirk. Es una forma por lo menos extraña de acallar el odio, odiar matando.
La violencia, toda la
violencia, es así: imita, hace lo mismo que el otro, responde al golpe con
golpes. El reto es cómo responder a la violencia. La antigua Ley del Talión
—ojo por ojo y diente por diente— era un intento de frenar la violencia equilibrándola,
impidiendo que se respondiera a menos violencia con más violencia.
El asesinato de Charlie Kirk
es una forma de retroceso hacia una violencia desequilibrada: se mata en
respuesta a ofensas verbales. Pero no creo que ese desequilibrio lo resuelva la
pena de muerte si es que al final esa es la sentencia condenatoria en el juicio
contra Tyler Robinson.
A los estudiosos - yo no lo soy - les
corresponde la tarea de verificar las muchas otras formas de violencia
desequilibrada (de baja, mediana o alta intensidad) incluida la de las guerras,
también la de Gaza, con sus cifras que denuncian cada día, sin piedad, de modo inmisericordiamente frío el
desequilibrio entre quienes cometen la violencia y quienes la sufren.
Acabo ya.
«Un gigante de su generación... Un héroe estadounidense y un mártir de la libertad... No odiaba a sus adversarios, quería lo mejor para ellos. En eso no estaba de acuerdo con Charlie: yo odio a mis adversarios, no quiero lo mejor para ellos. No los soporto... Mataron a Charlie, pero esa bala iba dirigida a todos nosotros... Fue asesinado violentamente porque hablaba de libertad y justicia, de Dios, de la patria, de la razón y del sentido común... Ha cambiado la historia... La lección que Charlie nos ha dado con su vida es que no hay que subestimar lo que puede hacer una persona con buen corazón, con una causa justa por la que luchar y con la voluntad de luchar, luchar y luchar... Estamos salvando el país y Charlie es un factor determinante...».
Estas fueron algunas de las palabras del Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, describiendo así a Charlie Kirk, y entresacadas de sus intervenciones en la despedida-homenaje de Charlie Kirk.
Casi toda la administración de Donald Trump subió al escenario para recordar a Charlie Kirk. El ministro de Sanidad, Robert F. Kennedy Jr., lo comparó con Jesús. J.D. Vance describió a «su amigo Charlie» como un «mártir de la fe» al que «intentaron silenciar. Era Atenas y Jerusalén en la misma persona», es decir, la capital de la razón y la de Dios. «Amaba a su país, y lo amaba tanto que murió por él», añadió.
El Jefe del Pentágono, Pete Hegseth, lo describió como un «héroe que luchaba no con armas, sino con el micrófono», mientras que la directora de Inteligencia Nacional lo calificó de «guerrero de la verdad y la libertad». «Terminaremos su trabajo y alcanzaremos la victoria en su nombre. La luz vencerá a las tinieblas: ganaremos», dijo Stephen Miller, subjefe de gabinete y asesor de Donald Trump.
Me hago eco de ello solamente para apuntar que en el State Farm Stadium de Glendale, el funeral de Charlie Kirk también fue un florecimiento de gestos y palabras religiosas y, a menudo, cristianas. Y es que uno asiste, con perplejidad incrédula, a esa mezcla de rituales vagamente cultuales y emocionalmente religiosos de beatificación popular del nuevo mártir con vigorosas reivindicaciones identitarias y políticas.
Aquellos populismos que persiguen la identidad recurren a temas religiosos en general y, a veces cristianos en particular, para darle fundamento.
El populismo se ennoblece con este «bautismo», pero toma de la religión lo que le conviene. Y la religión, por su parte, se vuelve útil para algo que se cree importante, aunque se vea violentada como instrumento en manos del poder.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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