El “ayusismo”: una infección a partir del modo de entender y hacer política de la Sra. Isabel Díaz de Ayuso
De un tiempo a esta parte, por h o por b, he escrito algunas cosas a propósito de la Sra. Isabel Díaz de Ayuso, Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid. No lo voy a hacer más. Ésta, deseo y espero, es mi última reflexión sobre sus manifestaciones políticas.
No tengo mucho bueno que reconocerla en el ámbito mediático-político, entendiendo «bueno» en el sentido radical del término, que remite al Bien como valor supremo que coincide con la Justicia y la Verdad (conceptos que escribo con mayúscula para indicar su superioridad con respecto al mero interés privado).
Sin embargo, si a pesar de todo escribo sobre ella, es para intentar poner de relieve algo que me ha preocupado antes y que me preocupa ahora. No me preocupa la Sra. Isabel Díaz de Ayuso en sí misma, sino lo que de ella haya en nosotros y en mí.
Por lo tanto, no hablaré de la Sra. Isabel Díaz de Ayuso en sí, sino de la Sra. Isabel Díaz de Ayuso que hay en nosotros y en mí, convencido como estoy de que esa preocupación es válida para millones de ciudadanos de este país, seguramente no para todos nosotros, que llevamos dentro, algunos con alegría, otros con pena o incluso con vergüenza, esa infección que es, en mi opinión, el «ayusismo»...
¿Qué es lo que infecta precisamente el «ayusismo»? Responderé pronto, pero antes quiero recordar una frase creo que atribuida a Hegel: «La filosofía es su propio tiempo capturado en pensamientos». Creo que lo que vale para la filosofía vale, con mayor razón, para la economía y la política: su éxito depende estrictamente de la capacidad de saber captar y satisfacer el deseo de su propio tiempo.
La Sra. Isabel Díaz de Ayuso ha sido y es muy hábil en esto. Con sus antenas personales sabe captar el deseo profundo de nuestro tiempo, reconocer su alma y lanzarse a la caza ejerciendo todas las artes de sus palabras. De este modo, se ha convertido en una especie de sacerdotisa de la nueva religión que hace tiempo ha sustituido a la antigua, ya que la religión de nuestra época ya no es la Liturgia de Dios, sino el culto obsesivo y obsesionante del yo.
El «ayusismo» representa de una manera espléndida y seductora el derrocamiento de la antigua religión de Dios y su sustitución por la religión del yo. Y nuestro tiempo se siente interpretado en grado sumo, otorgándole a ella los mayores honores y convirtiéndola en uno de las mujeres sociales y políticas más mediáticas.
Creo que «ayusismo» es una infección, pero ¿qué es lo que infecta exactamente? No es difícil responder: la conciencia moral. El «ayusismo» representa el fin ostentoso de la primacía de la ética en política y el triunfo de la primacía del hablar mejor que callar. Da lo mismo si es a tiempo que a destiempo. Porque no importa que hablen de ella bien o mal. Lo importante es que hablen. Antes muerta que inadvertida. En cualquier caso siempre hay que buscar el éxito mediante la certificación del aplauso y la consiguiente ganancia mediática imparable.
Antes se podía entender a Dios de varias maneras: en el sentido clásico del cristianismo y otras religiones, en el sentido socialista y comunista de una sociedad futura sin clases y finalmente justa, en el sentido liberal y republicano de un Estado ético, en el sentido de la conciencia individual recta e incorruptible de la filosofía moral de Kant, y de otras maneras aún, todos ellos, sin embargo, unidos por la convicción de que existía algo más importante que el yo, ante lo cual el yo debía detenerse y ponerse al servicio.
Desde los albores de la humanidad, el concepto de Dios representó exactamente la emoción vital de que existe algo más importante que mi yo, mi poder, mi rédito, mi placer (independientemente de si ese «algo» es el Dios único, o los dioses, o la Urbe, la Polis, el Estado, la Ciencia, el Arte u otra cosa).
He aquí que el triunfo del «ayusismo» representa la derrota de esta tensión espiritual y moral. Como religión del yo, proclama exactamente lo contrario: no hay nada más importante que mi yo.
Naturalmente, esta religión del yo supone como condición imprescindible lo que permite al yo afirmar su primacía frente al mundo, es decir, el poder. El poder es para el «ayusismo» lo que la Biblia es para el cristianismo, el Corán para el Islam, la Torá para el judaísmo: el verdadero libro sagrado, la única Palabra en la que jurar y creer.
El «ayusismo» representa tal descenso del nivel de indignación ética que hasta coincide con la muerte misma de la ética en buena parte del circo en el que se ha convertido la política. La cual, de hecho, se encuentra también hoy en día en coma.
Pero, ¿qué significa la muerte de la ética? Significa el dominio de la vulgaridad, término que no debe entenderse tanto como el uso de un lenguaje inapropiado, sino en el sentido etimológico que remite al vulgo, la plebe, la chusma, es decir, al populismo como procedimiento que mide todo en función de los aplausos, como un 'aplausómetro' permanente que transforma a los ciudadanos de seres pensantes en espectadores que aplauden.
Es decir: la verdad no es la verdad, sino lo que recibe más aplausos. He aquí la muerte de la ética, he aquí el triunfo de lo que políticamente se denomina populismo y que representa la degeneración de la democracia en oclocracia (en griego antiguo «demos» significa pueblo, «oclos» significa chusma).
Todo esto ha tenido y seguirá teniendo consecuencias devastadoras en la política en general (no digamos en esa derecha que representa el Partido Popular). Tiempo al tiempo. En primer lugar, pienso en la imagen de la política. Pero aún más grave es el estado de la conciencia moral de todos nosotros conciudadanos.
El «ayusismo» hunde de hecho en la mente de la mayoría el valor de la política reduciéndolo todo al espectáculo, al entretenimiento, a la simpatía falsa y descaradamente superficial, a la seducción. Seducción entendida en el sentido etimológico de sí-ducción, es decir, la reconducción de todo hacia uno mismo, según esa religión del yo que es la verdadera creencia de la Sra. Isabel Díaz de Ayuso y de la que solamente el antídoto del arte noble de la política puede liberarnos y purificarnos.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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