viernes, 3 de octubre de 2025

La tarea de hoy… y de cada día.

La tarea de hoy… y de cada día

El mal acecha nuestras vidas


Al sentirme impotente ante todo esto, podría volverme cínico y no hacer lo que el premio Nobel de Literatura, el poeta ruso Josif Brodskij, condenado a trabajos forzados en los años 60 y luego exiliado de su país, consideraba que era el compromiso político de un escritor: «Escribir cosas bonitas».

 

Esto puedo hacerlo, no importan las opiniones, sino las acciones, solo importa cuánta belleza he creado hoy, porque la belleza es el origen de la esperanza, y la esperanza es el origen de nueva belleza.

 

Este es el círculo virtuoso de la creación, porque la belleza es amor encarnado (bella es una caricia, una página, una cena, una rosa...), la realización de un pedacito de mundo que, en lugar de morir, se salva, y cualquiera quiere ser tocado por esta salvación. De hecho, si algo bello me conmueve, quiero hacer lo mismo.

 

En los pueblos de antaño se impedía a las mujeres embarazadas ver cosas feas: para generar el bien hay que regenerarse primero. Y entonces escribo para intentar construir un espacio en el que quizá pueda surgir alguna belleza. ¿Salvará al mundo? No. Pero quizá a mí. ¿Cómo?

 

Matthew Perry, hallado muerto en el jacuzzi de su mansión, había hecho reír a millones de personas en una de las series más exitosas de la historia de la televisión, Friends. En una entrevista de 2022 había dicho: «Cuando muera, no quiero que Friends sea lo primero por lo que se hable de mí, sino por haber ayudado a quienes sufren de adicción al alcohol».

 

Su padre no le había transmitido más que borracheras y abandono, y su lucha contra el alcohol y las drogas fue su lucha por salvarse a sí mismo y salvar al mundo. Su extraordinario talento para la interpretación le daba paz porque podía ser otra persona, alguien que daba a los demás la alegría que él tenía que ganarse con sudor y lágrimas. La lucha por encontrar la paz, ese era su trabajo, por eso quería ser recordado.

 

Le hace eco el premio Nobel de Literatura, el escritor noruego Jon Fosse, que contó que se liberó del alcohol solo después de estar a punto de morir. La escritura le salvó porque le permitió «liberarse» del alcoholismo; para él, escribir resultó ser escuchar una voz que le trasciende y, de hecho, le llevó a Dios: «Fui un ateo convencido, pero era una forma demasiado simple de ver las cosas, sobre todo para un escritor. Rezo todos los días, voy a misa una vez a la semana. Me da paz, y la he buscado toda mi vida».

 

Buscamos la paz, y nuestras elecciones autodestructivas creemos que son un bálsamo para no sentir desprecio hacia nosotros mismos u olvidar que nos estamos desintegrando: «Cuando recorría el mundo —decía Jon Fosse en una entrevista— con mis obras de teatro, casi siempre estaba solo. Mi única compañera era una botella de whisky».


 

Salvarse es encontrar la integridad, unir las piezas de la existencia, reparar la desintegración del cuerpo, la mente y el corazón, las tres dimensiones del ser humano que solo cuando van juntas dan paz, es decir, salvación.

 

Los primeros cristianos se saludaban deseándose la paz y no eran sentimentales: desear la paz es comprometerse a encontrar la unidad en uno mismo y con los demás. No es diferente de «¡Salve!», es decir, «sé salvo», una palabra muy antigua que no significaba otra cosa que «íntegro», «unido». Lo contrario de salvarse es, de hecho, desintegrarse y desintegrar: hacer pedazos. Y así, donde no hay paz en el individuo, no puede haberla entre parientes, vecinos, pueblos.

 

La línea que separa el bien del mal no es la que imponen las guerras, sino la que está en nuestro corazón.

 

Una línea que separa la vida de la muerte y que nosotros decidimos, cada día, dónde mover.

 

No es posible eliminar el mal del mundo, todas las ideologías más sanguinarias lo han intentado en vano porque luego proyectaban el mal sobre alguien, pero sí es posible suprimirlo en el propio corazón.

 

Es el trabajo del Principito, que cada mañana debe arrancar los brotes de baobab para evitar que, al crecer, desintegren su planeta.

 

Las raíces del mal están en el corazón y siempre estarán ahí, nuestra tarea es cortarlas cada día.

 

Jesús lo decía así: «No hay nada fuera del hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo. Pero son las cosas que salen del hombre las que lo contaminan. Del corazón de los hombres salen los propósitos malvados: impureza, robos, asesinatos, adulterios, avaricia, maldad, engaño, libertinaje, envidia, calumnia, soberbia, destrucción» (Mc 7,15ss).

 

Es inútil querer cambiar el mundo, en cambio, hay que cambiar dentro de uno mismo lo que se quiere ver cambiar en el mundo: ¿quieres la paz? Hazla donde estás. Hacer la paz es hacer algo que integra una pequeña parte del mundo, hacer la guerra es desintegrarla.

 

Como muestra Christopher Nolan en su película Oppenheimer, la bomba atómica está primero en el corazón de sus creadores y solo después en el de una ojiva lanzada sobre Japón.

 

Así es y siempre será, desde Caín en adelante: la paz y la guerra que me rodean salen de mí.

 

Basta con remontarse desde el fruto de una acción hasta su raíz, el corazón, para descubrir dónde he trazado la línea que separa la vida y la muerte, esa vida y esa muerte que, después, he dado al mundo. De avanzar esa línea hacia la vida, en cada corazón, cada día, donde y como pueda, depende la paz del mundo.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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