viernes, 31 de octubre de 2025

Un fe cristiana menos católica.

Un fe cristiana menos católica 

A estas alturas uno ya ha comenzado a tratar de ser más consciente de lo que son nuestra fe, nuestra religión y nuestra Iglesia. Y va llegando a una conclusión que va tomando forma y que podría comenzar a formularse así: llega el tiempo de ser menos católicos —en el sentido de la elaborada estructura religiosa construida a lo largo de los siglos en torno al mensaje de Jesús de Nazaret— para volver a ser simplemente más cristianos. 

Gran parte de los católicos de esta aparte del mundo en el que yo vivo admitimos que la Iglesia está atravesando una fase de crisis, pero no todos estamos de acuerdo en identificar las causas. 

Una de ellas es lo que alguien ha llamado “elefantiasis de estructuras y programas” que ya no se adaptan a las dimensiones y exigencias de los fieles. Por supuesto, no se me ocultan otros factores como, por ejemplo, el clericalismo y una cierta pereza intelectual del clero, disfrazada de prudencia y fidelidad a la tradición. 

Es verdad que a veces se proponen en el mundo católico que yo conozco algunos atajos dirigidos hacia la devoción, la emotividad, lo milagrero, la piedad,…, tomados por algunas jerarquías para ilusionarse de no perder seguidores. 

Hay quien sigue atrincherado en las glorias del pasado. Y seguramente hay quien también sufre la desorientación ante los cambios propuestos desde arriba (incluso a modo de frases y de titulares… ‘es la hora de los laicos’, ‘es la hora de la sinodalidad’, …) que después no acaban de encontrar espacio en la reflexión y ni se verifican en la práctica de hecho. 

Uno cree que la Iglesia actual está abrumada y agobiada por los dogmas, las reglas y las tradiciones que se han acumulado a lo largo de los siglos y que la hacen incapaz de esa «conversión» que también pide a sus hijos, y por lo tanto incapaz no solo de hablar a los hombres y mujeres de hoy, sino sobre todo de acogerlos y darles testimonio de fe y de vida. 

Si esta fuera algo de la situación actual, bienvenida sea la crisis, palabra que, como es sabido, en su significado etimológico significa discernir, juzgar, evaluar y, por lo tanto, hasta podría ser un momento de crecimiento, de cambio positivo. 

Y uno piensa en aquella invitación del Cardenal Carlo Maria Martini en su iniciativa de la Cátedra de los no creyentes puesta en marcha allá por el lejano 1987: 

«No nos preguntemos si somos creyentes o no creyentes, sino pensantes o no pensantes. Lo importante es que aprendáis a inquietaros. Si sois creyentes, a inquietaros por vuestra fe. Si no sois creyentes, a inquietaros por vuestra no creencia. Solo entonces ambas estarán verdaderamente fundadas». 

Es decir, hacerse preguntas, buscar respuestas. Lo que viene a significar inquietud, deseo, búsqueda… Y hacerlo como personas individuales y como comunidad. 

Al fin y al cabo, la Iglesia ha cambiado de opinión a lo largo de los siglos. Por suerte. No solo sobre las cruzadas, la guerra justa, la pena de muerte, sino también sobre temas más específicos como la libertad de conciencia. ¿Y si este fuera el momento de operar cambios similares también en temas como, por ejemplo, el celibato de los presbíteros o las mujeres como ministros ordenados? 

Yo creo que menos catolicismo significa menos lastre de doctrinas y prácticas y más encuentro verdadero con el Jesús de Nazaret de los Evangelios y del Reino. Porque lo que se necesita hoy es dar más visibilidad a la diferencia cristiana. 

La primera tarea de los cristianos es hacer realmente posible una vida evangélica también en este momento de la historia. Esta tarea solo puede llevarse a cabo mostrando su posibilidad en forma de una verdadera alternativa evangélica y novedad cristiana. 

Un Dios Padre bueno que hace hermanos a los hombres y quiere su bien. Un Reino de Dios de nuevos cielos y de nueva tierra. Y es en torno a este núcleo donde hoy hay que reconstruir el propio camino de fe y un cristianismo creíble. 

Una labor sin duda fatigante, porque interpela la conciencia de cada uno y le pide que se ponga de nuevo en camino: la fe es un camino, nunca se llega al final. Y porque pensar es fatigoso, mucho más que ser devoto. 

El catolicismo puede evolucionar, intentando ser menos dogmático y más cristiano. Seguramente podrá y tendrá que seguir siendo religión, porque todo ideal al final debe plegarse a asumir una forma institucional si quiere jugar su partida entre los hombres, pero podemos esperar que lo haga de manera menos absoluta, más autocrítica, con mayor sentido del límite y, si nos atrevemos a decirlo, con un hilo de auto-ironía consigo mismo para no tomarse a sí mismo tan en serio como se toman los absolutismos dogmáticos. 

En definitiva, una religión que libere porque crece y hace crecer. Porque, como escribía San Pablo en la Carta a los Corintios: «cuando era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño. Pero, al hacerme hombre, dejé atrás lo que era de niño» (1 Co 13,11). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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