Convertid la complejidad en oportunidad y la dificultad
en ocasión - San Lucas 21, 5-19 -
Al acercarse el final del Año Litúrgico, el Evangelio está tomado del discurso escatológico de San Lucas y se presenta como una exhortación a la perseverancia y a la vigilancia dirigida por Jesús a sus oyentes que, a través de la página evangélica, llega a los futuros creyentes y los exhorta a no dejarse llevar por el miedo y la angustia ante los acontecimientos catastróficos y las persecuciones.
Lejos de ser un signo del fin inminente del mundo, estos acontecimientos deben ser acogidos como una ocasión de martyría, de testimonio. En el texto evangélico no se trata del fin del mundo, sino de lo que ocurre «antes», en la historia, que aparece así como el tiempo de la perseverancia laboriosa.
El texto evangélico comienza subrayando la diferencia de perspectiva que Jesús, por un lado, y «algunos», por otro, tienen sobre el Templo. El discurso de Jesús tiene lugar en el Templo y, por lo tanto, es público, no dirigido solo a los discípulos ni reservado a unos pocos de ellos. Si estos «algunos», desconocidos y anónimos, admiran la dimensión estética de las «bellas piedras» del Templo y los exvotos que lo adornan, Jesús, con una mirada desencantada y lúcida, ve su próximo fin: «No quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Al igual que el Templo (y su sistema de ofrendas, sacrificios y santificación), también todas las construcciones y realizaciones humanas más santas y espirituales son caducas. No deben retener la mirada y la atención, sino el Señor que viene y del que ellas pueden constituir, como mucho, solo un signo.
Comenzando su discurso con la expresión apocalíptica «Llegarán días», con la que ya en San Lucas 19,43 había anunciado la destrucción de Jerusalén («no quedará en ti piedra sobre piedra»: 19,44), Jesús provoca la consternación de sus oyentes, que inmediatamente le preguntan cuándo y cuál será la señal de tal acontecimiento. Pero las siguientes palabras de Jesús no responden a esa pregunta, sino que advierten y amonestan a los cristianos.
El discurso de Jesús comienza con tres advertencias formuladas de manera negativa: tened cuidado de no dejaros engañar; no los sigáis; no os asustéis.
Jesús pronuncia unos «no» preventivos, sabiendo que en el mundo de la fe existe el riesgo de la credulidad, de la superficialidad que lleva a dar crédito a quien no lo merece, de la confusión de quienes no distinguen el mensaje evangélico genuino de aspectos periféricos o deteriorados y los asumen como centrales.
Y hay quienes se dejan deslumbrar por apariencias de piedad sin saber ver las realidades mucho menos luminosas que hay detrás. Y hay personas desamparadas y frágiles que dan crédito a creencias extrañas y confían en personas que hacen pasar por evangelio sus fantasías o se presentan con pretensiones religiosas. Jesús dice: «Muchos vendrán en mi nombre diciendo: ‘Yo soy’ y ‘El tiempo está cerca’».
Jesús sabe que su mensaje estará expuesto a distorsiones, a manipulaciones, y que habrá hombres deshonestos y oportunistas que utilizarán su mensaje para explotar a las personas, para tener poder sobre otros, o incluso solo por mero interés. Por lo tanto, a lo largo de la historia, el cristiano debe entrenarse en el discernimiento. En primer lugar, para reconocer el engaño y oponerse a la manipulación y la falsificación.
De hecho, hay que estar en guardia contra los «muchos» que se presentarán como poseedores de la verdad, que usurparán el título cristológico «Yo soy» para inducir a alguien a seguirlos. Estas personas utilizan palabras y temas evangélicos, pero al final el centro son ellos, no Jesús.
Jesús, que con fuerza dijo a varios: «¡Sígueme!», aquí dice con la misma fuerza: «No los sigáis», no malgastéis vuestra vida haciéndoos discípulos de personas insensatas y deshonestas que utilizan el mensaje religioso para satisfacer su protagonismo y encubrir su locura mental o su deshonestidad.
Jesús advierte además contra la lectura sin discernimiento de los acontecimientos históricos, especialmente las catástrofes naturales o las guerras y revueltas, como si fueran signos de una intervención de Dios que castiga o decreta un fin. Aquí la invitación es: «No os dejéis llevar por el miedo, por el terror», no dejéis que vuestra imaginación y vuestro ánimo se vean afectados hasta el punto de perder el equilibrio y ver una señal apocalíptica en lo que es solo un acontecimiento de la naturaleza o el fruto de las culpas y los pecados de los hombres, como una guerra.
«Primero deben suceder estas cosas, pero no es el fin inmediato». Estos acontecimientos trágicos son, por desgracia, el pan de cada día de la historia, no los signos precursores de un próximo fin del mundo.
Si luego San Lucas pone en escena signos históricos y cósmicos, estos sí anticipadores del fin, sin embargo, el acento recae en lo que debe suceder primero a los cristianos. Con citas del Antiguo Testamento (Is 19,2) y referencias a cataclismos devastadores tanto en la tierra como en el cielo, el discurso de Jesús anticipa lo que dirá sobre los acontecimientos que abrirán el camino a la gloriosa venida del Hijo del hombre.
Pero precisamente, la atención de San Lucas se centra en lo que sucederá a los creyentes y a las comunidades cristianas «antes de todo esto». Y lo que sucederá antes convierte la historia en el lugar donde se ejercita la perseverancia y la paciencia.
Las persecuciones y las traiciones, la hostilidad incluso por parte de amigos y familiares, podrán marcar la vida de quienes se adhieren al Mesías Jesús, pero gracias a la perseverancia sufrida podrán custodiar su vida. Mientras sufren el fin de relaciones y amistades, mientras vislumbran su propio fin, pueden conocer la salvación de sus vidas y sacar como ganancia, de la batalla que la vida y la historia les imponen, su alma (cf. Jr 45,5).
El versículo final orienta todo el discurso: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestra vida».
Hay tiempos difíciles y oscuros en los que al creyente se le pide simplemente que resista, que se mantenga firme, que custodie su interioridad, que mantenga la fe, que salvaguarde su humanidad, que preserve su alma del caos y la confusión. Y esto será como un grano de trigo caído en tierra que dará fruto.
Dietrich Bonhoeffer escribió en tiempos particularmente duros y difíciles, desde la cárcel de Tegel en 1944: «Más que moldear nuestra vida, tendremos que salvarla; más que planificar, tendremos que esperar; más que avanzar, tendremos que resistir. Pero queremos preservar para vosotros, los jóvenes, la nueva generación, el alma con cuya fuerza tendréis que planificar, construir y moldear una vida nueva y mejor».
La perseverancia que salva el alma no es, por tanto, nada intimista, sino un acto de responsabilidad histórica de quien se atreve a pensar en el futuro más allá y después de él. El hoy histórico es, por tanto, el lugar de prueba de la perseverancia.
El discurso de Jesús trata de dirigir la mirada de los creyentes hacia ellos mismos y hacia el hecho de que conocerán oposiciones, traiciones, odio. Habrá violencia física contra los discípulos de Jesús: «pondrán sus manos sobre vosotros». Por lo tanto: «Os perseguirán», lo que anuncia las persecuciones de los cristianos a lo largo de la historia, pero antes aún habla de la intolerancia hacia el otro y hacia lo diferente, que lleva a querer eliminarlo de la propia vida.
«Os entregarán»: la referencia es, ante todo, a la hostilidad sufrida por parte de judíos y paganos, como se desprende de la referencia a las sinagogas y las prisiones, a los reyes y los gobernadores, pero también designa el hecho de que una persona es tratada como una cosa y puede ser tomada, utilizada y luego desechada.
Y, por último: «os arrastrarán», os llevarán a la fuerza. En resumen, si estos verbos indican las oposiciones que esperarán a los discípulos, detrás de ellos hay una violencia que puede manifestarse en la vida cotidiana, en las relaciones con los más cercanos, una violencia que puede ser la nuestra contra otros que están cerca de nosotros, que son nuestros hermanos y nuestras hermanas.
Y, de hecho, inmediatamente después, Jesús habla de la violencia entre familiares, que sin duda se refiere en primer lugar a las familias trastornadas por la conversión al cristianismo de uno de sus miembros y que, al no aceptarla, denuncian u oponen abiertamente, pero en el fondo indica que el enemigo es siempre el amigo, el prójimo, el vecino: «Seréis traicionados incluso por vuestros padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros».
Sin embargo, Jesús también ofrece a sus discípulos y a los lectores del Evangelio el punto de vista desde el que considerar esta oposición: es una oportunidad para dar testimonio. Es como si dijera: convertid esta situación en una oportunidad para vivir el Evangelio, para amar a quienes no os aman, es más, os odian. No respondáis al mal con el mal, sino aprovechad estas enemistades como una oportunidad para vivir el Evangelio.
Estas son las oportunidades evangélicas por excelencia, aquellas en las que realmente se puede poner en práctica el amor al enemigo. En resumen, Jesús no solo no está hablando del fin del mundo, sino que está hablando de la vida cotidiana que le espera a todo cristiano.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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