Convertíos
- San Mateo 3, 1-12 -
La tarea del profeta es despertar la conciencia a un
profundo deseo que la habita: el abandono del hombre viejo y el renacimiento a
una nueva vida. Iluminadora a este respecto es la página evangélica de hoy, la
aparición en escena de Juan el Bautista.
Una página
que la lectura hace contemporánea para nosotros y nosotros para la página, por lo que el «En aquellos días vino», el incipit
del pasaje, se convierte hoy en «viene a nosotros».
¿Quién viene? Un profeta llamado Juan, que significa «Dios
da gracia», viste el hábito clásico de los profetas (Zc 13,49), en
particular de Elías (2Re 1,8), que ha regresado en su persona (Mt 17,9-13; Mal
3,23), y se alimenta de miel para indicar que la Palabra de Dios es más dulce
que la miel al paladar (Sal 19,1; 119,103).
Viene a nosotros un profeta singular por su relación única con Jesús, subrayada en varias ocasiones por el conjunto del
Nuevo Testamento: es «el amigo del esposo que se regocija de
alegría al oír la voz del esposo» (Jn 3,2), no el esposo; es el
testigo de la luz (Jn 1,8), no la luz ; es la voz de la Palabra (Jn
1,23), no la palabra; es el ojo que ve al Hijo y lo anuncia
(Jn 1,34), no el Hijo; es el dedo que señala el paso del Cordero
(Jn 1,35-37), no el Cordero; es el mensajero del Esperado (Mc 1,2).
Juan es
preciso al precisar lo que es y lo que no es: no es el Cristo ni el profeta esperado como nuevo
Moisés (Jn 1,19-23), grita en el desierto «Convertíos», porque el Reino de los
Cielos está cerca, se ha acercado, está aquí.
Hoy nos llega
como un llamamiento a la conversión, como una llamada a un cambio de rumbo: que vuestro corazón esté orientado hacia Dios y su
palabra y daréis «buenos frutos»,
tal y como se resume en Miqueas 6,8: «Hombre, se te ha enseñado lo que es bueno y
lo que el Señor exige de ti: practicar la justicia, amar la bondad, caminar
humildemente con tu Dios».
Esta es la síntesis del mensaje profético: donde esto
ocurre, allí reina Dios. Esto es preparar el camino al Cristo que viene a
cumplir, la luz antigua que llega a su esplendor.
A esto incita el profeta: tomar la dirección correcta
que pone orden en la vida, invertir el rumbo, una conversión significada y
notificada por la inmersión en el agua, el bautismo de Juan que se da una sola vez y que se distingue de las
abluciones rituales de los esenios y del bautismo de los prosélitos, para hacer
posible el contacto con los judíos.
La inmersión
en el agua significa y notifica tres cosas:
a.- en
primer lugar, la toma de conciencia de estar lejos de lo que se debería ser;
b.- luego,
la necesidad de ser lavados, limpiados, devueltos a la propia verdad, es decir,
la instancia de la purificación;
c.- por
último, el anhelo del fruto de la conversión, un estilo de vida en el
bien, humildes y no violentos aliados de Dios y del otro, es decir, la
instancia de la renovación.
Una posibilidad dada a todos, incluida la «raza de
víboras», es decir, aquellos que
están acostumbrados a considerarse ilusoriamente correctos solo por pertenecer
a una secta, a un grupo religioso, a una Iglesia. Sin los frutos de la
conversión. Una falsa seguridad que el Dios capaz de transformar corazones de
piedra en corazones de carne (Ez 36,26) puede desmontar.
Juan es la profecía alineada con el monoteísmo ético,
es la profecía que ve en «el que viene después de mí» al «más fuerte
que yo, a quien no soy digno de llevar las sandalias: él os bautizará en
Espíritu Santo y fuego. Tiene en la mano la pala y limpiará su era y recogerá
su trigo en el granero, pero quemará la paja con un fuego inextinguible».
Juan se
considera a sí mismo indigno de ser siervo de Jesús: la tarea del esclavo era guardar y calzar las
sandalias del amo. En segundo lugar, ve
en Jesús a Aquel que viene a sumergir en el agua del Espíritu Santo,
energía divina que crea al hombre nuevo, la nueva
creación semejante a Cristo, visible por el fruto de la conversión que
produce:
a.- la
filiación en relación con Dios,
b.- la
fraternidad-sororidad en relación con el otro,
c.- el
cuidado en relación con la creación, la eternidad en relación con el tiempo.
¡He aquí al hombre! El bautismo de agua como
aspiración a lo nuevo se cumple. Esa es la alternativa a la que siempre tenemos
que nacer de nuevo…
Finalmente, Juan ve en Jesús al juez escatológico que
separará el trigo de la paja, pero tendrá que reconocer (Mt 11,1-2) a un Mesías
manso y humilde de corazón (Mt 11,29) que no ha venido a extinguir y quebrantar
(Mt 12, 15-20), sino a salvar de la ira (1 Ts 1,10).
Hoy Juan viene a nosotros para que vayamos a Cristo y,
en Cristo, a nosotros mismos: «Mirad a Él y seréis radiantes» (Sal
34,6). A su manera, Juan nos recuerda aquello de «poned los ojos fijo en Él»
(cf. Hbr 12, 2).
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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