De la mano de Juan preparamos la venida del Señor Jesús - San Mateo 3, 1-12 -
El Evangelio transmite un mensaje centrado en el Mesías: el Mesías, aquel que bautizará con Espíritu Santo y fuego, es el más fuerte anunciado por el Bautista (Mt 3,1-12). Él es señalado por un hombre, Juan, el profeta y precursor.
También en la vida cristiana, el Espíritu, las
Escrituras y una persona, un hombre o una mujer de Dios, un padre o una madre
espiritual, un profeta, desempeñan una función magisterial y de preparación
para la acogida del Señor que viene.
¿Qué unifica estas tres realidades? El hecho de que
cada una de ellas remite a Cristo.
El Espíritu remite al Mesías, Aquel sobre quien
descansa y mora el Espíritu; las Escrituras remiten a Cristo, hablan de Cristo
y conducen al creyente a una práctica de acogida como Cristo nos acogió a
nosotros. Por último, también Juan Bautista, el hombre venido de Dios (cf. Jn
1,6), remite a Cristo y lo señala.
Ahora bien, el Evangelio no solo presenta la llamada a
la conversión con el Bautista sino que hay algo más profundo y básico. Hay una
indicación de los elementos indispensables que, en su interrelación, construyen
una vida cristiana equilibrada: el Espíritu, la Escritura, un hombre.
El Segundo Domingo de Adviento tiene como centro de su
mensaje bíblico la preparación de la venida del Señor.
Una preparación que se realiza con la ayuda del
Espíritu, al que hay que invocar y a cuyo dinamismo hay que someterse, con la
ayuda de la Escritura, que hay que escuchar y meditar para que transforme
nuestro corazón: una preparación que se llama conversión.
Que es lo que Juan pide viviéndola en primera persona.
Mientras exhorta a los demás diciendo: «Preparad el camino del Señor» (Mt
3,3), Juan lo está preparando, es más, está haciendo de sí mismo el camino que
seguirá el Señor. Él es el precursor, el que precede al Mesías con su vida, anticipando
en sí mismo mucho de lo que luego hará el Mesías.
Las palabras con las que se presenta en escena en el
Evangelio —«Convertíos, porque el Reino de los cielos está cerca»— se
repiten tal cual en la primera predicación de Jesús en Mateo 4,17.
Y la misma predicación judicial de Juan contra los
fariseos y saduceos anticipa las palabras de fuego que Jesús pronunciará contra
los escribas y fariseos hipócritas en el capítulo 23 del Evangelio de Mateo.
En definitiva, no se trata de preparar «algo», sino de prepararse a uno mismo para la venida del Señor, de hacer de la propia persona un anuncio de la venida del Señor, un camino por el que el Señor viene a los demás que se encuentran con nosotros. Esto significa convertirse en signos, en señales que indican al Mesías y que dirigen a Cristo.
En la lectura llama la atención que la figura del
Mesías, anunciada por las profecías, atestiguada por las Escrituras, precedida
por el Bautista, en realidad aún no haya aparecido en escena.
En las palabras de Juan solo está presente en la
indicación de «el que viene después (lit. «detrás») de mí... y que os bautizará en
Espíritu Santo y fuego» (Mt 3,11).
Es decir, la palabra suscitada por la fe es una
palabra que se atreve con lo que aún no existe y no solo cree que existirá en
el futuro, sino que comienza a hacerlo existir en la historia y en la vida de
los hombres.
Una vez pronunciada, la palabra de la fe obra en la historia suscitando espera y deseo, movilizando energías que tienden a cumplir lo anunciado y que tratan de preparar las condiciones para que se cumpla.
La profecía es sí, traducción en el hoy histórico de
la Palabra de Dios, pero también sabe hablar al futuro, sabe elaborar imágenes
y escenarios que no son viables y posibles en el hoy, pero que lo serán en el
futuro.
Juan se presenta como aquel que da realidad con su
persona a las palabras de Isaías 40,3: «Voz del que clama: en el desierto preparad
el camino del Señor» (cf. Mt 3,3).
La Escritura que creemos inspirada es sobre todo
inspiradora, generadora de historia, de vida, y sobre todo estimula la libertad
de una persona que siente que la palabra de Dios contenida en la Escritura se dirige
a ella y decide transformar su existencia dejándose guiar por esa palabra.
Sin embargo, aunque el Evangelio aún no presenta en
escena a Jesús, el Mesías, en realidad está invisiblemente pero realmente
presente en la espera de Juan, hombre totalmente orientado hacia aquel que ha
de venir.
Está presente en sus palabras y en sus gestos, en su
modo de vida que puede preparar a otros para la espera, precisamente porque la
espera habita en su persona, en sus gestos, en su bautismo, en su predicación.
Juan da forma y presencia al ausente, a aquel que aún no está allí, pero que
pronto lo estará.
De Juan se nos habla de su extrema sobriedad y
precariedad incluso en las cosas que son esenciales para la vida humana:
comida, ropa, casa. Vive en el desierto, anticipándose a Aquel que no tenía
dónde reclinar la cabeza (Mt 8,20), viste con extrema rudeza la ropa sencilla y
pobre típica de los profetas (cf. 2Re 1,8), come la comida que encuentra.
Y esto nos lleva a cuestionarnos nuestro estilo de
vida, cuáles son nuestras necesidades y nuestras pretensiones, el testimonio o
el contra-testimonio que damos al Evangelio con nuestro estilo de vida.
La vida de Juan está expuesta, no tiene más refugio
que la profundidad de sus convicciones. Su fuerza se manifiesta ante todo en sí
mismo, en la capacidad de gobernarse a sí mismo, de no dejarse llevar y de no
dejarse dominar por las necesidades esenciales de la vida que se vuelven
dominantes: la casa, la ropa, la comida.
No hay refinamiento, sino sobriedad. La forma de
vestir, de vivir, de alimentarse es un lenguaje que habla de la verdad
testimonial de una persona. No es casualidad que Jesús, cuando habla de Juan,
reitere que el Bautista no vestía ropas lujosas ni vivía en palacios reales (Mt
11,7-9).
De la figura de Juan, que predica de manera creíble la
conversión viviéndola personalmente, nos llega, pues, una enseñanza
fundamental: no existen valores si no están encarnados en personas que los
viven y pagan su precio.
La honestidad existe en las personas honestas, la
justicia es narrada por personas justas. Cueste lo que cueste.
Como le sucederá a Juan, cuya rigurosidad en la justicia le llevará a encontrar la muerte cuando reprenda a Herodes por vivir con la mujer de su hermano Felipe («No te es lícito tenerla contigo»: cf. Mt 14,3-4). Juan se convertirá en mártir de la palabra, anticipando y precediendo también en esto al Mesías Jesús.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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