El Adviento es una invitación a levantarse y a vivir una vida vertical
El Adviento es una invitación a levantarse, a levantar la cabeza, a vivir una vida vertical.
Jesús pide una mirada profunda, elevada, para ver que la historia tiene una dirección, que no se pierde en la nada y en el miedo.
Llegarán días terribles, pero incluso cuando te parezca que el mundo se derrumba, más allá de los escombros del mundo que cae, viene un Dios experto en amor; cuando te parezca que tienes ante ti un muro negro, más allá de ese muro, una mano se extiende hacia ti.
Nuestro secreto es un más allá: más allá del frío de las piedras, más allá de los fuegos de la historia, más allá de las cenizas de las derrotas, en filigrana en nuestros días hay un buen proyecto.
Árido es el camino del mundo: terremotos, hambrunas, guerras son los colores oscuros de la historia de siempre, lo que sucedía en los tiempos antiguos y lo que volverá a suceder mañana.
El viejo mundo devora monótonamente a sus hijos.
Jesús no atenúa, no engaña, como si su venida ya hubiera resuelto los males del mundo.
Dios no te salva de las traiciones, sino dentro de las traiciones; no te protege del sufrimiento, sino en el sufrimiento; no te guarda de la cruz, sino en la cruz.
"¿Cuándo sucederá todo esto?" preguntan los discípulos.
En lugar de responder cuándo sucederán las últimas cosas, Jesús indica cómo esperarlas en el tiempo intermedio. El cuándo sucederán esas cosas es ahora.
El mundo es frágil; frágil es la civilización y la convivencia; frágil es la familia, más frágil que las hermosas piedras del Templo.
Cada día hay un mundo que muere y un mundo nuevo que nace: en las costumbres, en las jerarquías de valores, en los puntos de referencia.
El mundo es frágil y está enfermo, pero el cristiano no huye, permanece en medio del mundo, intercede, camina literalmente en medio, curando las heridas, cuidando los brotes que nacen.
Así habita el creyente en la tierra: ciudadano y extranjero, guardián de los días y peregrino de lo eterno, mirando a los ojos a las criaturas y fijando la mirada en los abismos del cielo; levantando la cabeza hacia arriba y velando abajo por los hermanos; atento a su corazón y atento al Padre.
El Adviento es el acercamiento de Dios.
Vendrá sobre las nubes, sobre un trono de llamas, pero ya viene: en los pequeños gestos de los corazones puros, en la delicadeza repentina de quienes están cerca de mí, a través de las personas que amo.
Soy su lenguaje, la mano de sus dones.
Toda carne está impregnada de Dios.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



No hay comentarios:
Publicar un comentario