miércoles, 12 de noviembre de 2025

El magisterio de los pobres.

El magisterio de los pobres

Quien se deja provocar por las necesidades de los hombres, lee el Evangelio solo con los ojos de la misericordia y descubre la fe consecuente.

 

Ven, sentémonos y comencemos a mirar nuestra vida con los ojos de los pobres.

 

Quitémonos las lentes que nos ha proporcionado el Sistema. Deforman la realidad: no captan los contornos de la persona, sino solo sus competencias y aptitudes profesionales.

 

Y quitémonos también los auriculares que nos ha proporcionado el Sistema. Deforman la realidad: de hecho, transmiten ininterrumpidamente la narrativa necesaria para justificar la indiferencia y la exclusión.

 

Primero escuchemos, observemos e informémonos, comprobando las fuentes, luego verifiquemos los resultados y comparémoslos con lo que nos han inculcado desde pequeños.

 

Es un largo camino de desintoxicación, al final podríamos encontrarnos solos, pero descubriremos el don prometido por Dios: la paz interior. Que no tiene nada que ver con la impasibilidad fruto de prácticas ascéticas, sino que es esa sensación de justicia creadora de sentido para nuestra vida.

 

Una paz interior determinada por la búsqueda de la justicia que, por lo tanto, va acompañada necesariamente de la inquietud profética, y no de la indiferencia de los apartados, aunque sean devotos.

 

«Has visto muchas cosas, pero sin prestar atención, has abierto los oídos, pero sin escuchar» (Isaías 42, 20)

 

Pongámonos en el lugar de los pobres, comprendamos la ausencia de oportunidades y la violencia de una economía basada en la funcionalidad, una economía que absorbe a los hombres y les devuelve tareas, una economía que no reconoce a las personas, sino solo a los roles.

 

Despojémonos de los privilegios derivados de la condición social, rechacemos las dinámicas de servidumbre que contradicen totalmente la naturaleza gratuita de nuestro ser.

 

Rechacemos el servicio a la iniquidad y no contribuyamos a la ferocidad de la reiteración. Las estructuras que producen opresión (las llamadas ‘estructuras del pecado’) no surgen por casualidad y no son fenómenos naturales, sino que caminan sobre las piernas de quienes eligen la deshumanización y funcionan con los brazos de quienes eligen la explotación.

 

Compartamos el rechazo que sufren los pobres y la negación de una redención.

 

Pongámonos en condiciones de comprender la violencia de los «ya te avisaremos», «vuelve mañana», «vuelve a tu casa».

 

Caminemos con ellos para encontrar unas monedas, luchamos con ellos contra una burocracia absurda, probemos con ellos la tristeza de un comedor social.

 

Luchemos no solo por ellos, sino con ellos.

 

Unamos nuestra voz a la suya y convirtámonos en la voz de quienes han sido silenciados.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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