El magisterio de los pobres
Quien se deja provocar por las necesidades de los
hombres, lee el Evangelio solo con los ojos de la misericordia y descubre la fe consecuente.
Ven, sentémonos y comencemos a mirar nuestra vida
con los ojos de los pobres.
Quitémonos las lentes que nos ha proporcionado el
Sistema. Deforman la realidad: no captan los contornos de la persona, sino solo
sus competencias y aptitudes profesionales.
Y quitémonos también los auriculares que nos ha
proporcionado el Sistema. Deforman la realidad: de hecho, transmiten
ininterrumpidamente la narrativa necesaria para justificar la indiferencia y la
exclusión.
Primero escuchemos, observemos e informémonos, comprobando
las fuentes, luego verifiquemos los resultados y comparémoslos con lo que nos
han inculcado desde pequeños.
Es un largo camino de desintoxicación, al final
podríamos encontrarnos solos, pero descubriremos el don prometido por Dios: la
paz interior. Que no tiene nada que ver con la impasibilidad fruto de prácticas
ascéticas, sino que es esa sensación de justicia creadora de sentido para
nuestra vida.
Una paz interior determinada por la búsqueda de la
justicia que, por lo tanto, va acompañada necesariamente de la inquietud
profética, y no de la indiferencia de los apartados, aunque sean devotos.
«Has
visto muchas cosas, pero sin prestar atención, has abierto los oídos, pero sin
escuchar» (Isaías 42, 20)
Pongámonos en el lugar de los pobres, comprendamos
la ausencia de oportunidades y la violencia de una economía basada en la
funcionalidad, una economía que absorbe a los hombres y les devuelve tareas,
una economía que no reconoce a las personas, sino solo a los roles.
Despojémonos de los privilegios derivados de la
condición social, rechacemos las dinámicas de servidumbre que contradicen
totalmente la naturaleza gratuita de nuestro ser.
Rechacemos el servicio a la iniquidad y no
contribuyamos a la ferocidad de la reiteración. Las estructuras que producen opresión
(las llamadas ‘estructuras del pecado’) no surgen por casualidad y no son
fenómenos naturales, sino que caminan sobre las piernas de quienes eligen la
deshumanización y funcionan con los brazos de quienes eligen la explotación.
Compartamos el rechazo que sufren los pobres y la
negación de una redención.
Pongámonos en condiciones de comprender la
violencia de los «ya te avisaremos», «vuelve mañana», «vuelve a tu casa».
Caminemos con ellos para encontrar unas monedas,
luchamos con ellos contra una burocracia absurda, probemos con ellos la
tristeza de un comedor social.
Luchemos no solo por ellos, sino con ellos.
Unamos nuestra voz a la suya y convirtámonos en la
voz de quienes han sido silenciados.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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