miércoles, 12 de noviembre de 2025

Los pobres, lugar de salvación.

Los pobres, lugar de salvación

Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Y cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos? El rey les responderá: «En verdad os digo que cada vez que hicisteis estas cosas a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me las hicisteis»(Mateo 25, 37-40). 

Quien desprecia a los pobres o simplemente es indiferente tiene un conocimiento distorsionado de Cristo. A pesar de todos los esfuerzos ascéticos, las elucubraciones doctrinales, los ministerios ejercidos, el consenso de la comunidad, quien evita a los pobres evita a Dios. Hay algunas cosas de sí mismo que Dios ha decidido revelar solo a través de ellos. Es su elección de humillación, de inversión, lo que maravilla a los pequeños y molesta a los hipócritas (aquellos que representan un papel diferente al de su propio ser). Los pobres no son solo un lugar teológico junto a la Palabra y la Eucaristía, sino también un lugar de curación específica. 

¿No es acaso este el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, quitar las ataduras del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper todo yugo? ¿No consiste acaso en compartir el pan con el hambriento, en acoger en tu casa a los desamparados, en vestir al desnudo, sin apartar los ojos de los de tu propia carne? Entonces tu luz amanecerá como el alba, y tu herida se curará rápidamente (Isaías 58, 6-8). 

Solo la relación con los pobres puede romper la cadena del egoísmo, permitiéndonos el éxodo de la autorreferencialidad que nos deforma hacia la alteridad que nos hace descubrir la dignidad de la filiación. A los pobres se les ha entregado la receta para curar nuestra herida existencial. Son los médicos a los que debemos acudir para desintoxicarnos de los ídolos y para la profilaxis contra la infección de la indiferencia. Acudamos a ellos para que nos ayuden. Son nuestra última esperanza. En la compasión encontramos la imagen de Dios y constatamos la brutalidad de las seducciones del mundo. Los pobres llevan sobre sus hombros el pecado social, por eso Jesús se identifica con ellos, son sus hermanos más íntimos porque son los más parecidos a Él. 

Si apartas de ti la opresión, el señalar con el dedo y el hablar impío, si ofreces pan al hambriento, si sacias al que está en ayunas, entonces tu luz brillará en las tinieblas, tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te guiará siempre, te saciará en tierras áridas, vigorizará tus huesos; serás como un jardín regado y como una fuente cuyas aguas no se secan. Tu pueblo reconstruirá las antiguas ruinas, reconstruirás los cimientos de épocas lejanas. Te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas para habitar en ellas (Isaías 58, 9-12). 

El encuentro con los pobres ilumina nuestras tinieblas interiores, nos abre nuevas perspectivas, nos saca de las cámaras asépticas en las que nos escondemos inútilmente para conservarnos. Los pobres nos llaman incluso cuando no hablan ni los vemos. Son la eterna llamada a nuestra autenticidad. Nos empujan en lo más profundo, nos obligan a quitarnos las máscaras y a sentir nuestras entrañas. Los análisis, los sistemas y toda la retórica deben dejar espacio a lo absurdo del sufrimiento. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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