Los pobres, lugar de salvación
Señor,
¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Y cuándo te
vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos? El rey les responderá: «En verdad
os digo que cada vez que hicisteis estas cosas a uno de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me las hicisteis»(Mateo 25, 37-40).
Quien desprecia a los
pobres o simplemente es indiferente tiene un conocimiento distorsionado de
Cristo. A pesar de todos los esfuerzos ascéticos, las elucubraciones
doctrinales, los ministerios ejercidos, el consenso de la comunidad, quien
evita a los pobres evita a Dios. Hay algunas cosas de sí mismo que Dios ha
decidido revelar solo a través de ellos. Es su elección de humillación, de
inversión, lo que maravilla a los pequeños y molesta a los hipócritas (aquellos
que representan un papel diferente al de su propio ser). Los pobres no son solo
un lugar teológico junto a la Palabra y la Eucaristía, sino también un lugar de
curación específica.
¿No es acaso
este el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, quitar las ataduras
del yugo, dejar libres a los oprimidos y romper todo yugo? ¿No consiste acaso
en compartir el pan con el hambriento, en acoger en tu casa a los desamparados,
en vestir al desnudo, sin apartar los ojos de los de tu propia carne? Entonces
tu luz amanecerá como el alba, y tu herida se curará rápidamente (Isaías 58,
6-8).
Solo la relación con los
pobres puede romper la cadena del egoísmo, permitiéndonos el éxodo de la
autorreferencialidad que nos deforma hacia la alteridad que nos hace descubrir
la dignidad de la filiación. A los pobres se les ha entregado la receta para
curar nuestra herida existencial. Son los médicos a los que debemos acudir para
desintoxicarnos de los ídolos y para la profilaxis contra la infección de la
indiferencia. Acudamos a ellos para que nos ayuden. Son nuestra última
esperanza. En la compasión encontramos la imagen de Dios y constatamos la
brutalidad de las seducciones del mundo. Los pobres llevan sobre sus hombros el
pecado social, por eso Jesús se identifica con ellos, son sus hermanos más
íntimos porque son los más parecidos a Él.
Si apartas
de ti la opresión, el señalar con el dedo y el hablar impío, si ofreces pan al
hambriento, si sacias al que está en ayunas, entonces tu luz brillará en las
tinieblas, tu oscuridad será como el mediodía. El Señor te guiará siempre, te
saciará en tierras áridas, vigorizará tus huesos; serás como un jardín regado y
como una fuente cuyas aguas no se secan. Tu pueblo reconstruirá las antiguas
ruinas, reconstruirás los cimientos de épocas lejanas. Te llamarán reparador de
brechas, restaurador de casas en ruinas para habitar en ellas (Isaías 58, 9-12).
El encuentro con los pobres ilumina nuestras tinieblas interiores, nos abre nuevas perspectivas, nos saca de las cámaras asépticas en las que nos escondemos inútilmente para conservarnos. Los pobres nos llaman incluso cuando no hablan ni los vemos. Son la eterna llamada a nuestra autenticidad. Nos empujan en lo más profundo, nos obligan a quitarnos las máscaras y a sentir nuestras entrañas. Los análisis, los sistemas y toda la retórica deben dejar espacio a lo absurdo del sufrimiento.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


No hay comentarios:
Publicar un comentario