martes, 11 de noviembre de 2025

El rostro más evangélico de María de Nazaret: mujer, discípula y madre.

El rostro más evangélico de María de Nazaret: mujer, discípula y madre 

Ante los tremendos y persistentes conflictos que se ciernen sobre Rusia, Ucrania, Oriente Medio, Myanmar, Sudán... puede parecer surrealista que el Vaticano se preocupe por ciertas formas distorsionadas de devoción popular a la Virgen María; pero, si se observa la vida concreta de los fieles y las parroquias, y su valor ecuménico, queda claro el motivo de tal advertencia.

He tratado de detenerme en los principios que inspiran la Nota doctrinal «Mater Populi fidelis» (https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_ddf_doc_20251104_mater-populi-fidelis_sp.html), sobre algunos títulos marianos referidos a la cooperación de María en la obra de la salvación, publicada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe para responder a numerosas preguntas y propuestas que han llegado a la Santa Sede en las últimas décadas sobre cuestiones relativas a la devoción mariana y, en particular, a algunos títulos marianos. 

La expresión «doctrinal» hasta quizá ya quiere indicar que este documento tiene un valor especial, tal vez incluso superior al de otros documentos que se han publicado en los últimos años. 

Es una nota firmada por el Papa León XIV y pertenece al magisterio ordinario de la Iglesia. Deberá tenerse en cuenta en relación con el estudio y la profundización de temas mariológicos. 

Y seguramente también con una atención específica al conjunto de las Iglesias cristianas, es decir, a la teología de las Iglesias orientales y a la sensibilidad de las Iglesias de la Reforma. 

Tratando de hacer memoria habría que recordar que el Concilio Vaticano II se negó a utilizar el título de María corredentora por razones dogmáticas, pastorales y ecuménicas. El título de la Nota está tomado de San Agustín y es una expresión muy querida también por el Papa Francisco. La Nota, además, es un signo de continuidad entre el Papa Francisco y el Papa León XIV. 

El Papa Juan Pablo II había utilizado al menos siete veces la expresión María corredentora, para luego abandonarla a partir de la Encíclica Redemptoris Mater, mientras que Joseph Ratzinger, entonces Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, se había pronunciado en contra de ese título, por considerarlo fuente de malentendidos. Por último, el Papa Francisco se había pronunciado en algunas ocasiones a favor de una corrección al respecto, reiterando que Cristo es el único Redentor y que María es madre, no corredentora. 

La doctrina mariana del Concilio Vaticano II, aunque recuerda los títulos y, en particular, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, nunca ha aceptado la fórmula corredentora (cf. LG 62). Del mismo tono fue la Exhortación Apostólica del Papa Pablo VI, Marialis cultus, en la que se subrayaba la necesidad de que la devoción mariana, aunque muy preciosa, se pusiera claramente al servicio de la centralidad de Cristo y del Espíritu Santo, y evitando cuidadosamente «cualquier exageración que pueda inducir a error a los demás hermanos cristianos sobre la verdadera doctrina de la Iglesia católica y se prohíbe toda manifestación cultual contraria a la recta práctica católica» (n. 32). 

A mí me parece especialmente significativa, y de permanente actualidad en este tema, la catequesis que el Papa Francisco pronunció el 24 de marzo de 2021: https://www.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2021/documents/papa-francesco_20210324_udienza-generale.html. Creo que sigue siendo de lectura obligada porque es iluminadora no para poner límites sino acompañar y sostener una devoción mariana más evangélica y, por lo tanto, cristiana.

Aunque esta Nota responde a cuestiones relativas a algunos títulos marianos, su tema es más bien la relación de María con nosotros. El leitmotiv es la maternidad de María hacia los creyentes, bajo dos aspectos: 

1.- la «cercanía maternal», que se expresa de muchas maneras diferentes, 

2.- y la «intercesión maternal», que nos acompaña siempre. 

Se diría que la Nota ha optado por, valga la expresión, un minimalismo: no hay que inventar otros conceptos para valorar el significado concreto de María en nuestra vida. 

La devoción mariana es un tesoro de la Iglesia que siempre encuentra en María acogida, aliento, ternura y esperanza. Y seguramente la llamada de atención se refiere, particularmente, a algunos grupos de reflexión mariana, publicaciones, nuevas formas de devoción y peticiones de dogmas marianos que se expresan intensamente a través de las plataformas mediáticas, despertando con frecuencia dudas en los fieles más sencillos. 

Dada la necesidad de explicar el papel subordinado de María a Cristo en la obra de la Redención, siempre es inapropiado utilizar el título de corredentora para definir la cooperación de María, se afirma en la Nota. 

En cuanto al título de María mediadora, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe recomienda especial prudencia, ya que el término «mediación», en el Concilio Vaticano II, se aplica a María en sentido subordinado y no pretende en modo alguno añadir eficacia o poder a la única mediación de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. 

Además, la unicidad de la mediación de Cristo es inclusiva: todos podemos ser, de alguna manera, colaboradores de Dios, mediadores los unos para los otros. 

La expresión «mediación participada», para el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, puede expresar un sentido preciso y valioso del lugar de María, pero si no se comprende adecuadamente podría fácilmente oscurecerlo e incluso contradecirlo. 

María es Madre, y por eso el título «Madre de los creyentes» es el título mariano por excelencia, que indica la maternidad física y la espiritual. En esta maternidad de María se sintetiza todo lo que podemos decir sobre la maternidad según la gracia y sobre el lugar actual de María con respecto a toda la Iglesia. 

Ésta es la tesis fundamental del documento. Por lo tanto, hay que evitar títulos y expresiones referidos a María que la presenten como si María fuera una alternativa necesaria a la insuficiente misericordia de Dios. María actúa con la Iglesia, en la Iglesia y para la Iglesia, y la Iglesia aprende de María su propia maternidad. 

María, como Madre, al igual que la Iglesia espera que Cristo sea engendrado en nosotros, no para ocupar su lugar. Desde aquí se entiende la valorización de las diferentes devociones, imágenes y santuarios marianos donde se manifiesta esa maternidad concreta de María que se acerca a la vida de sus hijos. 

«Ninguna persona humana, ni siquiera los Apóstoles o la Santísima Virgen, puede actuar como dispensador universal de la gracia», destaca el título María madre de la gracia. «Solo Dios puede dar la gracia y lo hace por medio de la humanidad de Cristo», se lee en el texto: «Aunque la Santísima Virgen María está eminentemente llena de gracia y es Madre de Dios, ella misma, como nosotros, es hija adoptiva del Padre». 

María es la Madre del Pueblo fiel, que camina en medio de su pueblo, movida por una ternura solícita, y se hace cargo de las ansiedades y vicisitudes. Esta es la imagen mariana con la que concluye la Nota. 

Porque es verdad que los pobres han encontrado y siguen encontrando la ternura y el amor de Dios en el rostro de María. Y esto es así porque en Ella se refleja el mensaje esencial del Evangelio. Precisamente porque María no ha dejado de ser una de ellos. 

La fe de la Iglesia ha subrayado de María primero su maternidad física, luego su discipulado creyente y, finalmente, su maternidad nueva y definitiva. 

Ella es la mujer de la frontera: madre del cielo y de la tierra. El camino de esta mujer toca las regiones del cielo: va de la reflexión a la contemplación hasta la doxología de su Magnificat. Y también abarca las regiones de la tierra: se convierte inmediatamente en servicio a la humanidad desorientada, presencia generativa, atención, acogida y cuidado. 

Inserta en la doble dinámica entre misterio y cotidianidad, María se convierte en paradigma de apertura y puerta de humanidad: Ella, la primera de la larga caravana de creyentes que atraviesa la historia, se pone al servicio tanto de la Gloria de Dios y de su Reino como de la vida de sus hijos. 

Tal vez la pregunta que pueda surgir es si se ajustará la predicación en nuestras Iglesias a la «Nota doctrinal».

Quienes hayan visto, en algunas zonas las fiestas de la Virgen, acompañadas de procesiones muy concurridas, con banderas y estatuas de María, pueden imaginar lo difícil que será allí que los predicadores sean sobrios en sus elogios, que provocan las emociones de los devotos y los aplausos de las multitudes.

Pero también es posible que algún predicador, al comentar el «Magnificat», destaque que María no era una mujer sensiblera, sino aquella que, en su cántico, se atrevió a decir: «El Todopoderoso ha dispersado a los soberbios, ha derribado a los poderosos de sus tronos, ha elevado a los humildes; ha colmado de bienes a los hambrientos; ha despedido a los ricos con las manos vacías».

En los años ochenta del siglo XX, en algunos países dictatoriales de América Latina se prohibió el uso de ese cántico. Se consideraba peligroso porque, al exaltar las palabras «subversivas» de la Virgen, podía inducir a los fieles a cuestionar el establishment

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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