Iglesia pobre como Cristo pobre: del Pacto de las Catacumbas a ‘Dilexi te’
Una feliz coincidencia la del 16 de noviembre de 2025, Día Mundial de los Pobres, con el 16 de noviembre de hace sesenta años, día del llamado «Pacto de las Catacumbas».
Unos treintaynueve Obispos, que participaban en el Concilio Vaticano II, que concluiría poco después, el 8 de diciembre de 1965, se reunieron en las Catacumbas de Domitila para celebrar la Eucaristía y formular una lista de compromisos.
Los sesenta Obispos se comprometieron, una vez regresados a sus Diócesis, a vivir lo más cerca posible de los pobres y a llevar una vida según la pobreza evangélica, renunciando a todo privilegio y a toda forma de riqueza.
En los 13 puntos de esta lista, también se comprometen a exigir a los responsables de sus gobiernos que promuevan leyes en favor de la justicia, la igualdad y el desarrollo integral de todo el ser humano; que los organismos internacionales adopten estructuras económicas y culturales capaces de sacar a las masas pobres - dos tercios de la humanidad - de la miseria física, cultural y moral.
De los Obispos que se adhieren a este pacto, muy pocos son europeos. La mayoría proceden de Asia (sobre todo de la India y China), África y América Latina. Y muchos pertenecen a congregaciones misioneras.
¿Cuáles son los motivos que explican esta decisión tomada pocos días antes de la clausura del Concilio Vaticano II?
Hay que decir que el tema de la pobreza y de una Iglesia pobre y de los pobres fue percibido desde el principio por muchos Obispos con gran urgencia, como, por otra parte, el propio Papa Juan XXIII había subrayado en su mensaje radiofónico del 11 de septiembre de 1962 con estas palabras:
Ante los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal como es, y quiere ser, como la Iglesia de todos, y en particular la Iglesia de los pobres.
Muy sentida, sobre todo en los episcopados de los países del «Tercer Mundo», era la conciencia de la distancia que a lo largo de los siglos se había ido acentuando cada vez más entre la Iglesia institucional y las masas de pobres presentes en esos países.
Una figura que desempeñó un papel muy importante fue la de Paul Gauthier, un presbítero francés que en las primeras semanas del Concilio difundió entre los Obispos un dossier titulado «Los pobres, Jesús y la Iglesia».
Cuando Paul Gauthier llegó a Roma en 1962 para el inicio del Concilio, llevaba desde 1956 viviendo en Nazaret como presbítero obrero, donde había podido constatar la dura vida de los trabajadores árabes en el Estado de Israel y donde había fundado la comunidad de los «Compañeros de Jesús Carpintero».
La difusión de su dossier contribuyó sin duda de manera decisiva a sensibilizar a muchos Obispos sobre la necesidad de abordar la cuestión de la relación entre la Iglesia y los pobres. Paul Gauthier también contó con el apoyo de George Hakim, Obispo católico melquita de San Juan de Acre en Galilea, y de Charles-Marie Himmer, Obispo belga de Tournai.
Fue sobre todo gracias a ellos que se constituyó un grupo de Obispos que, desde la primera sesión del Concilio, tomó la costumbre de reunirse semanalmente en la sede romana del Colegio Belga y que, a menudo enfrentándose a oposiciones y resistencias, llevó adelante la petición de que el Concilio dedicara un texto específico al tema de la pobreza y se constituyera un secretariado específico, tal como se había hecho con la Secretaría para la Unidad de los Cristianos.
Al final, todo esto no se llevó a cabo y las referencias al tema Iglesia-pobres aparecen dispersas en varios textos conciliares, sobre todo en la Gaudium et spes. Pero en las Actas del Concilio podemos ver cómo fueron numerosas y constantes las intervenciones al respecto, realizadas sobre todo por Obispos del Tercer Mundo que fueron los que, debido a la situación de pobreza y explotación de sus países, a menudo por obra de los países ricos del mundo occidental, participaron en mayor medida en el Pacto de las Catacumbas.
Entre las intervenciones realizadas durante las sesiones conciliares, se podrían recordar muchas especialmente significativas, incluso de Obispos europeos sensibles a la cuestión: por ejemplo, el 28 de noviembre de 1962, el inglés George Dwyer dice que el Concilio está descuidando:
A los miles de hombres privados del pan espiritual y del pan material cotidiano. Hay católicos ricos en el mundo que ven al pobre Lázaro a sus puertas y no hacen nada por él. De esto debemos hablar. ¿De qué sirve discutir sobre la lengua vernácula en la misa, cuando la lengua de Lázaro está reseca por el hambre y la sed?
Uno de los cardenales más influyentes, que también situó el tema de los pobres en el centro de sus reflexiones, fue el Cardenal Giacomo Lercaro quien el 6 de diciembre de 1962 dijo:
El misterio de Cristo
en la Iglesia ha sido y es hoy el misterio de Cristo en los pobres. Debemos
hacer de la evangelización de los pobres el centro y el alma de nuestro
trabajo, ahora que la Iglesia parece preocuparse menos por los pobres, que la
consideran lejana y ajena. Se dé prioridad a la doctrina evangélica de la
pobreza, de la dignidad de los pobres en el Reino de Dios y en la Iglesia,
mostrando el vínculo ontológico entre la presencia de Cristo en los pobres, en
la Eucaristía y en la jerarquía que gobierna la Iglesia.
En estas palabras se manifiesta claramente la voluntad de fundar cristológicamente la primacía de los pobres en la Iglesia (concepto expresado posteriormente con la frase: opción preferencial por los pobres). No se trata, pues, solo o ante todo de un acto de humanidad hacia ellos, sino de ver en ellos la presencia de Cristo mismo.
Recordando las palabras del Cardenal Giacomo Lercaro, el Cardenal
francés Pierre Gerlier se pregunta:
¿Por qué el misterio de Cristo pobre e identificado con los pobres tiene tan poco espacio en nuestra predicación habitual y en los trabajos de este Concilio?
Alberto Devoto, Obispo argentino, dice a propósito de la Constitución sobre la Iglesia:
Lo que más espero del
Concilio es la presentación de la Iglesia en su sencillez evangélica y en su
espíritu de pobreza, para dar testimonio al mundo de hoy de que «su misión no
es dominar, sino edificar el Reino de Dios, sobre todo en el servicio a los pobres
y a los que sufren.
Palabras muy explícitas, en un crescendo continuo, son
también las de Pierre-Francis-Lucien-Anatole Boillon, Obispo de Verdún:
Propongo que la
Iglesia no solo hable a los pobres y a los necesitados, sino que ella misma sea
pobre como lo fue Cristo; no solo que lo sea, sino que se revista del rostro de
la pobreza; no solo que se revista del rostro de la pobreza, sino que con reverencia
more con los pobres y entre los pobres, porque quien se ha separado de los
pobres, se ha separado de Cristo. Pero el Concilio no puede callar sobre ellos.
Durante la tercera sesión del Concilio Vaticano II, en
1964, Paul Zoungrana, Obispo de Alto Volta, en nombre de 70 obispos africanos y
brasileños, afirma:
Las naciones ricas deben recordar siempre que lo superfluo pertenece a los pobres, y esto por un deber de justicia. Así como la ley civil condena a quien no ayuda a los hombres en peligro de muerte, así, dice San Basilio, quien, pudiendo remediar un mal, por avaricia no lo hace, será condenado a la misma pena que un hombre que mata con sus propias manos.
Creo que estas citas, que son solo algunas de las muchas que se podrían recordar, nos pueden ayudar a comprender la necesidad que sentían aquellos Obispos que, reunidos en el Pacto de las Catacumbas, se comprometieron personalmente a vivir la paupertas Christi.
Y sin duda, de aquel Concilio Vaticano II, de aquellos debates, de aquel Pacto de las Catacumbas, de…, han madurado y surgido, años más tarde, el pontificado y los escritos del ahora Papa León XIV, que en Dilexi te sitúa a los pobres en el centro de la acción de la Iglesia.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF




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