La compasión solidaria: el precio del Evangelio
Estar del lado de los pobres es difícil, estarlo de verdad, quiero decir, es decir, de rodillas delante de ellos para servirlos.
Si quieres ayudarlos sin culparlos por su situación, sino defendiéndolos como víctimas de un sistema profundamente injusto, sufres el peso de la incomprensión de quienes dicen que han cometido un error y que, por lo tanto, solo son delincuentes, borrachos, parásitos, depravados.
Y, sin embargo, la culpa es nuestra, de nuestra indiferencia, de nuestra profunda separación entre el valor de la justicia proclamado con palabras y la justicia que hay que vivir hasta el fondo, desmentida por los hechos.
Si quieres ayudarlos sin haber organizado ningún proyecto, sin ninguna institución, sino simplemente relacionándote con ellos para decirles que existen, sufres el peso de la incomprensión de quienes dicen que lo que haces es totalmente inútil.
Y, sin embargo, los pobres no deben ser tratados como usuarios de un servicio. No son números, sino nombres. La frialdad del asistencialismo nunca les devolverá la humanidad que les ha sido arrebatada violentamente.
Si quieres ayudarlos sin imponerles reglas, sino dando espacio a sus necesidades, sufres el peso de la incomprensión de quienes dicen que hay que responsabilizarlos, porque si no, nunca cambiarán su situación.
Y, sin embargo, las reglas no responsabilizan. Nunca lo han hecho. La gratuidad sí. Saber que pueden acceder tranquilamente a lo que necesitan y no solo a lo que se les concede les responsabiliza. Además, hay que decir que no hay nada que responsabilizar: los pobres no son niños, ni de-mentes. Si los vemos pedir siempre algo más de lo que podemos darles es porque nadie ha sido realmente solidario.
Si quieres ayudarlos sin estar al otro lado de un cristal, o del escritorio, o de la ventanilla sino sentándote en la calle con ellos, sufres el peso de la incomprensión de quienes dicen que los pobres deben convertirse en como tú (burgueses) y no tú en como ellos (hijos predilectos de Dios).
Y, sin embargo, somos nosotros los que tenemos que convertirnos, los que tenemos que dejar de jugar a ser burgueses con la afición de la solidaridad, porque así no habremos vivido el Evangelio, sino que, por el contrario, nos habremos adherido perfectamente a la lógica mundana. Jesús siempre estaba cubierto de polvo y se sentaba a la mesa con los pecadores, no salvó a la humanidad haciendo de escriba.
Si quieres ayudarlos sin contribuir a la injusticia de este sistema que los oprime, sino compartiendo lo poco que (no) tienes, sufres el peso de la incomprensión de quienes dicen que ganando dinero se les ayuda más.
Y, sin embargo, la pobreza no se derrota echando
desde arriba nuestra rica alforja llena de dinero corrupto, injusto, indigno,
que nos ha puesto de rodillas ante el (miserable) amo de turno. Siempre es
preferible una pequeña radicalidad a una gran hipocresía. Es mejor compartir
unas pocas monedas ridículas que darles el precio pagado al Sistema para que
continúe oprimiéndolos y garantizar así nuestra opulencia.
P. Joseba Kamiruaga Mieza
CMF
No hay comentarios:
Publicar un comentario