Llenos de gracia
La fiesta de la Inmaculada Concepción es el recuerdo del comienzo y la profecía de nuestro destino.
Con María, Dios pudo finalmente hacer surgir de la humanidad una mirada que no pierde la inocencia de su brillo, una mano incapaz de golpear, un gesto que no encierra ninguna ambigüedad.
Por gracia, ha aparecido en la historia un corazón sin divisiones, un fruto no envenenado por la serpiente, una belleza y una ternura que ya no están fragmentadas.
Hacia este sueño, con Ella, nos hemos puesto en camino.
La Inmaculada nos asegura que Alguien se opone a la fuerza destructiva del mal en cada vida.
Al principio, Dios le dice a la serpiente: «Tú le herirás el talón».
El mal solo puede herir a la humanidad; está abajo, es inferior, está detrás.
Te golpeará por la espalda, no está delante de ti, no traza caminos ni historia, no será dueño del futuro del mundo.
El hombre tiene una ventaja, una ventaja sobre el mal porque tiene en sí mismo la imagen de Dios y no la de la serpiente, está colocado en un jardín y no dentro de un abismo envenenado.
Entonces, volvamos a escuchar las antiguas palabras como una bendición: solo detrás de ti está el mal, a tus pies.
Y este retraso del mal, por la gracia de Dios, será un retraso eterno.
En la fiesta de la Inmaculada, memoria de los comienzos y profecía del futuro, el Edén no es solo un recuerdo, sino un proyecto en el que todos podemos reinsertarnos, siguiendo los pasos de Ella, icono resplandeciente de nuestro futuro.
Hay un don en nosotros, más antiguo y más fuerte que el mal, la vida misma de Dios.
Es la fiesta de toda la luz enterrada en nosotros y que debemos liberar.
Y eso es lo que le dice el ángel a María: «¡Tú eres llena de gracia, el Señor está contigo!».
Esa palabra nunca antes pronunciada en la Biblia, ese nombre inaudito «Llena de gracia» tiene el poder de sorprender a María, significa: todo el amor de Dios está sobre ti; significa: tu nombre es «amada para siempre».
Llena de gracia, dice el ángel; Inmaculada, proclama el pueblo cristiano, y es lo mismo.
Es hermoso escuchar hoy, de Dios y de su ángel, los dos nombres de María y, en Eva, de cada criatura: enemiga del mal y amada para siempre.
Una página llena de alas y rendijas sobre lo eterno, y que introduce lo inédito: una mujer que habla con Dios y con los ángeles como un profeta o un patriarca.
Y por primera vez, en los diálogos con el cielo, es a una criatura de la tierra a quien le corresponde la última palabra: «¡hágase!».
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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