No se comercia con la gracia: adorar en espíritu y en
verdad - San Juan 2, 13-22 -
El pasaje del Evangelio parte de la Pascua judía para llegar a la Pascua de Jesús.
Hay que estar alerta, no se trata solo de ser peregrinos hacia Roma o hacia cualquier otro lugar sagrado para nosotros, hay que estar alerta, debemos hacerlo, porque es un deber con respecto a nuestra profunda vocación… de caminantes y peregrinos... ligeros de equipaje... nunca instalados...
Hay que estar en guardia, ya no es tiempo de vender y comprar, es tiempo de desatar los bueyes para cargar con el yugo ligero de Jesús, es tiempo de que las ovejas formen un rebaño y juntas sean llevadas al Buen Pastor, y nosotros con ellas, que las palomas ya no derramen sangre, sino que sigan siendo solo un símbolo del Espíritu que desde el cielo lo renueva todo y llama a la plenitud.
Debemos trasladarnos a los nuevos cielos y a la nueva tierra, donde se respira espíritu y verdad, desatemos pronto todo tipo de poder que nos lastra, el miedo que nos atasca entre las banalidades.
Dejemos que Jesús invada el Templo que somos nosotros, que conquiste nuestra carne, que acaricie nuestras pequeñeces, que nos ayude a ver nuestras mezquindades, que nos abra los ojos a la tentación que siempre nos habita de poder comprar, y por tanto merecer, la salvación de Dios. En cambio, la salvación solo se puede acoger.
Que Jesús entre perentoriamente en nuestra carne para hacer explotar la necesidad del cielo que nos pertenece, sin escatología el cristianismo es moralismo cansado.
En el rincón de nuestro corazón, sentados, impasibles, los cambistas, ilusionándose con purificar lo impuro limitándose a cambiar la moneda del mundo por la divina, traduciendo el lenguaje del siglo al léxico clerical, pero cambiar la piel no es conversión.
Los cambistas trabajan sin descanso, rebautizando el poder en caridad y cambiando la necesidad de autoafirmación por sacrificio, tratando de ilusionarnos con que lo que el mundo llama carrera podemos purificarlo definiéndolo como servicio, jurando que el dinero usado para el bien no corrompe... y al hacerlo, al cambiar la moneda, nos engañamos en lo más íntimo y lo devaluamos todo y perdemos la verdad.
Salirnos de la tentación de que basta con renombrar las cosas para hacerlas sagradas. Saber interrogar en profundidad nuestro corazón para que no se pierda en un juego blasfemo de comerciar con la gracia.
Irrumpe el amor violento de Jesús, celo apasionado, para liberar, para echar fuera del Templo, para devolver el campo abierto a los bueyes y los rebaños y los pastos a las ovejas. Por supuesto, probablemente solo durante unos minutos, Jesús lo sabía bien.
La escena es terrible. Por un momento, Él, solo, en el Templo, pero solo por un momento, porque luego todo volvería a ser como antes y Él sería el «expulsado».
El precio de la libertad es la soledad y la exclusión de cualquier Templo prestigioso. El precio de la libertad es quedarse solo.
Permanecer en soledad, mirando a los animales libres, sabiendo que ahora serás tú, Jesús, el vendido, como una paloma, como un cordero, el sacrificado.
El precio de la libertad es el miedo.
Y si no está claro el destino celestial y eterno que habita al hombre, el precio de la libertad se convierte en una desgracia. Sin eternidad, mejor encontrar un Templo seguro, fortificarlo y resistir lo más posible, hasta la muerte.
Cada uno tiene su Templo, la Iglesia como institución, la Parroquia, la Ley, la familia, el trabajo... cada uno es su Templo, sin fe en el Cielo y en la Eternidad, ¿por qué dejar entrar a Jesús? Es imposible encontrar el valor para perderlo todo si no nos seduce el Eterno.
Si los cambistas falsifican las apariencias, Jesús, en cambio, rebautiza radicalmente el Templo.
Primero es el de piedra, el construido en cuarenta y seis años, el mismo Templo se convierte en la «casa del Padre», para decir que incluso una piedra puede convertirse en símbolo del Todopoderoso, pero solo en una relación filial, solo reconociéndolo como Padre.
Y luego, una vez más, el Templo se convierte en santuario, lugar santo, lugar preparado para el encuentro, porque sin encuentro comunitario y personal todo se vuelve vano, finalmente «mi cuerpo», carne que se convierte en ostensorio, signo visible de lo Invisible.
Jesús no es un cambista, Él libera la verdad de las cosas, logra ahuyentar las apariencias, permite que lo visible irradie la luz divina.
Tras la destrucción del Templo, ¿dónde experimentar a Dios? ¿En la Ley? ¿En las Parroquias? ¿En la Moral? ¿O bien... «este es mi cuerpo... haced esto en memoria mía»?
Una tumba vacía, el Excluido es coherente, ni siquiera la muerte puede contenerlo. Nacido en el Cielo. Jesús tenía razón: «Tú, en cambio, debes trasladarte a los cielos nuevos y a la tierra nueva donde se adora en espíritu y en verdad».
No nos ajustemos a los criterios de este mundo (Romanos 12, 2).
El cuerpo se convierte en la síntesis de todo. Es un cuerpo el que permite a Dios asumir la existencia humana y amarla con verdad.
El cuerpo de Jesús es el mensaje de Dios. Un mensaje de libertad y de vida.
El cuerpo que se presenta ante los poderosos con determinación, pero sin agresividad, tiene la postura de la verdad, no en palabras altisonantes o en consignas gritadas, sino en una vida auténtica.
Ese cuerpo tan real que llega a ser herido narra la elección de ser una presencia en la vida de las personas. El cuerpo traspasado y sepultado es el signo de la comunión más profunda que une lo eterno con el presente. El cuerpo transformado —resucitado— es la forma concreta de la esperanza.
El cuerpo es el nuevo templo, el nuevo lugar de encuentro entre Dios y la humanidad, entre Dios y su pueblo.
La fe de los cristianos no puede sino tener la forma de un cuerpo vivo: encuentro, movimiento, libertad, esfuerzo, don. Los creyentes son comunidades que forman un cuerpo al acoger el cuerpo de Jesús.
No hay verdad sin concreción, no hay vida sin una historia propia y vivida con celo, no hay libertad sin una humanidad que se entrega al amor. El cuerpo que ama: solo este es el santuario donde adorar a Dios en espíritu y en verdad.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF




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