San José: el hombre que es justo porque es humano - San Mateo 1, 18-24 -
El anuncio de la venida del Señor, que domina todo el Adviento, en el Cuarto Domingo se convierte en el anuncio de su venida en carne, se convierte en el nacimiento de un hombre.
Ciertamente, en este Domingo aún no se contempla el
acontecimiento del nacimiento, pero se dice lo que lo prepara: el anuncio del
ángel a José: «María dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús», y lo
que lo precede: la historia de amor de un hombre y una mujer.
La venida del Señor se convierte en un hecho de la más
ordinaria cotidianidad y de la más extraordinaria humanidad: el nacimiento de
un niño.
Y aquí emerge la figura de José y su humanidad, la
confianza conflictiva que llega a tener en María y su fatigosa obediencia a los
acontecimientos que han intervenido en su historia personal.
José realiza un acto de confianza que contrasta con el
sentido común, pero no con el amor, contrasta con la razonabilidad, pero no con
el deseo. Y llega a obedecer a acontecimientos que sugerían desesperación o
violencia, rechazo o acusación. Y la confianza en María va acompañada de la fe
en la acción de Dios.
El nacimiento de Jesús sigue la larga serie de
generaciones que abre el Evangelio de Mateo (Mt 1,1-16), pero también aparece
en discontinuidad con todos ellas. En un versículo se dice literalmente: «Ahora
bien, el origen de Jesucristo fue así». Un matiz adversativo subraya
que la modalidad del origen de Jesús es diferente a la de sus antepasados.
Si el nacimiento de Jesús se inserta en el transcurso
de las generaciones que, en cierto modo, continúan viviendo en el recién
nacido, sin embargo, ahora hay una novedad que se injerta en esta serie
genealógica. El Evangelista no escribe: «José engendró a Jesús», sino «José,
esposo de María, de la que nació Jesús, llamado el Cristo» (Mt 1,16).
No hay un vínculo inmediato entre José y Jesús, sino
entre José y María. Y es la calidad humana de esta relación lo que se destaca
como lo que acompaña al nacimiento mesiánico.
«María, prometida a José, antes de que
vivieran juntos, se encontró embarazada por obra del Espíritu Santo»
(Mt 1,18). Nos encontramos inmediatamente en el centro del drama y del
escándalo de la historia: en el proyecto matrimonial de los dos jóvenes se
insinúa lo inesperado, lo indeseado, lo desagradable. María «se encontró embarazada».
La normalidad de la historia común de dos jóvenes
prometidos se ve perturbada por un acontecimiento que lo trastoca todo. Porque
ese embarazo no puede interpretarse de otra manera, en primera instancia, que
como fruto de una traición.
Mateo dirá que María dio a luz un niño «sin
que José la conociera» (Mt 1,25), es decir, sin haber tenido relaciones
sexuales con ella.
Incluso lo inesperado forma parte de la normalidad de
la vida y entra dentro de esa irregularidad humana que quizá sea la única
regla, la verdadera constante de los acontecimientos humanos.
La historia de José y María se sustrae al marco
construido regularmente sobre los usos tradicionales y las costumbres
culturales y religiosas. Desde el punto de vista de estos últimos, María es
adúltera y las leyes que sancionaban el adulterio tenían por objeto proteger el
derecho de propiedad del hombre sobre la mujer.
El adulterio era cometido por un hombre y una mujer,
pero se consideraba un pecado especialmente femenino, ligado al hecho de que la
mujer, si estaba casada, era la esposa de..., perteneciente al marido; si era
virgen, sin prometido, era la hija de..., perteneciente al padre: así, el
adulterio era un pecado social que rompía el orden patriarcal.
El comportamiento de José contraviene la normativa
tradicional del derecho patriarcal. Precisamente, ¿cómo se comporta José? Actúa
con humanidad. El texto dice que José es justo. Pero aquí justicia significa
humanidad: «El justo debe ser humano» (Sab 12,19).
José sustrae el vínculo con María a la lógica del
dominio y la posesión. La justicia de José es conciencia de la creaturalidad
común. Es decir, que el otro no es ante todo un pecador, un error hecho
persona, un traidor, sino un ser que ha recibido la vida como don y como carga,
como don y como tarea.
José no avergüenza, no denigra a María ni con palabras
ni con gestos, ni siquiera actúa de manera formalmente legítima pero que
produciría sufrimiento. La justicia de José es empatía, es
la capacidad de sentir la singularidad de la otra persona, es la capacidad de
sentir en sí mismo el sufrimiento que causaría a María una determinada decisión
suya. La justicia de José se manifiesta en «no querer acusarla públicamente»,
en no erigirse en su amo decidiendo que ella debe sufrir.
La renuencia de José indica una lucha interior, una
posibilidad real que se le presenta, pero que él considera injusta, es decir,
inhumana, y por lo tanto se opone a ella.
Aunque una posible denuncia parecería dirigida a una
persona que ha traicionado su confianza y su amor. José no cree que la culpa de
la otra persona le dé derechos sobre ella. Tampoco se preocupa José por su
imagen, por ser un hombre herido en su honor, perjudicado en su derecho frente
a su prometida.
La justicia, como trabajo interior, es también la
capacidad de liberarse de uno mismo, del sentido de una herida recibida, de una
traición sufrida, que a menudo no es más que un sentimiento de lesa majestad de
un ego hipertrofiado.
Este no querer se convierte entonces en una decisión,
en la elección de enviar a María en secreto para no comprometer su futuro, para
no convertirse en dueño del futuro de una vida que, aunque estuviera ligada a
él, no le pertenecía. A esto llega José con humanidad y amor.
Pero aquí el texto nos hace dar un salto significativo
hacia las profundidades de José.
Mientras José elaboraba este pensamiento en su
interior, tuvo un sueño nocturno en el que se abría paso una nueva solución.
En el trabajo interior de José intervienen tanto la
esfera consciente (reflexiva, volitiva, decisiva) como la dimensión
inconsciente, expresada por el sueño. Pero la dimensión onírica remite a la
esfera del deseo. Y José ¡se convierte en padre de un niño que no ha engendrado!
En el sueño se produce la revelación: tomar a María
como su esposa, acogiendo también la vida que ella generará y que no proviene
de él, pero a la que él dará un nombre, insertándola en una familia y en una
historia.
Al asumir la paternidad legal de Jesús, José desempeña
la tarea de reconocerlo: le da un nombre y una historia, lo inserta en un
contexto humano en el que podrá echar raíces para desarrollar su singularidad.
Le da un pasado gracias al cual podrá avanzar hacia el futuro.
José, que no ha engendrado físicamente a Jesús, sin
embargo, ha desempeñado la misión de padre y nos muestra que la paternidad no
solo no se agota en el engendramiento, sino que tampoco se puede identificar
con un papel que obedece a reglas y simbolismos preestablecidos: es un
acontecimiento pneumático.
Es un acontecimiento que tiene lugar entre la libertad
del progenitor y la potentísima fragilidad del recién nacido (fragilidad que
dice: «o me cuidas o muero»).
Y del encuentro entre la libertad del progenitor y la
fragilidad del hijo nace la responsabilidad del padre, nace la paternidad como
responsabilidad.
El sueño es una señal: en Mateo, todos los sueños de
José se resuelven en palabras que indican un camino y una elección siempre
arriesgados: huir a Egipto,
volver a la tierra de Israel, llevarse a María consigo.
La historia de José y María es la historia de la
muerte y resurrección de una relación. La fe obediente sabe ir más allá de la
justicia humana y lleva a José a comprometerse asumiendo una historia que
escapa a su comprensión y que, sin embargo, vive con sensatez y amor.
El sueño, revelación divina y emergencia del deseo
humano, habla del encuentro entre el deseo de Dios y el deseo de José, que
encuentra una solución inesperada y profética: llevar consigo a María y dar
nombre a Jesús.
El ángel que visita a José es signo del deseo divino
que lleva a José a superar el miedo: «¡No temas!», dice el enviado celestial. José, en la fe, debe afrontar el miedo a las
convenciones, a las costumbres del clan familiar, al juicio ajeno y, más
profundamente, el miedo al propio deseo que lo habita.
El sueño se manifiesta como capacidad de abrir el
futuro, de hacer surgir posibilidades inéditas. Gracias a él, José traspasa los
límites de lo razonable y hace entrar el reino de lo inaudito.
La justicia de José se convierte en profecía, en valor
para atreverse a lo que las convenciones culturales, los dictados éticos o las
prácticas religiosas prohíben.
El futuro de José y María nace en ese sueño. José
manifiesta su justicia obedeciendo a Dios que, a través de la Escritura y el
sueño, ilumina esa situación de María que, en sí misma, solo parecía una
historia de pecado. José asume esa historia enigmática, viendo la santidad y la
acción del Espíritu donde solo se podía ver el pecado.
José es el hombre de fe que no huye de la realidad,
sino que la asume y le da sentido en la fe, reconoce en todo un acontecimiento de Dios, el
cumplimiento de la historia de la salvación, reconoce que los acontecimientos
que tiene ante sí pueden leerse a la luz de las palabras de Isaías: «El Señor
mismo os dará una señal. He aquí: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, al
que llamará Emmanuel» (Is 7,14).
José, que no se rinde ante los datos de la realidad, es el verdadero realista, el que acoge la realidad haciendo que en ella habite el poder del sueño. Porque solo así la vida se vuelve vivible y el amor se muestra victorioso.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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