Un nacimiento con sabor de resurrección - San Lucas 1, 26-38 -
María abre el camino al Señor. Podríamos decir que este es el contenido esencial del Evangelio de la Inmaculada concepción en esta andadura del Adviento, que nos introduce en la contemplación de la encarnación con el recuerdo del nacimiento de Jesús.
Juan Bautista abrió el camino al Señor con su
predicación y su testimonio en el desierto, María abre el camino al Mesías
convirtiéndose en su morada, haciendo de su cuerpo el lugar de acogida del
Señor.
Desde el punto de vista del género literario, el
pasaje de la anunciación (Lc 1,26-38) es un texto mixto, un relato de un
nacimiento prodigioso, pero también de una vocación. Se narra el nacimiento de
Jesús por obra del Espíritu de Dios, pero también se presenta la vocación de
María.
La página del Evangelio de Lucas narra la vocación de
María. Una vocación que irrumpe desde lo alto, como muestra la llegada del
ángel Gabriel, el ángel que representa la fuerza de Dios, esa fuerza que
bíblicamente consiste en la palabra de Dios habitada y acompañada por su
Espíritu.
La historia que se desarrolla es de la más ordinaria
cotidianidad, pero se vuelve extraordinaria por la palabra de Dios que la
ilumina con una luz nueva e inesperada.
Lo impensable, lo irregular —un embarazo fuera del
matrimonio— se entiende como un acontecimiento del Espíritu y una intervención
de Dios en la vida humana.
El Antiguo Testamento presenta una larga historia de
intervenciones divinas que se manifiestan en los recovecos dolorosos o
irregulares de la existencia humana: las mujeres estériles y las parejas incapaces
de procrear se convierten en el espacio para la intervención divina, para la
renovación de la promesa y la continuación de la historia de la salvación.
Nuestro texto comienza con una nota cronológica que
sitúa todo el episodio en el marco del embarazo iniciado por Isabel, «la
estéril». Estamos «en el
sexto mes» del embarazo de Juan Bautista. Y, en continuidad y
diferencia con la historia de Isabel, aparece María, no estéril, sino virgen,
que no tiene relaciones sexuales con un hombre, como ella misma afirma: «No
conozco varón».
De la imposibilidad de engendrar se pasa a dos
concepciones y dos nacimientos. De una virgen, María, nace un hijo, y señal de
este nacimiento es el hijo concebido por una estéril, Isabel: de situaciones de
muerte, la intervención de Dios suscita vida. Podemos entender nuestro texto,
que nos adelanta el misterio de la Navidad, como un relato de resurrección.
Nos encontramos ante la historia de María y José,
prometidos que esperan casarse y vivir juntos. Pero en esta vida cotidiana se
abre paso lo nuevo.
Ciertamente, el texto habla de un ángel, es decir, un
mensajero divino, pero luego recurre ampliamente a frases extraídas de la
Escritura para tejer los diálogos entre el ángel y María, y habla de un camino
interior de María que se perfila a partir de las palabras del ángel.
El anuncio es claro: lo que está sucediendo viene de
Dios.
Es típico de la acción de Dios la elección del menor
en detrimento del mayor, la preferencia dada al pobre y no al poderoso: ahora
Dios posa su mirada electiva sobre la joven de Nazaret.
El saludo inicial del ángel, Alégrate, no es solo una fórmula de saludo, sino una invitación profética a regocijarse para saludar la venida del Señor en medio del pueblo. «Alégrate mucho, hija de Sión, [...] el Señor está en medio de ti» (Sof 3,14-15); «Alégrate mucho, hija de Sión, porque tu rey viene a ti» (Zac 9,9); «Alégrate, exulta, hija de Sión, porque yo vengo a habitar en medio de ti, en tu seno, dice el Señor» (Zac 2,24-25).
La invitación a regocijarse por la visita de Dios en
los últimos tiempos se convierte en la invitación a regocijarse dirigida a
María por lo que Dios está a punto de realizar en ella.
Lo extraordinario de la historia de la salvación se
concentra y se hace ordinario en la historia de una persona sencilla como la
joven María de Nazaret.
Llena de
gracia, o mejor dicho, «mujer
transformada por la gracia» de Dios, hecha aceptable a Dios. Esta
expresión indica que no es por sus méritos o títulos que María conoce esta
elección, sino solo en virtud de la acción gratuita de Dios.
Por último, El
Señor está contigo: expresión que en el Antiguo Testamento indica a las
personas a las que Dios ha confiado una misión importante en el ámbito de la
historia de la salvación: a Moisés, cuando recibió el encargo de sacar al
pueblo de Israel de Egipto; a Josué, cuando tuvo que hacer entrar al pueblo en
la tierra prometida.
Es una expresión que siempre denota, en aquel a quien
se dirige, una dimensión de pequeñez, de debilidad, de impotencia. Moisés no sabe hablar, Jeremías es demasiado joven,
David es el menor de sus hermanos, y así sucesivamente.
También María se encuentra en una situación de
debilidad. Es más, como muestra la primera reacción de María a las palabras del
ángel, su situación es realmente paradójica.
Tanto es así que María se turba y se pregunta qué
sentido tiene ese saludo. La llamada que le dirige el Señor la perturba y la
confunde, en lugar de tranquilizarla.
María se siente perdida, como desorientada ante esas
palabras que no sabe adónde pueden llevarla y que la arrancan de la situación
«normal» en la que se encontraba antes.
Entonces, el ángel responde a la reacción de María con
nuevas palabras.
En primer lugar: No
temas. Esta orden es en realidad una promesa, una invitación a la
confianza, como se desprende de la otra expresión del ángel: Has hallado gracia ante Dios.
Hallar gracia ante alguien significa que un superior
adopta una disposición favorable frente a un inferior. Se dice de Noé ante Dios (Génesis 6,8), de Moisés
(Éxodo 33,12.13), de David (Hechos 7,46), etc.
María puede vencer su debilidad contando con la
relación que Dios establece con ella. María es invitada a la fe en la acción de
Dios y en su presencia. «El Señor está contigo»: Él
mostrará en ti su poder y te permitirá llevar a cabo la tarea que se te ha
encomendado: concebir y dar a luz un hijo que será el Mesías.
Cuando María objeta al ángel que no conoce varón,
encontrándose en ese momento del compromiso en el que los dos aún no conviven
bajo el mismo techo y aún no tienen relaciones íntimas, y por lo tanto pregunta
cómo podrá dar a luz a un niño, no dice que lo que se le propone es difícil,
sino humanamente imposible.
María está llamada a un acto de confianza radical que se asemeja a una muerte. Podrá cumplir su misión, ser madre del Mesías, no contando con sí misma, sin calcular, sin medir sus capacidades y fuerzas, sino abandonándose, con un acto de confianza radical, a la palabra del Señor.
Es como si hubiera un momento salvífico de
rendición en el camino de María hacia la aceptación de su vocación y misión. Un
momento en el que las defensas deben ceder, las resistencias desaparecer ante
la evidencia de que hay algo imposible en la propia vocación: es
imposible sostener y mantener la propia vocación con las propias fuerzas,
contando con uno mismo. Es necesario abrirse a la novedad y a lo impensado que
el Señor pide.
María acepta la llamada. Y dice su sí. La apertura a la Palabra de Dios es apertura a lo nuevo, a lo impensado.
Obedecer significa permanecer abiertos a la novedad
que siempre puede venir del Señor a través de las situaciones de la vida. Si a
veces se piensa en la obediencia como una actitud pasiva y cerrada, en realidad
la obediencia cristiana es siempre una apertura dinámica al novum.
María, al aceptar los acontecimientos, permite que una
situación de escándalo se convierta para ella en gracia.
Lo que a los ojos de todos parecía motivo de vergüenza
y condena —el hecho de estar embarazada sin ser de su prometido y fuera del
tiempo legítimo— se convierte para ella, una vez aceptado, en motivo de
renovación radical de su existencia.
El relato del nacimiento y la vocación se convierte
así también en un relato de liberación.
Al aceptar la revelación de lo que para ella es
imposible, María ve nacer en ella una fuerza y una libertad impensables. María
se abre al Dios para quien nada es imposible, como dice el ángel. El
consentimiento de María es el signo de su libertad liberada. Liberada del
miedo, de la voluntad de control, del temor a lo nuevo que trastorna la rutina
cotidiana.
María se encuentra liberada del miedo.
En el sentido de que, una vez cruzado el umbral de la
confianza radical, por la que la propia vida —el tiempo, el cuerpo, la
voluntad— no es más que la ocasión que permite vivir al servicio de la Palabra
de Dios, cuando se ha entrado en esta dimensión de pobreza radical en la que no
se posee nada, ni siquiera el propio cuerpo, el propio tiempo, la propia
voluntad, paradójicamente se descubre que se puede vivir con mucha más libertad
el propio cuerpo, de poder dirigir la propia voluntad hacia lo esencial, de
poder vivir los instantes del propio tiempo con gran eficacia y presencia ante
uno mismo y ante los demás.
Y se puede vivir así porque ya no se está comprometido
en esas batallas de retaguardia que son el querer protegerse de lo que nos
puede ser quitado y el agotar las propias energías en controlar y dominar lo
que es realmente nuestro solo si lo acogemos como un don gratuito.
En realidad, el relato es el anuncio de un nacimiento,
pero un nacimiento a costa de una muerte. Es un relato de resurrección.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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