Sin hacer ruido - San Lucas 1, 26-38 -
El camino del Adviento hace un alto y nos pide que reorientemos nuestra mirada: desde el futuro, en el que esperamos el regreso del Señor al final de los tiempos, hacia el pasado, en el que contemplamos la venida del Señor en la carne.
Dos momentos de la historia de la salvación que en el
tiempo de Adviento se entrelazan y se sostienen mutuamente: el Señor que
esperamos en la gloria es el mismo que reconocemos venido en la carne.
A la figura de Juan Bautista, que nos acompaña como
voz de quien anuncia y prepara la venida del Mesías, le viene al encuentro la
de María, en la que la espera mesiánica comienza a encarnarse, a entrar en la
historia y en el tiempo.
El pasaje evangélico de la anunciación, que escuchamos
el día de la Inmaculada Concepción, nos narra precisamente este momento naciente
de una Vida que se abre paso y entra en nuestras vidas.
Todo sucede con discreción.
El Bautista había predicado en el desierto atrayendo a
las multitudes. Ahora la escena se abre en un pueblo perdido de Nazaret.
Al gran profeta y mensajero de Dios, el más grande
entre «los nacidos de mujer» (Lc 7,28), le sucede una joven, una
muchacha a la que el mensajero del Señor alcanza en su vida ordinaria, en sus
proyectos en los que hay el deseo muy normal de un matrimonio.
El cumplimiento se hace realidad en la cotidianidad de
una existencia, para recordar que la salvación obra en la cotidianidad de cada
acontecimiento humano.
Dios entra en la historia sin hacer ruido. No necesita
grandes proclamas ni palabras gritadas. Actúa como la levadura que se mezcla
con la masa y la fermenta (cf. Lc 13,21).
Comienza con una palabra que entra humildemente y
conmueve, pone en marcha. Un comienzo que nos remite a la dinámica de la fe, de
la que María es icono. El relato de la anunciación nos cuenta cómo María, al
convertirse en madre del Hijo de Dios, se convierte también en mujer creyente.
El anuncio del ángel se abre con una invitación a la
alegría: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
En estas palabras resuenan varios pasajes proféticos:
«No
temas, tierra, sino alégrate y regocíjate, porque grandes cosas ha hecho el
Señor» (Jl 2,21); «Exulta grandemente, hija de Sión, alégrate,
hija de Jerusalén, he aquí que tu rey viene a ti» (Zac 9,9); «Alégrate,
hija de Sión, grita de alegría, Israel... el rey de Israel, el Señor, está en
tu seno» (Sof 3,14-15).
La fe es ante todo una invitación a la alegría,
motivada por la presencia del Señor: «El Señor está contigo».
La primera reacción de María es de turbación y
reflexión: «Se turbó mucho y se preguntaba qué significaba un saludo como ese».
Permanece turbada, pero no se deja paralizar. Se interroga para comprender.
Entonces el ángel vuelve a tranquilizarla: «¡No
temas!».
A esta exhortación le sigue una nueva afirmación de la acción de gracia de Dios
hacia ella: «Has hallado gracia ante Dios», y el anuncio propiamente dicho:
«Concebirás
un hijo, lo darás a luz y lo llamarás Jesús». Hijo suyo, pero también «Hijo
del Altísimo» e hijo «de David, su padre». Un anuncio que
no es fácil de comprender.
El evangelista anota entonces una segunda reacción de
María: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». Pide
explicaciones, alegando que a ese «Hijo del Altísimo» e «Hijo
de David» le falta un padre.
Recibe así una tercera palabra, después del saludo y
el anuncio: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá
con su sombra». Será Dios mismo quien proveerá. A María solo se le pide
que confíe y se encomiende a aquel que cumple sus palabras.
Así llega la tercera palabra/reacción de la joven de
Nazaret: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Una afirmación audaz y humilde al mismo tiempo. Audaz
porque María se presenta como la sierva del Señor, empleando una expresión que
en el Antiguo Testamento se refiere a los grandes personajes de la historia de
la salvación, todos ellos hombres: Moisés (Mal 3,22), Josué (Jos 24,29), David
(Sal 36,1) y el Siervo del Señor (Is 52,13).
Pero también humilde, porque no exige ninguna garantía
adicional, ni siquiera comprenderlo hasta el fondo. Le basta la promesa del
Señor para ponerse en camino. Ese poco le permite emprender un camino cuyo
destino desconoce, pero solo la fiabilidad de quien la llama.
El camino de Dios hacia la humanidad pone en
movimiento la historia de María y nuestras historias. Creer significa acoger la
levadura de la Palabra, que entra y actúa en nuestras vidas. Nos pide el
humilde valor de María, que sabe cuestionarse, interrogar y, finalmente,
confiar.
Que el tiempo de Adviento en el que nos encontramos nos
enseñe a esperar al Señor que viene y a reconocer al Dios-con-nosotros,
haciendo nuestra la humilde y valiente fe de María de Nazaret.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF


No hay comentarios:
Publicar un comentario