martes, 18 de noviembre de 2025

Sin hacer ruido - San Lucas 1, 26-38 -

 Sin hacer ruido - San Lucas 1, 26-38 -

El camino del Adviento hace un alto y nos pide que reorientemos nuestra mirada: desde el futuro, en el que esperamos el regreso del Señor al final de los tiempos, hacia el pasado, en el que contemplamos la venida del Señor en la carne.

 

Dos momentos de la historia de la salvación que en el tiempo de Adviento se entrelazan y se sostienen mutuamente: el Señor que esperamos en la gloria es el mismo que reconocemos venido en la carne.

 

A la figura de Juan Bautista, que nos acompaña como voz de quien anuncia y prepara la venida del Mesías, le viene al encuentro la de María, en la que la espera mesiánica comienza a encarnarse, a entrar en la historia y en el tiempo.

 

El pasaje evangélico de la anunciación, que escuchamos el día de la Inmaculada Concepción, nos narra precisamente este momento naciente de una Vida que se abre paso y entra en nuestras vidas.

 

Todo sucede con discreción.

 

El Bautista había predicado en el desierto atrayendo a las multitudes. Ahora la escena se abre en un pueblo perdido de Nazaret.

 

Al gran profeta y mensajero de Dios, el más grande entre «los nacidos de mujer» (Lc 7,28), le sucede una joven, una muchacha a la que el mensajero del Señor alcanza en su vida ordinaria, en sus proyectos en los que hay el deseo muy normal de un matrimonio.

 

El cumplimiento se hace realidad en la cotidianidad de una existencia, para recordar que la salvación obra en la cotidianidad de cada acontecimiento humano.

 

Dios entra en la historia sin hacer ruido. No necesita grandes proclamas ni palabras gritadas. Actúa como la levadura que se mezcla con la masa y la fermenta (cf. Lc 13,21).

 

Comienza con una palabra que entra humildemente y conmueve, pone en marcha. Un comienzo que nos remite a la dinámica de la fe, de la que María es icono. El relato de la anunciación nos cuenta cómo María, al convertirse en madre del Hijo de Dios, se convierte también en mujer creyente.

 

El anuncio del ángel se abre con una invitación a la alegría: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

 

En estas palabras resuenan varios pasajes proféticos: «No temas, tierra, sino alégrate y regocíjate, porque grandes cosas ha hecho el Señor» (Jl 2,21); «Exulta grandemente, hija de Sión, alégrate, hija de Jerusalén, he aquí que tu rey viene a ti» (Zac 9,9); «Alégrate, hija de Sión, grita de alegría, Israel... el rey de Israel, el Señor, está en tu seno» (Sof 3,14-15).

 

La fe es ante todo una invitación a la alegría, motivada por la presencia del Señor: «El Señor está contigo».

 

La primera reacción de María es de turbación y reflexión: «Se turbó mucho y se preguntaba qué significaba un saludo como ese». Permanece turbada, pero no se deja paralizar. Se interroga para comprender.

 

Entonces el ángel vuelve a tranquilizarla: «¡No temas!». A esta exhortación le sigue una nueva afirmación de la acción de gracia de Dios hacia ella: «Has hallado gracia ante Dios», y el anuncio propiamente dicho: «Concebirás un hijo, lo darás a luz y lo llamarás Jesús». Hijo suyo, pero también «Hijo del Altísimo» e hijo «de David, su padre». Un anuncio que no es fácil de comprender.

 

El evangelista anota entonces una segunda reacción de María: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». Pide explicaciones, alegando que a ese «Hijo del Altísimo» e «Hijo de David» le falta un padre.

 

Recibe así una tercera palabra, después del saludo y el anuncio: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». Será Dios mismo quien proveerá. A María solo se le pide que confíe y se encomiende a aquel que cumple sus palabras.

 

Así llega la tercera palabra/reacción de la joven de Nazaret: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

 

Una afirmación audaz y humilde al mismo tiempo. Audaz porque María se presenta como la sierva del Señor, empleando una expresión que en el Antiguo Testamento se refiere a los grandes personajes de la historia de la salvación, todos ellos hombres: Moisés (Mal 3,22), Josué (Jos 24,29), David (Sal 36,1) y el Siervo del Señor (Is 52,13).

 

Pero también humilde, porque no exige ninguna garantía adicional, ni siquiera comprenderlo hasta el fondo. Le basta la promesa del Señor para ponerse en camino. Ese poco le permite emprender un camino cuyo destino desconoce, pero solo la fiabilidad de quien la llama.

 

El camino de Dios hacia la humanidad pone en movimiento la historia de María y nuestras historias. Creer significa acoger la levadura de la Palabra, que entra y actúa en nuestras vidas. Nos pide el humilde valor de María, que sabe cuestionarse, interrogar y, finalmente, confiar.


Que el tiempo de Adviento en el que nos encontramos nos enseñe a esperar al Señor que viene y a reconocer al Dios-con-nosotros, haciendo nuestra la humilde y valiente fe de María de Nazaret.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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