Pero yo os digo...: una reflexión a partir del disenso de Jesús con la religión de los padres
La teología del disenso representa un ámbito de reflexión y debate que, aunque se desarrolla por ejemplo dentro del panorama eclesiástico, está cargado de un valor profundamente humano y comunitario.
Nace del reconocimiento de una tensión constante: la que existe entre la firmeza de la doctrina oficial de la Iglesia y la multiplicidad irreductible de las experiencias concretas vividas por los creyentes.
En esta dialéctica se juega una partida delicada, capaz de suscitar interrogantes radicales sobre la función misma de la doctrina y sobre el papel de la comunidad cristiana en el mundo contemporáneo.
El disenso, contrariamente a lo que se podría pensar, no surge de un espíritu de rebelión fin en sí mismo, sino de la percepción aguda de una distancia, a veces dolorosa, entre los principios absolutos afirmados por el magisterio de la jerarquía y la concreción de la vida cotidiana.
A menudo son precisamente aquellos que viven en primera persona esta discrepancia los que expresan su disenso, no para negar la fe, sino para permanecer fieles a ella en el contexto de su realidad.
La doctrina, por su naturaleza, tiende a formular normas y principios generales, a menudo basados en abstracciones y en un conocimiento parcial de la complejidad humana. En consecuencia, puede parecer rígida e incapaz de acoger toda la riqueza y los matices de la experiencia individual y colectiva.
En este espacio de desconexión, el disenso teológico encuentra su razón de ser y se convierte en portavoz de las reivindicaciones de quienes no se reconocen en definiciones percibidas como demasiado abstractas, impersonales o incluso perjudiciales para quienes viven situaciones de marginación o juicio negativo.
El disenso no se limita a las disputas académicas entre teólogos, sino que impregna la vida de las comunidades cristianas.
A menudo se manifiesta de forma silenciosa, casi sumergida: muchas personas, en su vida cotidiana, eligen caminos personales que se apartan de las prescripciones doctrinales, a veces sin siquiera ser conscientes de ello.
Esto plantea una pregunta fundamental: ¿para qué sirve la doctrina, si no es para guiar y sostener el camino de fe de las personas?
La doctrina, de hecho, debería ser una herramienta al servicio de la vida, no una carga insoportable… Desde esta perspectiva, el disenso se configura como un acicate crítico, un elemento indispensable para evitar que la fe se reduzca a un conjunto de reglas abstractas.
El eco de las palabras de Jesús contra los fariseos, que imponían cargas doctrinales que ellos mismos no eran capaces de llevar, sigue resonando hoy con fuerza y actualidad. De ahí, el título de esta reflexión.
La teología del disenso no se limita a constatar la distancia entre la doctrina y la realidad, sino que se compromete a recopilar, organizar y formalizar las contradicciones en argumentos sólidos.
Su objetivo es desenmascarar las invenciones doctrinales, es decir, aquellas normas o interpretaciones que se han alejado de la esencia del mensaje evangélico o de la vida real del Pueblo de Dios.
A través de la confrontación con la realidad vivida, el disenso teológico busca devolver a la doctrina su función original: ser una palabra de esperanza y de sentido para la existencia concreta de las personas.
En este sentido, el disenso no es enemigo de la Iglesia, sino un recurso valioso para su camino de autenticidad y coherencia.
La tensión entre el ideal y la realidad nunca podrá resolverse por completo. La teología del disenso desempeña, por tanto, la función de mantener abierto el diálogo, de impedir que la doctrina se cristalice en abstracciones estériles y de garantizar que la fe siga hablando a la vida.
Se trata de un equilibrio delicado y dinámico, en el que el disenso no destruye, sino que construye.
En definitiva, la teología del disenso es un puente: no entre dos orillas opuestas, sino entre un ideal que corre el riesgo de volverse inalcanzable y una realidad que pide ser comprendida, acogida y redimida.
Es gracias a este puente que la fe puede seguir siendo, hoy como ayer, sal de la tierra y luz del mundo.
Sí, la religión cristiana necesita de memoria evangélica para no caer en una prisión donde quizá los barrotes estén hechos de conformismos... religiosos y sagrados. Solo hay aire y libertad donde hay disensión y diferencia.
Un
principio, como nos recuerda Jesús de Nazaret, que nos lleva a cultivar y
respetar únicamente «la alternativa del Reino y su justicia» en todas sus formas y a huir de todos dogmatismo religioso y sagrado...
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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