domingo, 16 de noviembre de 2025

Vosotros, no los sigáis - San Lucas 21, 5-19 -.

Vosotros, no los sigáis - San Lucas 21, 5-19 - 

He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí - Gálatas 2, 20 -. 

Me aferro con todas mis fuerzas a la frase de Pablo a los Gálatas, no podría pasar por la página del Evangelio de hoy sin estas palabras. Siento que Pablo me sirve de ayuda. Sin sus palabras me arrastrarían mis miedos, la tentación de ceder ante quienes proponen un cristianismo pacificado y anestesiado. Me aferro a Pablo como si fuera un tronco en alta mar durante la tormenta, me aferro a él porque el Apóstol confía en el Maestro crucificado en la cruz. 

«He sido crucificado con Cristo», si no fuera así, el drama del derrumbe del Templo sería insuperable, sin la cruz de Jesús sería insoportable contemplar los escombros de lo que siempre hemos considerado eterno y seguro. Sería terrible ver derrumbarse nuestras construcciones sagradas, físicas, mentales o culturales, si no estuviera la cruz de Jesús clavada sobre ese montón de piedras derrumbadas, sobre el Gólgota de nuestro pasado. 

Pero aún más terrible es hoy intentar reconstruir lo que ha sido destruido, intentar volver a colocar piedra sobre piedra de nuevos lugares sagrados pacificadores donde debería reinar la paz, la alegría y la justicia, traiciones eclesiales del fuego evangélico. Si todo se derrumba es porque solo debe quedar Jesús el Crucificado; si todo se derrumba es porque nos queda una única opción para salvar nuestras vidas: ser crucificados con Él. 

«¿Cuándo sucederán estas cosas?», le preguntan al Maestro, sin comprender que ya están sucediendo, porque esto no es más que la vida, sin comprender que lo importante es dejar que sucedan, sin falsificar la realidad, sin hacer pasar por cristianismo una vaga ética para bienpensantes. 

Han ocurrido, están ocurriendo y siempre ocurrirán guerras, a nivel mundial, pero también muy cerca de nosotros. A menudo somos nosotros quienes provocamos los conflictos. Muchos, en cambio, los combatimos en nuestro interior. Es la vida, es la vida verdadera, es la cruz. Pensar que se puede vivir en un mundo sin conflictos es solo una utopía peligrosa, una negación del mal: «vosotros, no los sigáis». 

Habrá revoluciones, siempre las ha habido, volverán a cambiar los gobernantes y nuestras expectativas volverán a ser traicionadas, la salvación no es ideológica, la salvación no es política, ni siquiera y sobre todo en la Iglesia, esperar que quienes nos gobiernan cambien el destino del futuro es una peligrosa ilusión. 

La vida es así, de revolución en revolución constante, salvar la vida es crucificarse al Cristo que no eligió el camino de la revolución política para traer el Reino. Su Reino no es de este mundo, salvar la vida es no seguir a los falsos testigos que defienden un cristianismo horizontal. 

La vida está marcada por terremotos, siempre, todo se derrumba continuamente, bajo los escombros quedan los afectos, los recuerdos, las seguridades, la tierra tiembla y es insegura, así es la vida, quizás porque no debemos mantener los pies sobre la corteza terrestre para siempre. 

Los falsos profetas teorizan sobre un Cristo que pacifica, que habla con la ciencia, que dialoga con todas las religiones, que da sentido a la vida y una especie de bienestar interior. 

Vosotros, no los sigáis. 

En el corazón del terremoto que sacudió el Calvario, en el momento de su muerte, Jesús permaneció colgado de la madera, un grito de abandono, la súplica de ser acogido por el Padre. Esta es la fe, dejarse crucificar con Él. 

Las hambrunas y las pestes, el hambre y el miedo a morir, creímos durante años que eran aspectos del pasado, pero la carencia no desaparece, la fragilidad de nuestro camino en la tierra no desaparece, estamos continuamente expuestos a la muerte, creer en falsos maestros que profetizan la abundancia y venden como verdaderos paraísos económicos en nombre del progreso o, por el contrario, seguir a predicadores supersticiosos que culpan a Dios de habernos golpeado con un castigo pestilente es siempre y solo confiar en falsos profetas. 

Vosotros, no los sigáis. 

Pero morir, aprender a morir, dejarse cambiar por las hambrunas y las pestilencias para que muera nuestro viejo hombre narcisista y viva Cristo en nosotros, esto es la fe, esta es la salvación que no nos hará perder ni un cabello de nuestra cabeza. 

Y así no nos sorprenderá cuando nos persigan (¡pero debe ser una persecución verdadera y no un victimismo de moda!), quizá olvidándose de nosotros, porque seguirán persiguiendo a Cristo en nosotros. No nos sorprenderá cuando nos pongan las manos encima manipulando nuestras palabras, acusando nuestro estilo de vida, tratándonos como inadaptados, porque estarán persiguiendo a Él en nosotros. 

Mientras nos resistamos a esto, mientras pensemos que puede haber un cristianismo tranquilo, comprensivo, en diálogo con los sistemas de poder, bueno en sus instituciones, todavía no estamos siguiendo a Jesús, todavía no le hemos hecho completamente espacio en nosotros, todavía no hemos muerto a nosotros mismos. 

Por eso estamos en camino de conversión. Nos daremos cuenta, creo, cuando esto suceda, porque nos dolerá y querremos apartar el cáliz, será nuestro Getsemaní o, mejor dicho, será el suyo en nosotros. 

Mientras tanto, no queda más que perseverar, perseverar manteniendo los ojos, la cabeza y el corazón en Jesucristo, no en algún idealismo divino abstracto, sino en sus llagas, en su sangre, en su sacrificio salvífico. 

Con la perseverancia de no apartar los ojos del Crucificado, seremos salvados. Todo en nosotros será salvado. Todo estará en Él, nosotros seremos para Cristo, con Cristo, en Cristo. No hay otra manera de salvar nuestra vida. De resucitar de entre los muertos. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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