De la herejía a la innovación a través de la creatividad
La palabra «herejía» suele evocar imágenes de hogueras, persecuciones y condenas.
Tradicionalmente, el término se ha asociado con desviaciones de la doctrina oficial, una marca de infamia que hay que evitar a toda costa.
Pero, si se observa la historia de las ideas con una mirada menos dogmática y más abierta, surge una verdad inesperada: la herejía, lejos de ser solo destructiva, a menudo resulta extraordinariamente fecunda. Porque la herejía ha actuado como motor de cambio, estímulo para la reflexión y, a veces, como semilla de nuevas visiones del mundo.
El pensamiento humano siempre se ha desarrollado a través de la confrontación entre lo que se considera verdadero y lo que se considera desviado. La ortodoxia, por su naturaleza, tiende a cristalizar el conocimiento; la herejía, en cambio, lo cuestiona, lo provoca, lo obliga a defenderse. Y es en esta dialéctica donde a menudo surgen las ideas más innovadoras.
Sin el estímulo de la herejía, muchas doctrinas habrían permanecido inmóviles, incapaces de adaptarse a las nuevas necesidades y demandas de la sociedad. Es más, sin la herejía probablemente no habría habido dogmática.
La historia de la filosofía y la teología está plagada de figuras que, acusadas de herejía, influyeron profundamente en el pensamiento occidental.
Pienso, por ejemplo, en un Giordano Bruno, que, desafiando las concepciones cosmológicas de su época, abrió el camino a una visión del universo infinitamente más amplia. O en un Galileo Galilei, cuya herejía científica sentó las bases de la revolución científica moderna.
En el ámbito religioso, las herejías medievales, como la de los cátaros o los valdenses, aunque reprimidas con dureza, contribuyeron a una mayor articulación del debate espiritual y social.
No menos importante es el papel de la herejía en el arte y la literatura. A menudo, los artistas y escritores que se atrevieron a desafiar los cánones y las reglas de su época fueron inicialmente acusados de herejía estética o moral, pero precisamente esta capacidad de ir a contracorriente dio lugar a nuevos estilos, géneros y movimientos.
La herejía no solo se refiere a las ideas religiosas o artísticas, sino también a los modelos sociales.
Movimientos que inicialmente se consideraban heréticos, como el abolicionismo, el feminismo o las primeras reivindicaciones de derechos civiles, contribuyeron a transformar radicalmente la sociedad.
Si bien es cierto que la herejía puede amenazar el orden establecido, también lo es que constituye una valiosa oportunidad de crecimiento y evolución. Su fecundidad reside precisamente en la capacidad de romper moldes, proponer alternativas y estimular el pensamiento crítico.
En un mundo que cambia rápidamente, la tentación de aferrarse a las propias certezas es grande, pero la historia nos enseña que solo quien sabe escuchar las voces heréticas es capaz de renovarse. Al fin y al cabo, como decía el poeta: No hay innovación sin herejía.
Pero ¿qué queremos decir cuando hablamos de «innovación»?
La innovación es una de las palabras que más se emplean en la sociedad actual. Forma parte de nuestro vocabulario habitual, y en la mayoría de los casos se percibe a la innovación como una necesidad.
La innovación es a menudo entendida como algo positivo que redunda (o debería redundar) en el bienestar, dando solución a problemas existentes (económicos, sociales, medioambientales, etc.).
Sin embargo, la palabra innovación no siempre ha tenido connotaciones positivas.
La palabra 'innovación' procede del griego Καινοτομία, que significaba “hacer nuevos esquejes”.
El término fue empleado por Platón y Aristóteles con el significado de “introducir un cambio en el orden establecido”. Según estos pensadores griegos, la innovación debía estar prohibida por ser maligna, ya que incorporaba cambios a las costumbres y al orden existente.
Este criterio fue ampliamente compartido por filósofos como Séneca y Lucrecio, poetas como Horacio y Virgilio, moralistas como Cicerón y Tácito, e historiadores como Salustio, quienes consideraron la innovación como sinónimo del mal y lo prohibido. “Ne quid novi fiat contra exempla ataque instituto moiorum”, afirmó Cicerón en su obra De Imperio Cn. Pompei (“que no se establezca la innovación contraria a los precedentes”).
En el ámbito de la teología pienso, por ejemplo, en la persona y en la obra del jesuita Teilhard de Chardin. Siete años después de su fallecimiento - que ocurrió el Domingo de Resurrección del 10 de abril de 1955 -, la Sagrada Congregación del Santo Oficio - conocida en otro tiempo como la Inquisición - publicó el siguiente monitum (advertencia):
Varias obras del P. Pierre Teilhard de Chardin, algunas de las cuales
fueron publicadas en forma póstuma, están siendo editadas y están obteniendo
mucha difusión. Prescindiendo de un juicio sobre aquellos puntos que conciernen
a las ciencias positivas, es suficientemente claro que las obras arriba
mencionadas abundan en tales ambigüedades e incluso errores serios, que ofenden
a la doctrina católica. Por esta razón, los eminentísimos y reverendísimos
Padres del Santo Oficio exhortan a todos los Ordinarios, así como a los
superiores de institutos religiosos, rectores de seminarios y presidentes de
universidades, a proteger eficazmente las mentes, particularmente de los
jóvenes, contra los peligros presentados por las obras del P. Teilhard de
Chardin y de sus seguidores. Dado en Roma, en el Palacio del Sant Oficio, el 30
de junio de 1962 (AAS 54, 1962, 526).
Pese a la censura impuesta a su obra, numerosas ediciones de los libros de Teilhard de Chardin se distribuyeron por todo el mundo en los años inmediatos a la publicación del monitum. Y aunque es verdad que en la década de 1980 se trató de reivindicar y rehabilitar su pensamiento, la Santa Sede refrendó la advertencia de 1962. Su rehabilitación, por el momento y hasta el día de hoy, no ha sido posible.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF



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