La Inmaculada Concepción: el gesto inmaculado y ruborizado de un “sí”
Más allá de las palabras del dogma que se engañan a sí mismas creyéndose exactas y solemnes por el mero hecho de estar redactadas en las salas del Vaticano, más allá del miedo a tener que hablar del Evangelio sin una página que al menos describa el misterio de la Inmaculada Concepción en cuestión, me convenzo por afecto de acercarme de nuevo a la Inmaculada Concepción...
Y
elijo abrir la nube de la memoria en mi ordenador. He acumulado muchas páginas,
basta con escribir «Inmaculada», y desde el vientre depositado en algún
desierto americano… me aparecen mis inciertos intentos de comentario ... en mis Dropbox y OneDrive...
¿Qué
he dicho sobre la Inmaculada Concepción en estos años?
Inmaculado no es lo puro, sino lo verdadero
Es
que todo se mueve entre el silencio cotidiano y la soledad más dramática. Es
que siempre te sientes un poco fuera de lugar cuando intentas entrar en el
hogar de Nazaret durante la visita del ángel. Todo se sostiene agarrado a hilos
de seda invisibles y delicados. Alrededor no hay la solemnidad del Templo, sino
la solemnidad de lo cotidiano: el silencio de una joven que, con un hilo de
voz, borda temblorosa su presencia ante Dios. Y entonces nuestra presencia
resulta incómoda incluso para nosotros mismos.
El
Evangelio no se deja dominar. Siempre ocurre en esa habitación de antiguos y
divinos anuncios. Siempre sucede de puntillas. No solo existe lo que está
escrito. El vicio de querer confiar solo a la palabra el sello de lo real.
Entre líneas, no dudo del Encuentro, sino de su modalidad. Que la Virgen fuera Inmaculada
es solo una cuestión de interpretación. Empiezo a cuestionarme a mí mismo. Y
conmigo, mis conceptos.
Y
salgo de puntillas dejando a María en una casa y a un ángel alejarse. Salgo de
puntillas pidiendo a Dios que nos haga intuir que también nosotros estamos
llamados a bailar y a buscar. A bailar con el Dios de la alegría y a buscarlo,
a Él que está con nosotros y nos espera. Un baile con Dios.
Inmaculado
es una hoja en blanco, una conciencia nueva, un campo nevado aún sin pisar.
Inmaculado es una mirada infantil, el proyecto antes de su realización, un
mantel esperando a los invitados. Inmaculado en nuestro imaginario, es una
palabra que precede a la vida real, anterior a los mecanismos de la vida. Es un
blanco vacío y frío. No es una palabra de carne, sino una palabra de puro
espíritu.
María
Inmaculada no parece una mujer real, es algo puro y etéreo, anterior a la vida
real. Inmaculado es una palabra antipática, sabemos que no dura, traiciona
proyectos demasiado nobles. Es el instante de la victoria de la perfección
sobre todas nuestras debilidades, un instante, precisamente. Nosotros no somos
inmaculados. Ni siquiera recordamos si alguna vez lo hemos sido.
Inmaculado
no tiene sabor, perfume ni memoria. Inmaculado, tal y como lo entendemos
nosotros, no existe. Instante enterrado en el sueño incognoscible de Dios.
Y es
que buscamos en el lugar equivocado. Buscamos lo intacto antes de la herida, lo
blanco antes de la suciedad, lo limpio antes del polvo. Buscamos en el lugar
equivocado, buscamos en el pasado. Como si la historia fuera una lenta
degradación, una suciedad que se acumula, un polvo que se deposita.
Quizás
por eso Dios busca a María, la Inmaculada, entre calles polvorientas y hedor a
animales, entre tiendas y verduras al sol y virutas de madera. En los suburbios
de un pueblo y no entre los vapores de incienso del Templo. Inversión de la
tendencia divina: lo inmaculado no es lo puro, sino lo verdadero. Lo inmaculado
no hay que buscarlo en el pasado, sino en su declinación futura. Lo inmaculado
es fruto de un camino en el tiempo, no una huida hacia un pasado inalcanzable.
A
Eva también se le hizo la misma promesa: «Serás madre de todos los vivientes»,
pero en aquellos tiempos era un amor sin reciprocidad, en aquellos tiempos solo
Dios no traicionó el amor, en aquellos tiempos el amor seguía siendo un asunto
privado de Dios, el hombre sufrió y padeció esa elección: una elección preciosa
porque permitió al Creador romper la espiral del odio, de las acusaciones y del
pecado.
Pero
aquél no era amor de relación. En medio hubo éxodos, tierras prometidas y
profetas, en medio hubo exilios y tiendas y arcas y templos. En medio hubo la
historia de la salvación. Hasta el día en que la salvación definitiva se hizo
historia. Gracias a una mujer enamorada y sin miedo al amor de Dios.
Inmaculado es el futuro
Inmaculado
no es el pasado, ni el presente, sino el futuro. Pienso en los tiernos recuerdos
de la infancia, y me convenzo de que realmente es así, es el tiempo el que hace
inmaculados algunos recuerdos, sin duda aquellos recuerdos atravesados por el
amor.
Dogma
del tiempo que se vuelve inmaculado porque se purifica, de quienes se aman se
retiene el gesto transfigurado, lejos de los inevitables malentendidos, al
abrigo de la cotidianidad que a menudo parece saber hacer mediocres los días,
lo que queda es el gesto inmaculado en su intención. Pero eso se descubre
después, al final.
Quizás
esto es lo que significa el dogma de la Inmaculada Concepción, que al final,
después de todo, de María quedó intacto el gesto inmaculado de un «sí». Que
seguramente no había comprendido en toda su explosividad, pero que, con el paso
de los años, aparecía como el corazón incandescente de su amor por la historia.
Al fin y al cabo, los Evangelios se escriben después. La concepción se vuelve
inmaculada con el tiempo.
El amor que hace inmaculadas las relaciones
De
la Concepción Inmaculada de María yo salvo la confianza. La confianza en el
amor. Solo el amor es dogmático, el que hace inmaculadas las relaciones. Lo
inmaculado nunca es la predisposición humana, sino la obsesión divina de amor
por su criatura.
En
nuestras reflexiones a veces falta una reflexión sobre el pecado original. Sin
embargo, el dogma quiere parar ahí, que María estaba exenta. No lo entiendo. Pero
a veces nos enredamos en los conceptos de la castidad, de la pureza, de la virginidad
(quizás porque sus contrarios nos parecen siempre, erróneamente, poco
inmaculados).
María, mujer de la
espera,
ayúdanos a aprender de ti
el gusto de la virginidad,
que es amor ardiente por
la vida,
que es deseo de
abrazarla, la historia, para fecundarla en la vida.
Ayúdanos a aprender a
confiar en la promesa.
Que es aprender el gusto
de Dios, de la cotidianidad con Él.
Ayúdanos a no tener miedo
a los lazos,
que no son ataduras que
aprisionan,
sino el único paso
posible para que
el amor se convierta en
vida.
Inmaculada es toda carne que no se esconde detrás de teorías
Tantas
veces la Iglesia se enreda y se pierde en un intelectualismo… siempre estéril. Se
usa el término «antropológico» con una frecuencia pasmosa, vergonzosa.
La
Iglesia tiene miedo del hombre verdadero. Porque lo humano es visceral e
instintivo y soporta mal las categorías y las inmaculadas teorías teológicas. El
ser humano verdadero es el que huele mal y se equivoca, decepciona y hiere, el
que no obedece a nuestros esquemas pastorales, el que se mantiene alejado de
nuestros círculos y de nuestras liturgias, el ser humano que se atreve a
quedarse fuera de nuestras categorías antropológicas.
El
Amor que se encarna, pero que se encarna de verdad, a riesgo de perderse, es
más fuerte que el pecado. Inmaculada es toda carne que no se esconde detrás de
teorías.
El amor inmaculado es estar siempre en manos ajenas
Son otros
los que nos han salvado. Creo que esto también tiene que ver con la Inmaculada Concepción,
ojos que ven el corazón, un corazón que es amable mucho antes que las acciones,
antes que el papel de la función o del rol.
El Corazón
de María no es, por tanto, un corazón perfecto por algún privilegio divino,
sino un Corazón Inmaculado porque se ha dejado moldear dócilmente por la
existencia.
Después
de esa loca elección de Dios, después de comprender que ni siquiera el Hijo
forzaría las decisiones humanas. Después de comprender que el amor siempre
duele... porque expone y hiere. Porque es un asunto radical de toda una vida.
Porque es todo o nada. Porque transfigura. Porque transforma. Porque es estar
siempre en manos ajenas.
Como
aquel día en que el Creador, como amante clandestino, se coló en el corazón de
una mujer para arrancarle el «sí» que cambiaría el perfil del mundo.
Inmaculados en todas las distorsiones que aún llevamos con nosotros
Que
la solemnidad de la Inmaculada Concepción nos permita convertir nuestra mirada
de todas las distorsiones que aún llevamos con nosotros.
Distorsiones
del rostro de Dios, del hombre y de nosotros mismos. Distorsiones que nos
convierten en personas asustadas y perdidas, a menudo enfadadas y violentas.
Distorsiones que solo se curan fijando la mirada en Jesús y comprendiendo en
profundidad su estilo.
Y
cuando nos parezca demasiado difícil cambiar nuestra mirada, recordemos que
«nada es imposible para Dios», es decir, que el Amor, solo el Amor, lo hace
todo posible, incluso la conversión más difícil, la nuestra.
Inmaculada es la vida que no pierde el tiempo buscando culpables, sino que ama
Vivir
de forma inmaculada es tener en el corazón la experiencia de un Amado que,
inexplicablemente, elige estar con nosotros. Y no hay mérito, solo asombro.
Inmaculada es la vida que no pierde el tiempo buscando culpables, sino que ama.
Solo ama. Hasta dar la vida, desnuda, frágil y hermosa, sin culpa.
La
vida no es inmaculada porque sea pura, sino porque es honesta, verdadera,
sincera. Incluso descarada. Benditas sean las tormentas que dispersan las
falsas imágenes que tenemos de nosotros mismos.
El dogma
de la Inmaculada Concepción es quizás esta mirada verdadera sobre la vida.
María no era inmune a nada, era mujer, verdadera y dispuesta a ser atravesada
por las inclemencias del tiempo, y esa visita angelical, cualquiera que fuera
su forma, fue solo el comienzo de un itinerario duro y áspero. María es una
mujer que resistió aferrada a la tierra del Calvario, fiel a una tierra
manchada con la sangre de su Hijo.
¿Cómo
puede estar viva una vida sin mancha? ¿Cómo podemos imaginar la vida de María
sin mancha? ¿Obligada a una perfección aburrida? ¿Pero perfección con respecto
a qué? ¿A las reglas religiosas de la época? ¿Pero si luego el hijo de la
Inmaculada dirá que ha venido por los enfermos? ¿Pero si el fruto de la
Inmaculada se enfadará precisamente con quienes se esfuerzan cada día por no
caer en el pecado? ¿Cómo creer en un Dios que, para que su Hijo nazca en el
fango de lo humano, prepara, no se sabe muy bien cómo, un espacio sin sombra de
maldad? Y además, ¿qué es el pecado original? Uno se pierde. A mí me gustan las
manchas. Los niños se manchan comiendo chocolate. Prefiero un Dios que come chocolate
a una divinidad sin manchas.
Siempre
permanece verdadera para mí la idea de la inmersión del Hijo en las miserias
del mundo. Más que chocolate, el mundo y la historia eran y son lodo, eran y
son arenas movedizas en las que es más fácil perderse que encontrarse. Y
además, ¿qué es el pecado original?
Esta
es la pregunta clave que finalmente surge y que sirve para permanecer en el dogma
de la Inmaculada Concepción. Durante años he dicho que el pecado original es
que el origen de todo pecado es la acusación, el buscar siempre un culpable, el
no saber asumir las propias responsabilidades.
Adán
culpa a Dios y a la mujer, Eva culpa a la serpiente, y el paraíso se desvanece.
Jesús perdonará desde lo alto del árbol de la cruz. Sin culpar. Solo perdonar.
Y así puede incluso sostenerse erguido en la cruz.
No tenías esterilidad por
la que llorar,
ninguna necesidad de Él.
Con la violencia propia
de los silencios,
fue Dios quien tomó
la iniciativa.
Caminó en tus ojos
vírgenes,
incapaces de defenderse
Tomó entre sus manos
tu promesa,
pero te moldeó como su
esposa.
Como si hubiera
un mundo que rehacer
un paraíso que modelar.
José tal vez se aferró
a su nombre,
fiel al jeroglífico de
los sueños.
Fuera nadie se dio
cuenta,
tal vez solo los animales
levantaron por un momento
el hocico del pesebre.
El ángel te concedió la
alegría,
el umbral no opuso
resistencia,
te llenó de gracia
y te ató fuertemente a Su
fidelidad.
Pero tú no lo habías
buscado.
Perturbada, no entendías
el sentido
de tanto derroche divino,
de su molestia por ti
Conmocionada,
escuchaste el nombre de
un Hijo
que Su amor ya había
decidido hacer nacer
en un vientre
repentinamente incandescente.
Pero quizás,
María,
esto y solo esto
es la fe:
sentirse parte del
acontecimiento de la vida.
Ser fieles al aliento
ininterrumpido del cosmos.
Quizás esta es la fe,
el derrumbe de la gracia,
dejarse traspasar por el
milagro.
Quizás esta es la fe,
la vida que ocurre en
nosotros,
el perfil de un Dios
demasiado incómodo,
la invasión de la Vida en
un corazón
que no puede decir Sí
ni siquiera
para no ofenderlo.
Creer es no ser descortés
con este Dios
repentinamente
tan descaradamente íntimo.
Así te siento cerca
María,
compañera sencilla
abrumada por el Misterio.
Te habrías conformado con
mucho menos
pero al final, ¿qué
quieres decirle
a este Dios que ahora
sientes en todas partes?
Aquí estoy, estoy aquí,
Tú lo sabes.
¿A dónde quieres que
huya? ¿A quién quieres que vaya?
Si te impidiera respirar
en mí
yo no sería nada.
Aquí estoy,
pero no me pidas que
invente respuestas,
confórmate con mí,
haz que tu palabra se
haga realidad en mi carne,
habla Tú. Yo seré la
escucha.
El espacio para tu
imaginación.
Solo soy una sierva.
Tú lo sabes.
No sirvo para nada si tú
no estás.
Pero desde ese día
en cada cosa viva
siento temblar el ala de
un ángel
que emprende el vuelo,
que se aleja,
que vuelve a casa.
Desde ese día
no espero otra cosa.
Solo que Tú me recojas.
No tengo dudas:
no soy yo quien te ha
buscado.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF











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