Las Iglesias cristianas ante Gaza
Todos parecen estar de acuerdo en que también para las Iglesias cristianas, para el judaísmo, para el diálogo interreligioso, hay un antes y un después de Gaza.
Durante
dos años, la tragedia se ha consumado ante los ojos de un mundo y una política
internacional en parte impotentes, en parte (los Estados Unidos de América de
Donald Trump) decididamente cómplices de la matanza perpetrada por Israel tras
la masacre del 7 de octubre de 2023.
El
propio Donald Trump logró imponer una tregua: precaria y muy ambigua, pero una
tregua al fin y al cabo, que incluso las Iglesias acogieron con mucha cautela,
pero constatando la disminución del número de víctimas de la furia desatada por
el Estado de Israel.
Porque
hay que decirlo, con gran dolor (al menos para quienes siempre se han
considerado amigos de Israel y fervientes defensores de su derecho a existir):
Benjamin Netanyahu no ha actuado solo.
¿Qué
pueden hacer las Iglesias cristianas ante las ruinas de Gaza, los muertos, la
violación de todos los derechos internacionales y el triunfo de una política
brutal, incluso cuando arranca fragmentos de tregua?
Las Iglesias, ante todo, rezan.
En este
trágico escenario hay buenas razones para privilegiar la oración silenciosa de
la que habla Jesús (Mateo 6, 6), frente a las manifestaciones espectaculares
organizadas por un líder o un lobby religioso, con otros y otras como comparsa.
Siempre,
y en cualquier caso, es esencial que haya oración, porque la Iglesia no puede
renunciar a gritar a su Señor su angustia y su desorientación.
En
segundo lugar, las Iglesias cristianas pueden ayudar.
En este
sentido, cuentan con una experiencia secular, con estructuras organizativas
probadas y, aún hoy, con una discreta capacidad para recaudar fondos. Su
intervención, naturalmente, no pretende ser decisiva, pero puede ser relevante
y ecuménica.
En
realidad, aún no sabemos cuándo llegará la hora de la reconstrucción, pero en
cualquier caso no será mañana: con todo no puede dejar de llegar. Estará
cargada de esperanza, pero a su manera también será terrible, porque estará
habitada por una inmensa miseria y atravesada por el odio, el terror
desconfiado y un duelo que no parece extinguible en tiempos históricos.
La
labor de las Iglesias no será inútil. Por supuesto, tampoco podrá presumir de
quién sabe qué inocencia o pureza: nadie está fuera de la Historia y, en esta
Historia, nadie está libre de culpa.
Por último, las Iglesias pueden contribuir a la lucha contra el antisemitismo y el antiislamismo.
Es
demasiado evidente, por supuesto, que su historia no les da credenciales
particularmente autorizadas, ni en un frente ni en otro. Pero en las últimas
décadas, al menos en algunos ámbitos cristianos, algo ha sucedido y se han
sentado bases significativas para un futuro diferente.
La
comprensión teológica cristiana de Israel ha cambiado profundamente y, en
algunos aspectos, se ha invertido, hasta el punto de determinar el inicio de un
replanteamiento global de la autoconciencia de la Iglesia.
Primero
Karl Barth y luego el Concilio Vaticano II proporcionaron impulsos teológicos
que están empezando a dar frutos: aún modestos, pero que van más allá del
ejercicio académico.
La
incompatibilidad entre la fe en Jesús y el antisemitismo es algo que todo
cristiano consciente ha asimilado; puede coexistir (por desgracia, es necesario
reiterarlo) con la crítica, incluso dura, no solo de la política del Gobierno
israelí, sino también de la ideología aparentemente dominante en ese país.
En
cuanto al antiislamismo, las Iglesias cristianas están comprometidas en dos
ámbitos en particular.
Uno
es el del conocimiento de la pluralidad y la riqueza del Islam, contra las
simplificaciones burdas; el segundo, más visible, es el encuentro concreto con
las personas musulmanas que viven en nuestro país o transitan por él, con el
compromiso social que ello conlleva y que no siempre encuentra consenso social.
Oración,
solidaridad, sensibilización: algunos dirán que no es mucho y que no cambia el
equilibrio de la política mundial. Pero es el reto del presente, más allá de
las palabras.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF




No hay comentarios:
Publicar un comentario