martes, 9 de diciembre de 2025

Sentido de la fe, magisterio y teología.

Sentido de la fe, magisterio y teología 

Uno tiene la sensación de que la competencia teológica no acaba de ser aceptada por alguna base eclesial. Probablemente, tampoco comprendida ni quizá, incluso, conocida. 

Desde hace algunos decenios se ha ido verificando una contraposición entre competencia teológica, magisterio y base eclesial. Y en este contexto surgen al menos dos bloques extremos: uno el del magisterio y otro el de la base. 

Y el tema que se plantea es delicado y no baladí. La competencia teológica, aunque es un patrimonio precioso e indispensable para la vida y la fe de la Iglesia, a menudo no es conocida, comprendida, aceptada… por la base eclesial. 

Desde hace algunas décadas se ha creado una oposición el trabajo de los teólogos, la autoridad del magisterio y la sensibilidad de la comunidad de fieles. Se trata de un fenómeno complejo, que tiene sus raíces en múltiples causas y que no puede descartarse como un simple malentendido. 

Tal vez falta de aceptación (o incomprensión) del Concilio Vaticano II, de sus premisas y de las reformas relacionadas con él. Quizá el magisterio posconciliar que a veces parece que percibe la libertad de expresión y los nuevos caminos como desviaciones doctrinales. Incluso se puede apuntar el conflicto generacional y cultural dentro y fuera de la Iglesia sobre temas éticos. A todo ello habría que añadir una cultura contemporánea que enfrenta, por un lado, el pluralismo religioso y las nuevas sensibilidades sociales como guía para la teología y, por otro, las certezas de los enfoques dogmáticos como única verdad. 

Ciertamente el magisterio tiene el derecho y el deber de vigilancia pero también puede correr el riesgo de cerrarse a cualquier lógica adicional de discernimiento. Y, además, puede ser deudor no siempre consciente de una determinada comprensión y articulación de la fe. 

Esa posible fractura a la que aludo acaba debilitando a la Iglesia en su conjunto: la teología corre el riesgo de ser percibida como un saber académico, elitista e inútil, alejado de la vida concreta de los fieles. El magisterio aparece como una autoridad que defiende más que acompaña. Y la base eclesial se encierra en su propio horizonte. 

Es en esta trama de incomprensiones y rigideces donde se juega hoy uno de los retos más decisivos para la vitalidad de la comunidad cristiana: quizá sea precisamente aquí donde se juega un reto del cristianismo occidental. 

Un problema de fondo remite a la percepción que se tiene de las competencias teológicas no aceptadas por alguna base eclesial y por algunos pastores. Cuando la comunidad eclesial no reconoce o no valora la reflexión teológica, el debate se reduce a una única referencia: el Catecismo. Y el efecto práctico de ello es que alguna comunidad cristiana solo percibe como creíble lo que está codificado en un texto normativo, ignorando la dimensión crítica y dinámica de la teología. 

Pero el texto normativo se convierte precisamente en el «Catecismo universal de la Iglesia católica» - que, como conviene recordar, solo debía ser una síntesis propuesta por el Papa para que los demás Obispos desarrollaran narrativas e indicaciones teniendo en cuenta las diferencias de los contextos aunque seguramente han sido pocos los que han activado caminos en esta dirección… -. 

Una limitación del Catecismo es su carácter normativo y no dialógico. Se trata de un texto que no está estructurado para responder a las exigencias de la razón crítica y práctica, ni para abordar la complejidad de los problemas contemporáneos. Es un texto-síntesis con todo lo que ello conlleva. 

Las consecuencias prácticas de esta fractura son diversas: bloqueo del debate, silenciamiento con referencias a textos normativos, falta de diálogo, doctrina dogmática...

Si la «fe» tiene sus propias exigencias de lógica y razón es porque la fe exige inteligencia (fides quaerens intellectum). Y la teología, como mediación, no es un capricho; es una necesidad y sirve para mostrar la coherencia interna de la fe y para responder a la complejidad de las preguntas que se renuevan en todas partes y en todos los lugares. 

Si falta la teología, la fe corre el riesgo de parecer ilógica, arbitraria, incapaz de dialogar con la sociedad y con las exigencias de la propia fe. Si no se acepta la competencia teológica, la Iglesia se reduce a un Catecismo normativo, útil para transmitir nociones básicas, pero incapaz de sostener la confrontación lógica y cultural. Y si falta la investigación teológica, también falta el posible crecimiento de la fe de la comunidad cristiana. 

La posible consecuencia es que la comunidad perciba la fe como un dogma inmutable, mientras que la Tradición siempre ha reconocido que la teología es necesaria para hacer que la fe sea razonable, dialógica, creíble… 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

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