domingo, 14 de diciembre de 2025

Dichosos los pobres.

Dichosos los pobres

Una palabra importante de Jesús es ciertamente aquella palabra que llamamos “bienaventuranzas”.

 

A nosotros nos han llegado dos versiones diferentes. Según el Evangelio de Mateo, son ocho y fueron pronunciadas por Jesús después de subir «al monte» al comienzo del famoso «discurso de la montaña»; según el Evangelio de Lucas, en cambio, son cuatro y fueron pronunciadas «en un lugar llano». ¿Cómo fueron realmente las cosas? Nunca lo sabremos.

 

El Jesús de Mateo es más espiritual y menos ‘políticamente’ inquietante que el de Lucas. Para él, los pobres declarados bienaventurados son los pobres «en espíritu», mientras que para Lucas son simplemente los pobres, materialmente pobres: «Bienaventurados los pobres». Este Jesús llega a amenazar a los ricos por el simple hecho de serlo: «¡Ay de vosotros, ricos!».

 

La segunda bienaventuranza, que en Mateo es «bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia», en Lucas es mucho más cruda y material: «Bienaventurados los que ahora tenéis hambre».

 

El contraste se atenúa en las otras bienaventuranzas, pero el balance general es claro: para el Jesús de Lucas, la pobreza material es espiritualmente fecunda y la riqueza es un obstáculo insuperable, mientras que para el Jesús de Mateo lo decisivo no es la dimensión material, sino la espiritual: hay que tener hambre de justicia, no basta con tener el estómago vacío.

 

En su evangelio, Lucas insiste en la dimensión provocadora desde el principio, ya que en la composición poética atribuida a la madre de Jesús, tradicionalmente llamada Magnificat, presenta expresiones de este tipo: «Ha derribado a los poderosos de sus tronos, ha elevado a los humildes; ha colmado de bienes a los hambrientos, ha despedido a los ricos con las manos vacías».

 

Marcos, recoge un dicho (retomado por los otros dos sinópticos) que presenta una filosofía de la historia bastante sombría: «Los gobernantes de las naciones las dominan y sus jefes las oprimen».

 

Para Jesús, tener poder y ser opresor parecería ser lo mismo. La escena de las tentaciones, tanto en Lucas como en Mateo, se mueve en la misma perspectiva, ya que revela que, para Jesús, el éxito político y material requiere una sumisión a Satanás.

 

El cuarto evangelio sostiene a su vez esta visión, ya que define a Satanás tres veces como «el jefe de este mundo».

 

La versión de Mateo de las bienaventuranzas representa una elaboración más refinada y espiritualmente más madura que surge de un análisis más atento tanto de la revelación bíblica en su conjunto como de la lógica efectiva que mueve la historia.

 

Y es que sobre el tema de la pobreza y la riqueza, la Biblia tiene una visión ambivalente: por un lado, los profetas consideran negativamente la riqueza, por otro lado, los libros históricos y sapienciales la juzgan como un don de Dios.


 

Isaías dirá por ejemplo: «¡Ay de los que añaden casa a casa y unen campo a campo, hasta ocupar todo el espacio, quedando como únicos habitantes del país!» (Isaías 5,8; ¿no será éste un dicho que hoy refleja la expansión ilegal de los colonos israelíes en los territorios palestinos?).

 

En cambio, en Proverbios 10,22 leemos: «La bendición del Señor enriquece».

 

Nos encontramos, pues, ante una disparidad: por un lado, la riqueza es condenada por ser fruto de la injusticia; por otro, es alabada por ser signo de la bendición divina.

 

Mateo captó todo esto e integró el pensamiento de Jesús a la luz de la revelación bíblica global y de otros dichos de Jesús (pensemos, por ejemplo, en la parábola de los talentos o en la de las minas).

 

Con todo, es notoria la predilección de Jesús por los pobres (tan acentuada por Lucas) no debe entenderse ni como un amor antinatural por la miseria, ni como solidaridad de clase dada la humilde procedencia de Jesús, ni mucho menos como una incipiente lucha de clases que convertiría a Jesús en uno de los primeros socialistas de la historia.

 

De hecho, toda su enseñanza, incluida la predilección por los pobres, debe referirse a su idea fundamental: la del Reino de Dios y su inminente llegada.

 

Dirigiéndose a las multitudes, Jesús observaba que los pobres estaban insatisfechos con su condición y, por lo tanto, deseosos de cambio, por lo que prestaban la mayor atención a su anuncio de un cambio radical en la historia. Al hablar con los ricos, en cambio, Jesús se encontraba con personas satisfechas con su condición y, por lo tanto, poco deseosas de cambios.

 

Su predilección por los pobres no es seguramente tanto por motivos sociopolíticos ni por solidaridad de clase, sino por su mayor apertura a su anuncio y la consiguiente disposición al cambio de vida.

 

Y esto lo comprendió profundamente el evangelista Mateo cuando decidió añadir «en espíritu» a la primera bienaventuranza. Porque quien pertenece verdaderamente al Reino de Dios es, de hecho, quien vive por algo más importante que sí mismo, es el verdadero «pobre de espíritu».

 

Y en el espíritu y en los bolsillos se juega la relación de nuestra alma con la eternidad.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

sábado, 13 de diciembre de 2025

Juan el Bautista: El más grande es el que se hace el más pequeño - San Mateo 11, 2-11 -.

Juan el Bautista: El más grande es el que se hace el más pequeño - San Mateo 11, 2-11  - 

Juan el Bautista, ahora en la cárcel, siente que la muerte se acerca… pero Jesús no se acerca. El Mesías no interviene para liberarlo. 

Y Juan, desde la cárcel, convierte unas pocas palabras en una pregunta tal vez para tratar de entender… Nunca sabremos si el corazón del Bautista estaba lleno de dudas… 

Lo que sabemos es que Juan morirá en una prisión y no será liberado poderosamente por el Mesías. Lo que sabemos es que la fe, al final, en su corazón, se reduce a la mínima expresión. 

No hay multitudes alrededor, ni eventos, ni sucesos,…, ni camino de Adviento, ni liturgia solemne, ni espíritu navideño, nada… Nada de nada. 

Solo una pregunta y mucho silencio. Un denso y misterioso silencio. El Bautista, y nosotros con él, estamos llamados a convertirnos en silencio. 

¿Y todo lo anterior? ¿Toda aquella predicación, aquella actividad bautismal,…, aquel testimonio en el desierto? ¿Todo hay que olvidarlo? No, todo es valioso, pero todo hay que atravesarlo, todo hay que relativizarlo, todo hay que agradecerlo… y abandonarlo. 

Abandonarlo solo cuando y si llega el momento. No sé si la misma regla vale para todos. O solamente para quienes llegan a la noche oscura de la prisión donde se habita entre las dudas y se puede implorar una respuesta… 

Y Jesús no responde con una explicación. La verdad no se puede explicar. Jesús responde con signos: los que Él había realizado hasta ese momento. Que son gestos proféticos. Signos que, sin embargo, no liberarán al Bautista de la cárcel… ¡esta es la paradoja! 

Los signos están ahí, pero no son para todos. Los ciegos siguen estando ahí, al igual que los cojos, los leprosos, los sordos, los muertos. Solo signos, para algunos. Para decir que la muerte no es el destino definitivo. Para decir que el amor será la plenitud de la vida. 

Aunque Juan el Bautista, prisionero, no será liberado. Y aquí está el gran riesgo, el escándalo, el tropiezo que puede hacernos perder la fe. Imagino a Juan cerrando los ojos e intentando recordar cuándo y cómo se abrieron sus ojos, cuándo su camino se hizo seguro, cuándo y cómo desapareció su temor, cuándo se abrieron sus oídos y resucitó su vida. 

La única respuesta que el Bautista pudo darse, sin perder la fe, y para superar el escándalo del Mesías, es que todo sucedió en un desierto… 

Pero no en aquel desierto que él había elegido y en el que había vivido como profeta reconocido y venerado. 

No en aquellas pieles de camello, en aquel encanto rudo reconocido por todos, no sumergido en un río para bautizar, no cuando sus palabras eran seguras y liberadas, y era hermoso sentirse como el profeta rudo e incomprendido, no cuando se lanzaba contra los poderosos arrastrando consigo utopías revolucionarias… 

Sino en la cárcel. Solo en la cárcel, solo, injustamente condenado, abandonado, despojado de ese encanto de líder popular, allí, con la fe reducida a la mínima expresión, allí puede sumergirse en las promesas del Mesías y, finalmente, reconocerlas. Todo lo que había sucedido antes sirvió para llegar allí… a su pasión... 

Entonces Juan el Bautista, que no era ya el hombre fuerte que llamaba a la conversión, podía elegir realmente estar solo ante su Señor. Entonces el Bautista, desvestido de sus pieles de camello, podía estar desnudo ante su Señor. 

Entonces el profeta podía ser verdaderamente profeta pero sin gritar ninguna palabra al viento… sino solo en un silencio perplejo. 

Juan el Bautista es el más grande porque ya no le queda nada. Es el más grande porque ha dejado su espacio al Señor hasta quedar relegado en la cárcel. El más grande porque ha llegado al corazón dramático y luminoso de la fe. Juan el Bautista es el más grande porque se ha hecho el más pequeño dependiendo de su Señor. 

Juan el Bautista se quedó en sus manos. Y por eso se hizo libre. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

¿Y una teología ‘líquida’?

¿Y una teología ‘líquida’?

Si en el panorama contemporáneo la teología dogmática puede definirse como «sólida», es decir, basada en principios y sistemas estables y a menudo inmutables, su opuesto natural sería la «liquidez».

 

Esta metáfora, tomada del léxico de las ciencias sociales, sugiere una teología capaz de adaptarse, fluir y renovarse en relación con las necesidades históricas, culturales y sociales del tiempo presente.

 

La solidez de la teología tradicional, aunque garantiza la coherencia y la identidad doctrinal, a menudo ha generado rigideces que obstaculizan el diálogo con las complejidades de la actualidad.

 

De hecho, esa rigidez epistémica dificulta la acogida de las preguntas inéditas que provienen de la sociedad, generando desorientación y desconfianza en las posibilidades de reforma.

 

Una estructura sólida, si no es capaz de cambiar, corre el riesgo de romperse ante los retos que no puede comprender o resolver, hasta desaparecer gradualmente del horizonte cultural.

 

En este contexto se podría hablar de una teología con un rostro nuevo, que sepa acompañar los problemas tal y como se presentan, sin endurecerse ante lo diferente o lo nuevo.

 

Una teología líquida, en esta perspectiva, no se limitaría a tolerar las diferencias, sino que las asumiría como una oportunidad de crecimiento, de escucha y de diálogo. Consideraría la pluralidad de opiniones no como una amenaza, sino como un estímulo constructivo que puede renovar la propia doctrina.

 

La teología líquida se distinguiría por su capacidad de dar y recibir, de acoger la contribución de otras teologías, sin miedo a contaminarse. De este modo, se convertiría en intérprete de una modalidad eclesial más inclusiva y misericordiosa, en claro contraste con la dureza doctrinal que, a lo largo de los siglos, ha sembrado a veces violencia e intransigencia.

 

Algunas páginas oscuras de la historia dan testimonio de cómo la teología sólida, aliada del poder político, ha impuesto por la fuerza una fe uniforme, anulando la diversidad y la libertad de conciencia.

 

Una teología líquida se ofrecería como un paradigma alternativo, capaz de superar las rigideces del pasado y promover un pensamiento teológico más abierto, dialógico y atento a los retos del presente.

 

Tal vez solo a través de esta transformación epistemológica será posible devolver a la teología su función original: ser un lugar de investigación, de confrontación y de auténtica experiencia espiritual.


 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

viernes, 12 de diciembre de 2025

¿Y qué decimos cuando confesamos “Creo la Santa Iglesia Católica”?

¿Y qué decimos cuando confesamos “Creo la Santa Iglesia Católica”?

¿Qué significa «católica»? La palabra «católica» significa «universal» en el sentido de «según la totalidad» o «según la integridad» - Catecismo de la Iglesia Católica) -. 

La Iglesia es universal... una palabra enorme que evoca el Universo, todo. La Iglesia es «según la totalidad», una palabra ambigua que evoca el todo... y que me parece siempre dispuesta a deslizarse hacia el totalitarismo y sus formas… 

Adoro lo particular, amo lo parcial, los matices, los fragmentos, las periferias... Y solo consigo vislumbrar el todo cuando se narra poéticamente a partir de un fragmento. 

En el mismo Catecismo se encuentra que (la Iglesia) es católica porque en ella está presente Cristo. «Donde está Cristo Jesús, allí está la Iglesia católica». 

La pregunta no es tanto «¿qué significa que la Iglesia sea católica?», sino... si la Iglesia es católica porque Cristo está presente en ella: ¿dónde está Cristo hoy? ¿Dónde lo encuentro? ¿Cuáles son las experiencias católicas, es decir, universales, que abarcan la totalidad de los seres humanos? Porque la palabra «católica» hace referencia a una Iglesia más grande, más allá de las fronteras. 

No es tanto la Iglesia la que deba decirse a sí misma que es católica, sino descubrir la catolicidad de Cristo en el mundo. Me parece que esta es la nueva tarea de la Iglesia, ir en busca de la presencia de Cristo en experiencias que no son inmediatamente religiosas y descubrir así que su imaginación es más grande que nuestros esquemas. 

¿Y dónde buscar a Cristo hoy? Esa es la pregunta. 

La primera respuesta es: no solo en el recinto de lo conocido. 

Cristo no puede ser rehén de nuestras tradiciones, de nuestras jerarquías, de nuestras manías, de nuestras liturgias, de nuestros oradores, de nuestros Obispos… Cristo no puede ser de nuestra propiedad, si la Iglesia es católica es porque debe volver a buscar su presencia en el universo... 

Y creo que la primera expresión de la universalidad, la primera huella a seguir es el Amor. ¿Qué hay más universal y, por tanto, más total y, por tanto, más católico que el amor? Dios es amor, definición bíblica. ¿Dónde buscar a Dios? ¡Donde las personas aún se atreven a inventar gestos de amor! Gestos de gratuidad, de libertad, de verdad. 

En no pocos de nuestros foros de reflexión solemos perder tiempo lamentándonos por la falta de jóvenes en las propuestas de la Iglesia y nos perdemos en la nostalgia de un tiempo que ya no existe… pero seguramente deberíamos ser más realistas... ¡la gente todavía se ama! ¡Ahí está la catolicidad de lo real, ahí está la Iglesia! ¡Ahí está Cristo! 

Ser personas según el Evangelio no significa tener que ir a Misa todos los días, estar en el Consejo Pastoral o en Cáritas, no se nos pide que hagamos esta penitencia o aquel sacrificio… «Según el Evangelio» quien ama está haciendo ya una experiencia universal y, por lo tanto, católica. 

¿Amamos realmente a alguien? ¿Estamos dispuestos a morir por amor, a dar la vida por nuestros amigos, a vivir con los brazos abiertos, sin rencor ni odio? ¿Estamos dispuestos a morir perdonando? ¡Entonces somos católicos! 

Hay muchos más católicos en el mundo que los que frecuentan la Iglesia... son las personas que aman, sea cual sea su religión o no religión, su cultura, su procedencia... 

No quiero ser malinterpretado. Yo no estoy diciendo que la Misa y los sacramentos no sirvan para nada… Solo me permito recordar que deberían ser medios para ayudarnos a crecer en el amor. 

¿Qué hay tan universal, es decir, tan católico, además del amor? 

Puede ser, por ejemplo, el cuerpo. Al fin y al cabo, cada hombre, cada mujer tiene (y «es») un cuerpo. Entonces, ¿dónde buscar al Cristo universal? En el cuerpo (y tal vez no sea casualidad que cuando se nos da la Eucaristía se susurre «el cuerpo de Cristo»). 

¿Dónde experimentar a Cristo? En el Cuerpo, en nuestras manos cuando acarician y no retienen, en nuestros ojos cuando no se cierran al dolor de los hermanos, en nuestros pies, en nuestra capacidad de dar alegría y vida al mundo... 

La Iglesia gana en credibilidad cuando invierte el enfoque... ya no podemos imponer reglas morales rígidas que definen un esquema dentro del cual uno puede definirse católico (es decir, si respeto las reglas de la Iglesia soy católico, si no, estoy fuera), sino que, por el contrario, debemos ser buscadores de la presencia de Cristo, reconocerlo y darle gracias donde el Amor se encarna, donde se hace cuerpo, incluso en situaciones que no se ajustan a nuestras tradiciones, a nuestra moral,…, a nosotros. 

La Iglesia es verdaderamente católica cuando deja de imponer condiciones y comienza a amar tanto el cuerpo del ser humano que se sorprende de todo el amor que puede dar. La Iglesia es verdaderamente católica cuando va en busca del Amor y ama el cuerpo de los hombres y las mujeres sin miedo. 

Y lo hace, por ejemplo (y es solamente un ejemplo), cuando escucha. Esta es la condición para ser verdaderamente universales, para descubrir a Cristo: hacer silencio y escuchar y reconocer, y sorprenderse, por la presencia insospechada y sorprendente del Dios Amor aquí mismo, ahora mismo, justo donde no se esperaba encontrarlo. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

jueves, 11 de diciembre de 2025

El Dios que se ríe de los poderosos - San Mateo 11, 2-11 -.

El Dios que se ríe de los poderosos - San Mateo 11, 2-11 -

Hubo un día en el que el desierto quedó encerrado en una celda. La libertad gritada al mundo quedó atascada en la garganta y las certezas fueron barridas por un montón de preguntas… 

¿Qué quedaba de Juan el Bautista? 

La vida le preparó un final cínico y burlón, le golpeó con precisión, le robó todo lo que había construido en su vida, se burló de él, le despojó de su identidad hasta hacerle una caricatura… El hombre que aterrorizaba a las multitudes se convirtió en prisionero del caprichoso poder… 

Así ha sucedido y seguirá sucediendo. Y que Juan el Bautista es un muerto que respira… lo saben casi todos. Morirá en medio de una fiesta, morirá por intrigas palaciegas: en el poder, ciertas cosas siempre salen bien. Así se mueven las cosas, así las movemos nosotros. La vida es un ejercicio de poder. Enmascarado, tal vez, pero siempre poder. 

Convencer a otros de que confíen en nosotros y castigar a quienes se oponen, el mundo se sustenta en esto. Si tienes agallas y carisma, eres poderoso; si no los tienes, pero quieres sobrevivir, puedes ser astuto y convertirte en súbdito del poderoso adecuado. Así se mueve el mundo, así se moverá. Siempre y para siempre. 

Pero entonces sucede que el juego se atasca, que se encuentra un poderoso más poderoso, que se encuentra a alguien que pone fin a la dinámica, y que uno se ve obligado a rendirse. Se llama fracaso, y puede ser algo grandioso. 

Si hay algo que es sabio aprender, creo que es estar preparados en el momento exacto de la derrota, cuando el poder nos abandona, cuando nos volvemos dependientes de los demás, cuando nos encarcelan, cuando nos hacen pagar o, más simplemente, cuando enfermamos y dependemos de todos, en definitiva, cuando perdemos el poder. 

El Evangelio es una escuela para perder poder y recuperar la humanidad. En definitiva, hacerse pequeño. 

Es necesario permanecer atentos y abiertos a la vida. Para criticar el poder hay que seguir llamando a la puerta del sueño. Como Juan el Bautista, que sigue pidiendo noticias de Jesús

Y por sueño me refiero a nuestra propia obsesión, el corazón de nuestra verdadera identidad, lo que nos ha cautivado la mente y el corazón, el vínculo sin el cual estaríamos muertos. Realmente muertos. Aquello que queda cuando todo falla y llega a faltar. 

Juan el Bautista es un hombre milagroso, y parece claro que para él el vínculo vital fue el Mesías: en lugar de encerrarse en sí mismo y tratar de encontrar buenas estrategias para salir de la cárcel, Juan no se rinde, sigue preguntando por Él. 

Se puede encarcelar al profeta, pero si es un verdadero profeta, seguirá viviendo por lo que siempre ha vivido. 

El Bautista comprende, en el momento exacto en que ya no puede ejercer funciones de profeta, que no es el poder lo que nos hace grandes, sino nuestra capacidad de fidelidad a lo que nos ha cautivado el corazón hasta robárnoslo. 

En la cárcel, Juan el Bautista lo ha perdido casi todo, le queda algo pequeño pero invencible, le queda la espera del Mesías, le queda también allí, incluso lejos de la escena, sobre todo allí, eso es realmente el corazón de su vida. 

¿Qué queda cuando todo falla hasta faltar? Es importante descubrirlo porque el poder no puede llegar hasta allí, no lo consigue, y nosotros podemos hacernos pequeños, refugiarnos en nuestro amor y salvarnos. 

El poder, como mucho, puede matarnos, pero no puede arrancarnos de nuestra obsesión, de nuestro sueño. Descubrir cuál es nuestro sueño es un bonito ejercicio, y nunca termina, hasta un instante antes de morir. 

El poder se abalanza sobre Juan el Bautista. Se le puede privar de las insignias del profeta poderoso, arrebatarle la libertad del desierto, pero nada, ni siquiera muerto puedes arrebatarle lo que se ha convertido en su carne y su Espíritu. La espera del Mesías. Se puede resistir la arrogancia del poder aprendiendo a convertirse en la Palabra que escuchamos. Se necesita terquedad. 

Y Jesús responde a la pregunta

Y es su forma de responder lo que tranquiliza al Bautista, porque lo que Jesús hace es reírse del poder, cantar una lista de cosas que los poderosos no pueden hacer, no logran, no quieren hacer. Un canto que es una burla al poderoso. 

Y Juan el Bautista entiende, ahora puede entender, que lo que vendrá después de él no es el poderoso que corta de raíz la vida, sino el antídoto definitivo contra todo poder, contra todo abuso de poder… de aquel Dios que desde su trono se burla y se ríe de los poderosos (cf. Salmo 2, 4-8). 

Así se ríe en la cara de los poderosos Jesús: 

Regalando ojos nuevos mientras el poder solo prevé la obediencia ciega. 

Regalando caminos inéditos, mientras que los poderosos exigen marchas ordenadas. 

Regalando espacio para todos, cuando los poderes inventan nuevos males cada día (para permitir que los pobres culpen a otros pobres). 

Regalando palabras y sonidos para escuchar, mientras que los poderosos hacen ruido. 

Regalando segundas, terceras e infinitas posibilidades de renacimiento, mientras que el poderoso ordena la muerte de sus oponentes. 

Hablando con los pobres y anunciándoles la Buena Nueva, mientras que los poderosos los engañan y los utilizan. 

Convirtiéndose en un escándalo para los poderosos porque no puede haber Evangelio sin libertad. 

Juan el Bautista entiende, reconoce el sonido, comprende muy bien que el Mesías no vendrá a sacarlo de la cárcel, a devolverle la libertad, porque él ya es libre. Lo aprendió día a día, antes, en el desierto, cuando logró mantenerse fiel a sí mismo y a Dios, y cuando no se dejó engañar por los vientos del poder. Lo aprendió estando fuera, lejos de los palacios, lejos de las vestimentas del cargo y de los ropajes del poder. 

Pero lo comprendió de verdad solo allí, en la cárcel. Comprendió que no necesitaba ser liberado porque el encarcelado Juan el Bautista ya era libre para siempre… mientras Dios se burla y se ríe de los poderosos… 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

¿De qué bautismo estamos hablando? - San Mateo 3, 13-17 -.

¿De qué bautismo estamos hablando? - San Mateo 3, 13-17 -

¿Queremos aprender a apreciar a quienes no gritan ni hacen gritar, a quienes no soportan la violencia y saben desenmascararla? ¿Queremos aprender a fijarnos en las personas al borde marginal de los caminos y seguir buscando a aquellas que transitan en los cruces de los caminos y en las periferias? 

¿Nos atrevemos a esperar en las personas que con su delicadeza no rompen las inevitables y conmovedoras fragilidades que entretejen a cada ser humano, en las personas que se inclinan con paciencia para proteger una llama que superficialmente parecía apagada? 

¿Queremos creer en el poder de la verdad, que no es algo que se sabe, se escribe o se cree, de la que nadie puede sentirse dueño sino encarnada en una persona y en su estilo de vivir humilde y manso? 

¿Queremos abrazar a las personas que siempre tienen una mano extendida hacia el cielo, un poco de oración y un poco de vela, porque saben que sin un Amor más grande se corre el riesgo de tropezar porque es el Cielo el que nos mantiene en equilibrio? 

¿Queremos volver a confiar en quienes creen que tiene sentido abrir los ojos a los ciegos a pesar de la realidad, derribar los muros a pesar del miedo y liberar los sueños a pesar de las complejidades aprisionadas entre las paredes de los corazones? 

¿Queremos dejarnos liberar para aprender a tener fe en el ser humano e intentar convertirnos en siervos creíbles de humanidad, sin caer en la tentación de secuestrar lo divino, de convertirlo en rehén de nuestras ideas y prácticas? 

¿Queremos aprender el arte del Maestro de ser hijos y hermanos, de hacernos prójimos samaritanos y pasar «hacieno el bien y sanando a todos los que estén bajo el poder del mal»? 

¿Queremos amar las trayectorias ligeras y luminosas porque creemos que tener fe es este paso continuo, como un soplo de viento, un paso beneficioso, que hace bien al corazón, que libera, que no pesa, que ayuda a vivir la vida cotidiana? 

¿Queremos crecer siendo un viento beneficioso y bueno que pasa y sana porque cada día es el Año de Gracia del Señor, y en la posibilidad de una fe que, como un viento bueno, descienda para curar cada dolencia? 

En las riberas del Jordán, con Juan el Bautista, ¿queremos aprender a reconocer el perfil de lo divino, el hombre que aún camina con paso seguro hasta los abismos más fríos de nuestras tinieblas, hasta el fondo de nuestra humanidad? 

¿Queremos aprender a no detener a ese Mesías que se dirige hacia una dirección demasiado peligrosa, que no queremos que se sumerja bajo la superficie tranquila y que descienda hasta perder el aliento y tocar fondo en cada dolor, en toda miseria? 

¿Queremos que el Cordero de Dios se manche con el pecado de los demás, queremos un Dios manchado por nosotros, o lo queremos inmaculado, bello y resplandeciente, perfumado y blanco, sagrado e inalcanzable? 

¿Queremos dejarle hacer al Maestro o queremos detenerle porque puede acabar devorado por el mal que debería eliminar del mundo, y nos gustaría impedir su descenso hasta los bajos fondos de la humanidad? 

Con el bautismo de Jesús fue como la apertura de un cielo, como si para escalar y subir arriba fuera necesario descender y bajar hasta abajo del todo, como para decir que quedarse en la superficie de lo humano es conformarse con un dios de fachada, como para decir que si Él no hubiera descendido entre el fango maloliente, nunca hubiéramos podido comprender la novedad de este Dios que había decidido encarnar el amor y hacerlo valiente amando de esta forma. 

El Hijo de Dios, contaminado de amor, bañado de humanidad, lleno de gracia… Ahora solo nos queda ver su forma de amar, de devolver la vida, de pasar beneficiando y liberando. Dejémosle hacer a Él. Tenemos que aprender, y no será fácil. Pero sí fascinante. ¿Estaremos dispuestos a recibir el bautismo que Él recibió? (cf. Mc 10, 38). 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Tenéis que nacer de nuevo - San Juan 3, 3 -.

Tenéis que nacer de nuevo - San Juan 3, 3 - 

Comenzar no es… 

repetir lo obvio fingiendo un asombro poco natural, no es buscar la magia, ni siquiera la pureza de la infancia, 

repetir la enésima ronda de caminos de felicidad y de plenitud, 

ceder a la locura de los eventos que no nos dejan respirar, de los retiros espirituales que nos llenan de palabras, 

seguir cierta retórica de los tiempos fuertes sin permanecer nunca débilmente en un silencio callado, 

encerrar en la jaula de nuestras mínimas fantasías la inquieta fuerza del Espíritu que imagina y crea, 

saber ya cuál es el bien de la Iglesia y luego fingir debatirlo sinodalmente, 

tranquilizarnos con nuestras visiones moralistas del mundo y luego fingir obediencias divinas, 

apagar el pábilo que humea vacilante ni romper la caña cascada, 

vestirse con ropas de ermitaño y mimar sabidurías antiguas, 

repetir el ritual con la esperanza de suscitar nostalgias infantiles, 

adornarse como un hombre nuevo para convencerse de ser más santo. 

El comienzo, el principio de todo es Él, el Evangelio vivo, Él, la Buena Noticia que irrumpe, asedia y asusta, que pide corazones dispuestos a dejarse desmontar. 

Él es el Espíritu que nada deja intacto, Él es el beso de un Viento que no deja nada como lo encuentra. 

Comenzar, comenzar de verdad es… 

no saber, día tras día, qué quedará de nosotros, de nuestra identidad a la que tanto nos hemos aferrado, 

dejar explotar en nosotros la Vida abundante y plena, como un niño en el vientre que dilata el útero y transforma en madre una joven tímida, o que engendra sueños en hombres justos, 

conocerle y confiar en Él y perdernos en Él, por amor, solo por amor, 

ponerse en camino y salir, perpetuando un éxodo eterno hasta el día en que renaceremos eternamente en Él, 

dejarnos llamar y llevar para que nunca seamos plenamente felices, nunca lleguemos plenamente, nunca estemos plenamente ni conformes ni en paz… sino deseosos e inquietos, 

ser arrastrados al desierto, y en el desierto no hay patrones que se repitan, no hay paradigmas tranquilizadores, en el desierto nuestros moralismos temerosos son barridos, en el desierto no hay nada y en la nada se arriesga a ponerle a Él en la cima de nuestros intereses, 

dejarnos llevar de la mano por Él para escuchar a los profetas que desde el desierto quieren llevarnos a casa, a nuestro verdadero hogar, 

ser fieles a nuestra identidad más profunda, cueste lo que cueste, dejar de fingir, 

salir de los espacios cómodos y manidos de las costumbres, destruir andamios sociales, religiosos, derrumbarlo todo para mirarnos finalmente a los ojos de Él, 

dar las gracias a Juan Bautista y a todos los precursores, a todas las personas que nos han hablado de Él, a todos los testigos que nos han iniciado y acompañado en la escuela del seguimiento, 

detenerse a sus pies y gemir, balbucear tal vez, tartamudear como niños balbucientes y novatos, y ver lo que nunca el ojo vio, y escuchar palabras inefables de dichosa bienaventuranza, 

dejar que el Espíritu hable en nosotros, y luego escucharlo, y luego confiar, y luego dejarse llevar, sabiendo que ya no seremos como antes, 

perderse, asustarse, reencontrarse, sorprenderse, dejándose fecundar por Él, olvidar nuestras pretensiones y dejarnos moldear por Él que nace en cada instante y sucede en todas las cosas. 

En una palabra, nacer de nuevo, una nueva Génesis, para renombrar todo en nosotros, un nuevo Éxodo de libertad y gracia. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Dichosos los pobres.

Dichosos los pobres Una palabra importante de Jesús es ciertamente aquella palabra que llamamos “ bienaventuranzas ”.   A nosotros nos h...