lunes, 24 de noviembre de 2025

María, Virgen y Madre de la espera.

María, Virgen y Madre de la espera 

Si buscamos un motivo ejemplar que pueda inspirar nuestros pasos y dar agilidad al ritmo de nuestro camino en este período que nos separa de la Navidad, debemos referirnos sin duda a la Virgen María. 

Ella es la Virgen de la espera, la Virgen del Adviento, la Madre de la espera. 

¿Por qué en el Evangelio, incluso antes de que se nos diga su nombre, se nos habla de un estremecimiento de espera que ardía en su alma? 

San Lucas, antes incluso de decirnos que «su nombre era María» (Lc 1, 26), nos dice otra cosa: «En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado a una joven prometida a un hombre llamado José, de la casa de David» (Lc 1, 26-27). 

«Prometida», es decir, ¡novia! Sabemos que la palabra novia es vivida por toda mujer como un preludio de misteriosas ternuras, de esperanzas. La novia es la que espera. 

También María esperaba; estaba a la espera, escuchando: ¿pero a quién? ¡A él, a José! Escuchaba el susurro de sus sandalias sobre el polvo, por la tarde, cuando él, perfumado con barniz y resina de las maderas que trataba con sus manos, iba a verla y le hablaba de sus sueños. 

María se presenta como la mujer que espera. Es decir, la prometida. Solo después se nos dice su nombre. La espera es la primera pincelada con la que san Lucas pinta a María, pero también es la última. 

Y, de hecho, es siempre San Lucas el pintor que, en los Hechos de los Apóstoles, pinta el último trazo con el que María se despide de la Escritura. 

También aquí María está esperando, en el piso superior, junto con los Apóstoles; esperando al Espíritu (Hch 1, 13-14); también aquí está escuchándolo, esperando su susurro: antes el de las sandalias de José, ahora el del ala del Espíritu Santo, perfumado de santidad y de sueños. Esperaba que descendiera sobre los Apóstoles, sobre la Iglesia naciente, para indicarle el camino de su misión. 

Vemos que María, en el Evangelio, se presenta como la Virgen de la espera y se despide de la Escritura como la Madre de la espera: se presenta esperando a José, se despide esperando al Espíritu. 

Virgen en espera, al principio. Madre en espera, al final. 

Y en el arco sostenido por estas dos inquietudes, una tan humana y la otra tan divina, otras cien esperanzas angustiosas. 

La espera del hijo, durante nueve largos meses. 

La espera de los trámites legales celebrados con migajas de pobreza y alegrías familiares. 

La espera del día, el único que ella habría querido posponer una y otra vez, en el que su hijo saldría de casa para no volver jamás. 

La espera de la «hora»: la única por la que no habría sabido frenar la impaciencia y de la que, antes de tiempo, habría derramado la carga de gracia sobre la mesa de los hombres. 

La espera del último suspiro de su único hijo clavado en el madero de la cruz. 

La espera del tercer día, vivida en soledad, frente a la roca. 

Esperar: infinitivo del verbo amar. Más bien, en el vocabulario de María, amar infinitamente. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Feminicidio: una reflexión tan incómoda como necesaria.

Feminicidio: una reflexión tan incómoda como necesaria 

Hay cosas sobre las que no me gustaría escribir, porque desearía que no existieran. Que no fueran un tema de debate. Una de ellas es el feminicidio. 

Y uno desearía no tener que seguir escuchando, leyendo, pensando con otros para revisar culturalmente nuestra sensibilidad colectiva en materia de violencia de género. 

Y uno desearía que se pudiera considerar un patrimonio compartido que la violencia es un concepto cualitativo, no cuantitativo: un poco de violencia no es menos grave que mucha violencia. No es como saltarse la dieta, que se puede hacer una vez y no es grave. Hay cosas que son graves y punto, y el mero hecho de ponerlo en duda las hace aún más peligrosas. 

El 25 de noviembre no es una fecha diferente a las demás. No se trata de un día en el que hay que estar más atentos, ser más respetuosos o estar más sensibilizados. 

Es solo una ocasión para decir una vez más que la violencia contra las mujeres en nuestro país tiene ya los contornos estructurados del fenómeno, con el que llevamos años lidiando, con escasos… resultados. 

Pero ¿por qué se utiliza el término feminicidio? 

A menudo, cuando se habla de feminicidio, no pocas personas desaprueban el término porque seguramente hasta desconocen la especificidad del fenómeno. Es una forma de violencia, es una forma de homicidio —se oye decir—, ¿por qué darle un estatus aparte? Es un tipo de objeción que proviene de personas, probablemente incluso de buena fe, pero sobre la que conviene aclarar algunas cosas. 

En realidad, cuando hablamos de feminicidio, no estamos diciendo simplemente que se ha asesinado a una mujer. El feminicidio no indica el género de la víctima, sino que una mujer ha muerto a manos de un hombre en un contexto social que permite esa violencia. 

En una sociedad como la nuestra, quien mata a su pareja o ex pareja porque es incapaz de aceptar su voluntad de dejarlo o de autodeterminarse comete un feminicidio. 

Quien agrede y causa la muerte de una chica desconocida en la calle porque está íntimamente convencido de que puede disponer del cuerpo de las mujeres a su antojo comete un feminicidio. 

El feminicidio indica, por lo tanto, el móvil de un asesinato: las mujeres son asesinadas por ser mujeres y, concretamente, por ser mujeres libres. 

Libres de amar a quien quieran, libres de salir con quien quieran, libres de vestirse como quieran. Libres. 

Una objeción más frecuente cada vez que se habla de estos temas es «not all men», no todos los hombres. 

Replicar diciendo que no todos los hombres son culpables y no hacerlo, por ejemplo, cuando se trata de otros tipos de delitos, es profundamente significativo. 

De hecho, la misma refutación no se esgrime como defensa de toda la categoría masculina cuando el caso del día no afecta a las mujeres, como si lo importante fuera desmarcarse de esa comparación específica para no tener que reconocer a las mujeres como víctimas de un sistema sociocultural que las perjudica desde tiempos inmemoriales. 

Asimismo, decir que no todos los hombres matan/violan/son violentos es una banalidad colosal, además de ser lo mínimo que se puede decir. 

Es evidente que no todos los hombres matan, violan, acosan, agreden, abusan física o psicológicamente de las mujeres, ni todos los hombres intercambian fotos íntimas de sus exnovias en los chats con sus amigos. Nadie piensa eso. 

Y es igualmente evidente que hay muchos hombres que nunca se atreverían a hacer cosas así. 

De hecho, el argumento no es que todos los hombres sean violentos, sino que la violencia de género es un problema que nos concierne a todos. 

Dicho esto, la cuestión es que la precisión «not all men» corre el riesgo de hacer pasar los episodios de violencia como casos aislados perpetrados por «monstruos» ajenos a la sociedad en la que vivimos. Como si la violencia fuera una cuestión individual, no sistémica. 

Cuando nos apresuramos a decir que «no todos los hombres» son así, en realidad estamos diciendo «yo no soy así, mi compañero, mi marido, mi… no es así», quedándonos al margen del debate. Nos estamos defendiendo de una representación de nosotros mismos o de los hombres que conocemos que no nos gusta. 

Y esta es la segunda razón por la que decir «not all men» es problemático: porque el centro ya no está la cuestión de la violencia contra las mujeres, sino una defensa de género basada en la experiencia personal. Por lo tanto, sí, es cierto, no todos los hombres acosan, agreden, etc. 

Pero todas las mujeres están expuestas porque este tipo de cultura existe y está arraigada en todos nosotros, hombres y mujeres. 

Por eso la violencia de género es tristemente ‘democrática’. Afecta a todas las mujeres, en cualquier contexto y sin tener en cuenta su origen, clase social y contexto cultural. Lo más difícil de entender es precisamente esto: todas están constantemente expuestas. 

Y también los hombres están constantemente expuestos a una cultura que sigue considerando la desigualdad de género como el principal indicador de poder. 

Uno tiene la sensación de que los hombres, los padres, los maridos, los compañeros, los… que no son violentos merecerían una medalla al valor, serían una excepción a una regla implícita… 

Imagino que aún estamos muy lejos de erradicar definitivamente ciertas reglas implícitas, pero hablar de ello, seguir hablando de ello, llamar a las cosas por su nombre es una de las cosas que hay que hacer para conseguirlo. 

A veces pienso que ante las víctimas de los feminicidios no debiéramos hacer un tiempo de silencio sino un tiempo de ruido... 

Me refiero a un ruido que inquiete porque manifieste una verdad incómoda… 

Un ruido que sea una señal de que nos hemos dado cuenta de que la medida de la violencia está llena, de que un vaso de lágrimas y dolor se ha desbordado. 

No hay mejor ruido que el que sirve para poner al descubierto una verdad incómoda. Y los feminicidios requieren quizás no el ejercicio de una verdad unánime, sino el de una verdad incómoda. Quizás solo eso les debemos a las víctimas. 

Y digo que es una verdad incómoda porque hay algo sospechoso en el hecho de que todos, prácticamente todos, reconozcan la violencia de ciertos comportamientos. Porque si todos estamos de acuerdo, nadie es realmente culpable y esa violencia será prerrogativa de los monstruos, de los bestias, de los anormales. 

Si todos, absolutamente todos, reconocemos la violencia, entonces nadie reconocerá que el origen de esa violencia es un conflicto. Cultural, material, estructural, social, cultural, simbólico, económico 

La violencia de género es el efecto de un conflicto generado por una determinada comprensión de la masculinidad que acaba de-generando en dominación masculina. 

He aquí una verdad incómoda: no hay mayor falsedad que ser todos solidarios contra la violencia, pero ocultando el conflicto que la ha generado y la alimenta, la justifica, la sostiene. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Educar la inteligencia del corazón.

Educar la inteligencia del corazón

La grande fascinación que la inteligencia artificial ejerce sobre la opinión pública suscita, como siempre ocurre con las grandes innovaciones, emociones contradictorias. 

Por un lado, están los entusiastas de la tecnología, que ven en la nueva frontera digital la promesa de una humanidad potenciada, más eficiente, más inteligente, más libre de los errores y las limitaciones de la mente humana. 

Por otro lado, están los tecnófobos que enfatizan los riesgos y alimentan los miedos: la pérdida del trabajo, la manipulación de las mentes, la vigilancia total, la reducción del ser humano a una función biológica y algorítmica. 

Ambos bandos tienen en parte razón. 

El reto es que, como cualquier salto tecnológico, el digital no solo cambia la forma de hacer las cosas: cambia la forma de pensar, de sentir, de relacionarnos. La inteligencia artificial no es una simple herramienta, sino un nuevo entorno cognitivo que reorganiza las condiciones mismas de la experiencia humana. 

En lugar de posicionarse a favor o en contra, lo que hay que hacer es tratar de comprender lo que está sucediendo, sin ceder ni a la euforia ni al miedo, para poder limitar los aspectos negativos y valorar los positivos. 

Para ello, es necesario adoptar una mirada crítica, pero no destructiva, capaz de inscribir la innovación en una visión más amplia de lo humano. La dirección que tomará nuestra civilización depende de cómo pensemos la técnica y de cómo la orientemos hacia fines humanos. 

Tal y como se ha desarrollado, la inteligencia artificial representa la encarnación del reduccionismo moderno. Que, en su estructura más profunda, lleva a cabo esa separación entre fe y razón, entre significado y cálculo, que ya se ha identificado como una de las grandes cuestiones de las sociedades avanzadas. 

La inteligencia artificial, y siempre desde la perspectiva de tal y como se está desarrollando, es el triunfo de la razón que sabe calcular pero no sabe cuestionar los fines; que optimiza los medios pero no sabe decidir qué es bueno o justo. 

Las máquinas que hoy nos fascinan tanto no son «malas» —como a veces se tiende a decir—, pero tienen el problema de estar construidas exactamente según un paradigma muy preciso: procesar la información, maximizar la eficiencia, reducir la complejidad a datos manipulables. 

De ahí la gran responsabilidad que tenemos, como comunidad de seres vivos, ante este cambio: si la inteligencia artificial representa la máxima expresión de la razón instrumental, nuestra tarea no es competir con ella, sino custodiar y desarrollar todo lo que no se puede reducir a esta lógica. 

Hay una parte del pensamiento humano que ninguna máquina podrá sustituir jamás: la que nace de la experiencia vivida, de la relación, del dolor, del deseo, de la búsqueda de sentido. 

Me refiero a ese pensamiento que se arraiga en el cuerpo, que se abre al otro, que se pregunta por el por qué y no solo por el cómo. Custodiar estos aspectos significa reconocer y cultivar la dimensión espiritual. Como capacidad de abrirse a lo que excede el cálculo y la representación. 

De hecho, es el espíritu —componente esencial del pensamiento humano— lo que nos pone en relación con la alteridad, tanto en la verticalidad de la relación con lo que trasciende —Dios, el misterio, lo absoluto, la verdad— como en la horizontalidad de la relación con los demás seres humanos. Lo que luego se expresa en la capacidad de afecto y compasión. 

Es en la experiencia espiritual donde nace la posibilidad de un pensamiento generativo, de una ética que no se limita a reaccionar, sino que es capaz de crear, que no se reduce al código, sino que abre espacio a la libertad. 

Al empujarnos a preguntarnos qué significa ser humanos, la inteligencia artificial puede convertirse en una oportunidad para dar un giro inesperado a la historia moderna. De hecho, nos obliga a replantearnos la relación entre la mente y el espíritu, entre el saber y la sabiduría, entre la eficiencia y el sentido. 

En una época dominada por algoritmos que aprenden sin comprender, sentimos la necesidad de una inteligencia del corazón, capaz de reconocer que la vida es más grande que cualquier sistema lógico. Custodiar el pensamiento que no se reduce al cálculo significa custodiar la libertad, la poesía, la esperanza, la palabra que abre mundos. 

Una tarea que debe cultivarse a nivel personal y desarrollarse a nivel social: juntos debemos comprender los lugares, las formas y las condiciones para cuidar la atención, la imaginación, el deseo. 

La inteligencia artificial, por lo tanto, no es un destino que hay que sufrir, sino un espejo que puede ayudarnos a comprender mejor quiénes somos. Y en qué podemos convertirnos. 

Si la utilizamos como aliada para ampliar nuestra humanidad, nos ayudará a construir una civilización más consciente, más solidaria, más justa. 

Pero si nos dejamos seducir por la ilusión de poder delegar todo en la máquina, corremos el riesgo de perder el sentido mismo de la convivencia. 

Al fin y al cabo, la verdadera inteligencia, la humana, no es la que sabe calcular más, sino la que sabe amar mejor. Algo que ninguna máquina será capaz de hacer jamás. 

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

domingo, 23 de noviembre de 2025

Meditación con Cristo Rey del universo - San Lucas 23,35-43 -.

Meditación con Cristo Rey del universo - San Lucas 23,35-43 -

Cuando miro a Jesús en la cruz,

veo el sufrimiento humano

en toda su profundidad.

 

Pero si miro más profundamente,

con mirada consciente,

también puedo ver el amor.

 

La cruz misma

no es solo el lugar del dolor:

es el punto en el que la conciencia humana

se encuentra con su sombra.

 

El poste vertical es el movimiento del Espíritu

que desciende a lo humano;

el poste horizontal es el aliento de la humanidad en el tiempo.

 

Jesús está en el punto central:

el lugar donde lo eterno toca el instante.

 

Muchos se burlan de Jesús: los poderosos, los soldados,

incluso uno de los condenados.

 

A veces, cuando una persona sufre,

puede perder el contacto con su propia bondad.

 

Quienes insultan, quienes se burlan, quienes humillan,

en ese momento, están dominados por su propio miedo,

por su propia ignorancia, por su propia herida.

 

No son personas malas

sino seres que no son conscientes de sus propios sentimientos

y, por lo tanto, quedan atrapados en su propio sufrimiento.

 

Esas voces no son solo hombres

sino el eco del alma del mundo:

la humanidad que teme lo que no puede controlar.

 

Es la misma energía que se levanta en mí

cuando me siento incomprendido, herido o juzgado

y no soy capaz de amar y aceptar mis heridas.

 

Jesús permanece arraigado en la compasión.

 

Cuanto más aumenta la violencia a su alrededor,

más libre permanece su mente.

 

Su compasión no es una emoción:

es una vibración estable,

la vibración de un campo de conciencia estable,

centrado en el amor y que emana Amor,

que trasciende el sentir humano.

 

Esta libertad interior

ninguna prisión puede arrebatársela.

El buen ladrón representa

el momento en el que puedo despertar.

 

Tú también, querido amigo, puedes,

en tu sufrimiento, reconocer

tu inocencia más profunda;

ver tu verdad en el momento presente,

asumir tu responsabilidad sin juzgarte,

abrir tu corazón.

 

Ese momento de claridad es el verdadero milagro.

 

No importa lo que hayas sido

sino tu despertar ahora.

 

Jesús también te promete el Paraíso:

no es solo un lugar «después de la muerte»,

sino un estado de paz

que nace en el momento en que dejas de luchar

contra la realidad y vuelves a tu buena naturaleza.

 

«Hoy estarás conmigo en el paraíso»:

el hoy no es un día.

Es la calidad de la presencia.

«Conmigo» no indica un espacio,

sino una relación, una vibración de unidad.

 

Cuando estás presente,

el Paraíso no está en otra parte:

se abre en ti.

 

Te deseo que no respondas

a la violencia con violencia.

 

Cuando los demás te critiquen o te hieran,

que puedas permanecer libre por dentro, como Jesús.

 

Puedes respirar y elegir la compasión.

 

Te deseo que cada uno de tus sufrimientos

sea un retorno al centro de la cruz:

ese punto en el que ya no te distraen

el pasado ni el futuro,

sino que estás arraigada en el ahora.

 

Aunque a veces hayas errado,

como el buen ladrón,

basta un instante de lucidez

para transformar tu vida.

 

Una sola respiración consciente

puede abrirte el Paraíso.

 

La verdadera salvación es la conciencia:

Jesús no salva al buen ladrón

liberándolo de la cruz,

sino liberándolo del miedo.

 

Lo único que realmente muere en la cruz

es la ilusión de estar separados de Él.

 

Y cuando la ilusión cae,

la conciencia vuelve a casa.

«Sálvate a ti mismo...» es la voz del ego,

no del Espíritu.

 

El ego interpreta la salvación como control,

defensa, huida del dolor, salvaguarda de su mundo egoísta.

 

Cuando el buen ladrón reconoce

su condición y la de Cristo,

se abre el corazón:

una brecha por la que entra la luz.

 

Por eso Jesús habla de «hoy»:

todo despertar ocurre solo en el presente.

 

Ni siquiera se trata de «salvarme a mí mismo».

 

No hay nada que salvar:

solo hay que reconocer el ser.

 

El Paraíso no es un premio

sino la vibración de la esencia reconocida.

 

Más que salvarme, debo despertar.

 

Te deseo este despertar:

la claridad de ver lo que eres,

distinguiendo el ego (ilusión),

la individualidad (instrumento)

y la conciencia (esencia).

 

Tu individualidad ya no es una prisión, sino una danza,

una forma a través de la cual el ser se expresa.

 

Querida alma, como me escribió un amigo:

 

«Y nosotros ya estamos en el paraíso,

que es el Bien,

conocerse profundamente a uno mismo,

el significado, el amor, la felicidad...

Solo un cambio de perspectiva...

el paraíso está aquí y ahora o nunca más...».

 

El paraíso no es un lugar

sino una cualidad de la percepción.

 

Cuando ves con los ojos de la conciencia,

el mundo se transfigura.

 

Cuando miras con los ojos del ego,

el mundo parece una cruz.

 

La cruz es real.

 

El paraíso es real.

 

Depende de qué «yo» mire.

 

Te deseo que descubras

que no hay ningún yo que salvar:

solo una realidad que reconocer.

 

Y entonces podrás acceder finalmente a la libertad.

 

La libertad es el paraíso.

 

Y esta libertad está siempre a tu disposición, en el ahora.

 

En el hoy de Cristo,

te abrazo.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

sábado, 22 de noviembre de 2025

Jesucristo Rey del Universo… mirarán contemplando al Herido y Traspasado - San Lucas 23, 35-43 -.

Jesucristo Rey del Universo… mirarán contemplando al Herido y Traspasado - San Lucas 23, 35-43 -

A los pies del Calvario, cerca de la cruz, donde Jesús está muriendo, todos tienen razón. Todos dicen cosas ciertas, pero pocos comprenden. Una situación irónica y dramática que se repite desde hace dos mil años. 

Los jefes, en cambio, se burlaban de Jesús diciendo: ‘Ha salvado a otros, que se salve a sí mismo, si es el Cristo de Dios, el elegido’ 

Los jefes del pueblo tienen razón, Jesús realmente ha salvado a otros y realmente se está salvando a sí mismo. Los jefes tienen razón, Él es realmente el Cristo de Dios, el elegido, la respuesta es exacta, perfecta, la definición precisa. 

Sin embargo, se ríen. Saben lo que Jesús ha dicho de sí mismo, lo recuerdan, lo repiten, pero se ríen. 

Porque las palabras no coinciden con las expectativas, porque la comprensión profunda de lo que dicen los labios no puede ser solo teórica, mental. Porque para comprender el Amor hay que amar, para comprender al Crucificado hay que dejarse crucificar. 

Y esto da miedo. Y por miedo uno solo se puede burlar, ridiculizar, perdiéndose en la ilusión de una razón verdadera pero muerta. 

Las risas continúan. A carajada batiente. 

Salvarse a uno mismo es imponer al amor una contorsión, un reflujo, es como querer cambiar el curso de un río. Si el Amor se amara a sí mismo, la creación se derrumbaría irremediablemente, se arrugaría sobre sí misma. 

Precisamente porque la salvación solo puede ser para los demás, solo los demás podrían salvar el amor. 

El amor, cuando ama, se entrega por completo, está en manos del amado. Elige al otro como guardián de su corazón. Y la mano del otro, lo sabemos, puede cerrarse en un puño y hacer que nuestro corazón explote en el pecho. 

Si el Amor se amara a sí mismo, aunque solo fuera por un instante, Dios moriría. 

Incluso los soldados se burlaban de él 

Al menos tienen la fuerza para reír, al menos están allí, no por elección, sino por obediencia a otros reyes. Y reaccionan. 

No sé si es más doloroso pasar la vida creyendo que el sacrificio de amor de Jesús nunca existió o reaccionar burlándose. 

Parecen niños asustados, con las manos manchadas de sangre. Hay que armarse de valor, solo son personas que obedecen órdenes. Al mirarlos bien, dan más pena que los condenados a muerte. 

Aceptan mancharse las manos de sangre para dejar que los poderosos se las laven en público. Los soldados ríen y dan pena, ellos que para salvar al emperador probablemente perderán la vida en alguna batalla sin poder salvarse a sí mismos. 

Sobre él había también una inscripción: ‘Este es el rey de los judíos’ 

La inscripción tampoco miente. Pero la Escritura no basta, la leyenda no salva del error. 

No basta con conocer las respuestas exactas, embriagarse de teoría. No basta con la síntesis de una definición, ni siquiera un dogma puede salvar si no se acepta perder la palabra y derrumbarse con todo uno mismo en el Amado. 

Uno de los malhechores colgados en la cruz lo insultaba: ‘¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y también a nosotros’ 

El malhechor también tiene razón. El que está colgado a su lado es realmente el Cristo. Tiene razón, puede salvarse a sí mismo y también puede salvarlo a él. 

Definición perfecta, el único problema, dramático, es que no se da cuenta de que eso está sucediendo. 

No es el Cristo según sus expectativas y no salva según nuestras pretensiones. Me pregunto cuántas veces he sido salvado sin darme cuenta. Me pregunto cuántas veces el Señor ha sido el Cristo salvador de mis miserias y yo no lo he reconocido. ¿Cuántas veces he esperado la curación y Él, en cambio, me ha salvado? 

El otro, en cambio, lo reprendía diciendo: ‘¿No temes a Dios, tú que estás condenado al mismo castigo? Nosotros, con razón, porque recibimos lo que merecemos por nuestras acciones; él, en cambio, no ha hecho nada malo’ 

Solo un malhechor puede interrumpir la risa burlona. Solo él, que está muriendo, puede desafiar la risa burlona e irónica contra Cristo. 

Él también tiene razón. Jesús, para él, es un hombre bueno, que «no ha hecho nada malo», muy poco (¿?) en comparación con las grandes definiciones cristológicas ... 

Tiene «temor de Dios». Y esto le salva. Esta profunda humildad, este respeto que lo hace sentir pequeño ante el Todopoderoso. 

¡Qué riesgo corremos al hablar de Dios sin temor! Qué riesgo corremos al escribir sobre Dios, al dar interpretaciones, al abrazar una teología o su contraria, al escribir discursos magisteriales definitivos o no, al hablar en público, al usar a Dios o la Biblia o la religión para crear opinión, confrontación, conflicto … 

Qué blasfemia si esto no se hace con «temor de Dios», teniendo presente nuestra frágil condición de criaturas, teniendo muy presente que no serán las palabras de amor, por perfectas que sean, los que salven al mundo, sino quienes mueren por amor. Y resucitan por amor. 

Temor de Dios, tan cercano al silencio. ¡Cuánto me interpela! 

Sin temor de Dios, las definiciones, por perfectas que sean, se convierten en condena. 

El pueblo se quedó mirando 

No, no se quedó mirando… El Evangelio es más claro: el pueblo contemplaba. 

En silencio. Que es la única posibilidad de intuir la verdad. 

Detenerse, callar y contemplar.

Ante tu cuerpo crucificado, Señor,

ante tu carne clavada

bajo la inscripción que te condena injustamente

solo queda la contemplación,

no hay otra manera de dejarse penetrar por el misterio.

 

Silenciosa contemplación de un cuerpo masacrado por amor,

de una paradójica entrega total y real de ti mismo

al hombre, criatura que mata al Creador,

al Padre, dolor silencioso que salva al Amor,

y que salva también a los verdugos. 


P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

María, Virgen y Madre de la espera.

María, Virgen y Madre de la espera   Si buscamos un motivo ejemplar que pueda inspirar nuestros pasos y dar agilidad al ritmo de nuestro cam...